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Turistas, terroristas y el Almirante Aladeen

Por Francisco Villarreal

El pasado miércoles 13 de agosto me enteré que el gobierno de los Estados Unidos actualizó su atlas de riesgo en México para viajeros. Entendiendo que las recomendaciones son para estadounidenses que pretendan viajar a México por cualquier razón. No vivimos en Jauja o Shangri-La, pero esa actualización me parece más tendenciosa que exagerada. Sobre todo luego de que Trump comparó la violencia en Washington D. C., con la que él supone o inventa que hay en la Ciudad de México. Así justificaba activar a la Guardia Nacional e intentar secuestrar la seguridad pública de una ciudad que tiene alcaldesa pero no depende de un gobierno estatal, una especie de “distrito federal”. Sin motivo trató de asumir el control policiaco, con milicia inclusive, en la ciudad donde hace unos años, cuando aún era presidente y podía, se negó a hacerlo para detener el intento golpista que ladinamente promovió él. Hubo más de un millar de fanáticos violentos, verdaderos delincuentes organizados, que Trump no sólo ya indultó, además persigue a los fiscales que lograron condenarlos. Con todo y esto se agradece que los mercadólogos de la mentira promuevan este nuevo ajuste de alertas de viaje. No tanto por los estadounidenses, sino porque las patrañas de Trump tienen siempre alcance internacional. Hay miles de turistas que han constatado que si bien tenemos problemas de inseguridad, en general se trata de mucha mala prensa. Así, la alerta de viajeros es inverosímil para los turistas que conocen México, pero para la narrativa violenta de Trump, sí sirve para ablandar los sesos de sus huestes “magas” ante la eventualidad de cometer cualquier injusticia contra México. No en vano la alerta “evita” a dos estados mexicanos con gran afluencia turística gringa y, por lo tanto, con más testigos de la realidad mexicana. Y además, en 13 de las 30 alertas, incluye deliberadamente la palabra “terrorismo”, cuyo significado trumpista sólo tiene sentido para su política de brutal represión dentro de Estados Unidos, porque para México y para el resto de los países del mundo, “terrorismo” es otra cosa, y es el uso de la intimidación masiva con fines políticos por cualquier medio… Como lo que hace el gobierno de Trump cotidianamente contra el mundo y contra los estadounidenses. Insisto que se agradece la actualización de estas alertas, porque quienes conocen así sea superficialmente a México, notarán de inmediato que miente. Y estos son poco más de 47 millones de turistas, sólo en lo que va del año. Una friolera.

Para seguir con esa sistemática agresión contra México, el llamado “Zar de la Frontera” acusa al narcotráfico de matar a más estadounidenses que el terrorismo. Interesante opinión que desvincula una cosa con la otra a pesar de la declaratoria de su Dios MAGA de que los narcotraficantes son terroristas. Habría que precisar que los narcotraficantes son criminales, pero no obligan a los estadounidenses a comprar y consumir drogas. Además, la violencia que genera el narcotráfico no la padece Estados Unidos sino México; allá sólo mueren intoxicados, acá morimos baleados, torturados, masacrados, etc. La violencia en México a causa del narcotráfico es por el mantenimiento y control de zonas de producción o vías de suministro. En la medida en que el gobierno mexicano combata con mayor eficiencia a estos “hombres de negocios”, la violencia aumentará. Combatir al narcotráfico en México nos pone en peligro a todos los mexicanos, en tanto los drogadictos gringos sólo tienen que contactar a su “dealer” sin mayor riesgo que morir a causa de su adicción. Pero, lo que el zar Tom Homan parece no notar, es que pareciera que mágicamente las redes de distribución y comercialización de drogas desaparecen mágicamente al cruzar la frontera. Cualquiera pensaría que para ellos lo que aquí es “terrorismo”, allá es perfectamente legal. Y a propósito, me dio curiosidad por saber cuál es el cargo oficial de Tom Homan, porque lo de “zar” me parece un alias. No hallé tal cosa. O no existe o no busqué bien. En teoría debería ser el líder de ICE, (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos). Pero hasta Trump lo llama “zar”. Un título en desuso, por cierto, que tuvo sentido en las monarquías rusa y búlgara. Sin embargo comprendo el entusiasta apodo. Es muy trumpista, porque el “Tsar” ruso surgió del cesarismo bizantino que implicaba además el título de “autocrator”. Autocracia, una facultad de las dictaduras modernas que heredaron nada de la original romana, que era un poder extraordinario, sobre todo militar, pero duraba sólo mientras existía una amenaza. Concluyo que el “zarismo” estadounidense proclamado por Trump Autocrator, es una muestra de su admiración por Rusia y por Vladimir Putin, por añadidura.

Esa admiración, que ya linda en enamoramiento, quedó más clara con la reciente “cumbre” para la paz en Ucrania (sin Ucrania), que celebraron el líder ruso y su émulo senil gringo. Sin duda fue un triunfo monumental… para Putin. Su prestigio entre los rusos debió llegar a alturas imperiales. Trump, gris y comedido, cumplió como anfitrión. Sólo que no era una visita de cortesía sino una negociación rumbo a la paz en Ucrania. Apenas pocas horas antes de que Putin aterrizara en Alaska, las tropas rusas expulsaban a las ucranianas de todo el oblast (estado) de Donestk. Y no los hicieron huir con gritos y aspavientos sino con bombas y balas. Hasta el momento en que escribo esto, no hay algo mínimamente inteligible de la reunión Trump-Putin. Lo único claro es que Trump propone ya la sesión de territorio ucraniano a Rusia. Lo que no debe extrañarnos, porque todo indica que es lo mismo que propone en Palestina a favor de Netanyahu. ¿Por qué? Pues… No hace mucho, en una serie policiaca, que le fascinan a mamá, un traficante de armas capturado dice algo que me pareció muy ilustrativo sobre Estados Unidos: “Este no es un país, es una empresa”. En todo caso la propuesta de Trump para conseguir la paz en Ucrania debe tener mucho qué ver con el reparto de sus recursos naturales, especialmente minerales… entre Estados Unidos y Rusia. Al final, seguramente sí hubo acuerdos en la “cumbre” de Alaska, pero deben ser impublicables. Más bien me pareció una ostentosa puesta en escena en honor a Putin. Del desarrollo de la guerra en Ucrania y del diálogo entre Trump, Zelensky y líderes europeos, se conocerá un poco de lo que sucedió en Anchorage, Alaska, que sospecho que más que una ruta para la paz fue un intento de coordinar estrategias económicas y políticas. Vi a Trump como un líder autoritario en ciernes buscando desesperadamente a un aliado y un sensei.

Y, ¡por el amor de Dios!, ya dejen de promover la ridícula nominación de Trump para Nobel de la Paz. Ya no se trata sólo de la violencia étnica y política que ha desatado en Estados Unidos. Ahora, con el mismo huero pretexto del “narcotráfico” como amenaza terrorista, emplaza una fuerza naval en el mar Caribe que no sólo amaga al régimen de Nicolás Maduro, también a todos los países de Centroamérica, el norte de Sudamérica e incluso México.  La única paz que Trump está ofreciendo es la paz de los sepulcros. La misma que ha suministrado directa e indirectamente a Ucrania y a Palestina. Hasta la fecha, sigo sin entender los motivos que impulsan a Trump para dislocar deliberadamente la de por sí precaria estabilidad mundial. Aunque, viendo cómo se ha convertido en un rey tuerto, recordé el cuento “Una Apuesta”, del doctor Chéjov: “Enloquecidos, seguís un falso camino, tomáis la mentira por la verdad y la fealdad por la belleza. Como os asombraría ver de repente, por cualquier circunstancia, brotar ranas y lagartos de los manzanos y naranjos o que las rosas comenzaran a exhalar un olor a sudor de caballo…, del mismo modo me asombráis vosotros, que cambiasteis el cielo por la tierra. No quiero comprenderos”.

Por otra parte me resonaron las palabras del Almirante General Haffaz Aladeen, líder supremo de Wadiya, ante delegados de la ONU reunidos en Nueva York: “¿Por qué se oponen tanto a los dictadores? Imagínense si Estados Unidos fuera una dictadura. El 1% de la población podría acaparar toda la riqueza del país. Enriquecerían más a sus amigos ricos bajándoles los impuestos y rescatándolos cuando corren riesgos y fracasan. Podrían ignorar las necesidades médicas y educativas de los pobres. Sus medios parecerían libres pero realmente los controlaría una persona y su familia. Podrían intervenir los teléfonos, torturar a reos extranjeros. Podrían arreglar las elecciones. Podrían mentir sobre por qué van a la guerra. Podrían llenar sus cárceles con un solo grupo racial y nadie se quejaría. Podrían usar los medios para espantar al pueblo y hacer que apoye políticas contra sus intereses. Sé que esto es difícil de imaginar para los americanos pero por favor, intenten”… Y pues parece que muchos estadounidenses lo intentaron y tuvieron un éxito más que imaginario. Esto sucede en la película “El Dictador”, 2012. La protagonizó el actor británico Sasha Baron Cohen, obviamente un judío y creo que también un profeta.

José Francisco Villarreal ejerció el periodismo noticioso y cultural desde los años 80. Fue guionista y jefe de información en Televisa Monterrey. Editó publicaciones y dirigió el área de noticias en Núcleo Radio Monterrey. Durante el neolítico cultural de Nuevo León, fue miembro del staff del suplemento cultural “Aquí Vamos”, de periódico “El Porvenir”; además fue becario de la segunda generación del Centro de Escritores de Nuevo León. Ha publicado dos poemarios: “Transgresiones” y “Odres Viejos”. Actualmente en retiro laboral, cuida palomas heridas y perros ancianos mientras reinventa la Casa de los Usher.

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// Francisco Villarreal

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Autor: lostubos
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