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Por Francisco Villarreal

La Muerte tiene hambre. Me refiero a la Muerte, no a los asesinos, que se sabe que son insaciables, como aquellas arpías que arrebataban y ensuciaban la comida del anémico rey tracio Fineo. La Muerte no se compara en ferocidad con personajes tan mortales como un sionista líder israelí asolando Gaza, o un cínico presidente gringo jugando al tiro al blanco con barcazas y lanchas en el Caribe. La Muerte no nos amenaza, nos anuncia su presencia desde que nacemos, y nos acompaña como un verdadero ángel de la guarda durante toda nuestra vida. Ella no nos sorprende, nos sorprendemos porque aunque nuestra muerte sea la única certeza que tenemos, vivimos arrastrando nuestro pasado, sentados en nuestro presente y siempre intentando hurgar en nuestro futuro, incluso sabiendo que el futuro es tan inconsistente que sólo existe cuando deja de serlo. Aun así los vivos tememos y odiamos a la Muerte; los muertos no sé si también, aunque mis fantasmas, mis dioses manes, nunca se han quejado de ella. Después de todo, estar muerto es una deuda que adquirimos al vivir. ¿Vale la pena el pago? No lo sé. Ya me enteraré. Tampoco sé cómo la Muerte organiza su dieta, pero hay momentos en los que pareciera que tiene mucha hambre. Sólo en nuestro pequeño entorno local, dos noticias impactaron a la comunidad: la muerte de la conductora de noticias Débora Estrella, y la del alcalde sampetrino Mauricio Fernández. Ambos casos conmovieron mucho más por la difusión que se les ha dado, aunque en el caso de Mauricio era una muerte prácticamente anunciada y asumida con dignidad por él mismo. Lamentamos ambos casos y de inmediato nos remitimos a sus historias, la colección de futuros que realizaron. Por diferentes razones, ambos hicieron algo muy difícil de lograr: hacerse sentir cercanos a una enorme cantidad de personas con las que nunca tuvieron el mínimo contacto. Ambos, de alguna manera, cambiaron algo en cada una de ellas, desde una sonrisa hasta una postura política, y eso cala a la hora de despedirse. Toda comparación es odiosa pero queda muy claro que nunca será lo mismo “El Tío Mau”, que “El Tío Richie”. Aunque fuera mínimamente, “Deb” y “El Tío Mau” cambiaron algo en nosotros y eso es suficiente para darles un espacio en nuestra historia personal.

La muerte también dejó una cicatriz en el infortunado pueblo estadounidense. La “muerte”, en minúsculas, porque un asesinato no creo que sea un bocado apetitoso para la Señora/Señor de la guadaña. Las honras fúnebres a la memoria del activista de ultraderecha Charlie Kirk fueron impresionantes. Fue honrado por los suyos, lo que no deja de ser muy respetable. Aunque con algunas arengas agresivas, sobre todo en la voz del tenebroso asesor Stephen “Nosferatu” Miller. Más rabia que dolor. Una rabia que ya estaba ahí mucho antes de Kirk. Dije antes “cicatriz”, pero debí decir “herida”. Con mucho esfuerzo quiero creer que esa reacción rabiosa fue anulada por el sincero dolor de algunos de los seguidores de Kirk. Donde no veo esperanza es en los seguidores de Trump, a quienes interesa mucho elevar al joven a los altares del heroísmo civil: un mártir republicano contra los numerosos mártires demócratas. Pero no debemos adelantarnos, ya la historia y la ruta que siga la democracia estadounidense pondrá a cada quien en su lugar. Sin embargo, en medio de las exequias de estado, noté algo muy singular. La nota destacada durante varios días no fue Kirk, o no directamente. Sí lo fue la repentina cancelación del programa nocturno de Jimmy Kimmel. La empresa ABC, aunque ahora se justifica muy pálidamente, cedió a las amenazas de Trump desde la FCC (Federal Communications Commission). Se acusó a Kimmel de burlarse de la muerte de Kirk, cuando lo que yo mismo le escuché fue una burla, sí, pero una burla muy seria sobre los esfuerzos de Trump y sus secuaces para culpar de ese crimen a los demócratas y a la “izquierda” en general. Un argumento absurdo para incrementar la persecución de Trump contra todos los que se le opongan o hasta le estorben, así sean de su propio equipo. Este ataque contra la libertad de expresión no es nuevo, y además se suma a la extorsión que Trump ha ejercido contra bufetes de abogados, medios de comunicación, universidades, funcionarios públicos… No es muy brillante, porque recicla esa misma táctica del crimen organizado en contra de otros países y organizaciones internacionales. No me atrevo a asegurarlo, pero me da la impresión que la intentona de canonizar a Kirk fue superada por la reacción popular ante el descarado ataque a la libertad de expresión y las amenazas que se lanzaron contra otros comediantes críticos y medios de comunicación. Por lo menos eso creo al enterarme del boicot popular inmediato contra ABC-Disney y sus subsidiarias, lo que, en un par de días, obligó a la empresa a programar el regreso de Kimmel. Esto abre una coyuntura insólita en la relación de empresas mediáticas, periodistas y público. Vale la pena meditar en esto, y perfeccionar esa novedosa interacción.

Esta delicada situación debería alertarnos como para poner nuestras barbas a remojar. La censura trumpista no llegó por arte de magia. Kimmel, y otros como él y antes de él, ejercieron una crítica brutal, pero no mintieron. Ejercieron su libertad de expresión asumiendo que sus dichos pueden ser judicializados y costarles mucho en efectivo y en prestigio. Sin embargo, desde el trumpismo, y encabezado por el propio Trump, se ha mentido sistemáticamente, se han ignorado leyes valiéndose del control de jueces y fiscales, se ha movilizado ilegalmente cuerpos militares y policiacos contra la población civil, y se ha usado a los legisladores republicanos para legitimar una evidente escalada autocrática. Si bien Trump ha perdido en sus demandas dizque por difamación, poco se ha logrado para conjurar sus mentiras que también nos afectan a los mexicanos. No se trata sólo de los migrantes, la seguridad o la economía, es también sobre la estabilidad política de México. Por ejemplo, la reunión del primer ministro de Canadá, Mark Carney, con la presidenta de México ¡en México!, muestran un mayor compromiso en la lucha contra el tráfico de drogas que el del falaz, quejumbroso y agresivo Trump. Hechos, no palabras. Pero el riesgo de “trumpizarnos” en México no viene del gobierno federal, ni siquiera de los gobiernos estatales… todavía no. El riesgo es que desde la trinchera de la libertad de expresión, políticos, opinólogos y medios, sean oficialistas o de oposición, imponen narrativas con afirmaciones obviamente falsas. Ni se intenta dar argumentos. Ofrecen a los mexicanos una variedad de supuestas verdades y le dan la libertad de que elija la que le convenga no por la razón sino por las vísceras. Todos hemos caído en esta mala práctica, pero destacan los montajes de Loret de Mola, el tendencioso Ciro Gómez, la desmesurada Lilly Téllez, y, ¡cómo no!, el vendepatrias de Alito Moreno. En otras palabras, se afirma sin pruebas, se miente cínicamente sin que haya consecuencias. Dejar crecer esa desmesura podría llevarnos, eventualmente, a la normalización de esas prácticas y a que llegue un energúmeno, como el presidente gringo, que use el aparato del estado para imponer una falsa realidad y aplastar todo tipo de crítica. El riesgo es real. A falta de ética en la comunicación individual e institucional, tal vez sea necesario legislarla.

Mientras escribo y espero con impaciencia para ver qué dice Jimmy Kimmel, me entero de que el gobierno de Estados Unidos levanta la mano para sostener el régimen de Javier Milei en Argentina. Se entiende la empatía del trumpismo y el libertarismo gaucho. En ambos casos prometieron mucho y, una vez en el poder, mostraron sus verdaderos rostros de estafadores. En ambos casos, los ciudadanos que gobiernan sufren las consecuencias de una economía tambaleante que enflaca los bolsillos de la mayoría y engorda los de una minoría plutócrata, esa que llaman “la casta”. En ambos casos se nota la incompetencia de los gobernantes. Pero en esta protección ofrecida por Estados Unidos a Argentina se nota algo más siniestro. ¿Qué pide un gánster clásico a cambio de protección? No hay que ser muy listo para ver cuál será el precio que pagará Argentina por esta especie de “cobro de piso” geopolítico. “Le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar”, diría don Vito Corleone.

José Francisco Villarreal ejerció el periodismo noticioso y cultural desde los años 80. Fue guionista y jefe de información en Televisa Monterrey. Editó publicaciones y dirigió el área de noticias en Núcleo Radio Monterrey. Durante el neolítico cultural de Nuevo León, fue miembro del staff del suplemento cultural “Aquí Vamos”, de periódico “El Porvenir”; además fue becario de la segunda generación del Centro de Escritores de Nuevo León. Ha publicado dos poemarios: “Transgresiones” y “Odres Viejos”. Actualmente en retiro laboral, cuida palomas heridas y perros ancianos mientras reinventa la Casa de los Usher.

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// Francisco Villarreal

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Autor: lostubos
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