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Por Joaquín Hurtado

Las Parcas Atanasia y Duermevela, como todos los días, barren hacendosamente la hojarasca del tiempo en las calles sucias de Monterrey. En los momentos de descanso, comen elotes. De pronto dan con unos restos, los dientes pelones de un figurón.

Un escalofrío recorre sus columnas. Los elotes que comen se llenan de moscas.

No era una hojarasca cualquiera. De aquel montón de escoria sobresalía la calacota de un Don, un Patrón de San Pedro GG Nuevo León. Uno muy picudo.

La hojarasca de por allá suele ser bromosa, gargantona, llena de cirugías plásticas y acciones en la bolsa de Nueva York. Las muertes de los patronos de San Pedro GG son, por antonomasia, noticia chismosa de primera plana nacional en un país con tantos jodidos.

Las Parcas, flaquitas, pizpiretas, pobres diablas y medio mulas, se acercan conversando sobre estos y otros chismes, llegan hasta el voluminoso bonche de huesos. Chasqean las quijadas.

Jajaja. -Despístale, mensa, no te burles.

Observan con morbosa curiosidad el pesado costal de hojas secas y huesos frescos, caído en la víspera del árbol dorado que crece en el centro de susodicho municipio, coto blindado donde viven solo patrones, políticos corruptos, clérigos legionarios, narcos grandotes y uno que otro ricachoncillo aprontado.

–Atanasia, mira bien este chisme de carne pecadora que nos ha caído hoy. Míralo bien. Responde, indigna, qué le ves de peculiar para que la ciudad esté conmocionada. Ríos de lágrimas la ahogan, se desgarra las vestiduras de manera extraña. –Nada –responde la otra calaquilla– es idéntico al vendedor de elotes que acabamos de procesar en la vecindad miserable de La Independencia.

–¿Es muy apuesto? –pregunta Duermevela. –No tanto. Sólo millonario. –Ah, eso explica el fenómeno de las masas frenéticas.

Intrigadas, las Parcas se alejan un poco para observar desde la distancia todas y cada una de las manifestaciones de duelo espontáneo y lambisconería de la sociedad regia. Leen atentamente las esquelas llenas de alabanzas desorbitadas. Analizan uno a uno los hilos de las redes sociales. Estudian las defensas y las diatribas sobre la vida y la obra del exquisito cadáver.

Chúpale pichón, exclama Duermevela. El finado era un coleccionista de huesos carísimos, un ídolo de Grillos, un aventurero deslenguado, un entrañable sinvergüenza, parece que también marihuano. Era realmente un rey decrépito forrado de millones.

–Ahora me explico la batahola.

–La gente de esta ciudad se exalta y se excita con el olor inconfundible de los millones.

–Dinero honesto o malhabido, da igual.

–Tema de sicoanálisis. –En aquel municipio abundan los loqueros, como el tráfico de ansiolíticos.

–Muere el millonario, la ciudad se estremece hasta la raíz, no tanto por la desaparición del amo, sino por el clamor de los billetes que deja volando.

–Somos injustas, Atanasia, debemos respetar las costumbres de nuestra clientela. Qué va a pensar Diosito, nos va a reprender nuestra jefa, la Mamá Muerte.

Las Parcas se sientan en la banqueta a ver el magno evento social, saborean sus elotes con chile, moscas muertas y mucho limón. Mayonesa no, porque les pega la diarrea.

–Esta ciudad no cree ni en Dios ni en la Muerte, solo en el dinero.

–Así es, míralos humillarse ante los cofres rebosantes de oro maldito. Los mismos obreros y empleados de bajo perfil, los mismos explotados por el patrón, son quienes más se lamentan la partida del acumulador y saqueador.

Duermevela empuja con la punta de su huesudo pie el bonche inerte del personajazo. En eso escuchan el clamor generalizado de toda la sociedad. «Déjalo, malvada, él es inocente, regrésalo porque lo vamos a hacer Papa romano».

–Ay, no mamen.

Atanasia pica con la punta de su escoba la barriga del inerme cadáver de Don Señor Patrón.

–Cómo será juzgado por el Gran Padre, el Mero Mero. –Pregunta Duermevela y ella misma se contesta:

–Bah, eso ya no importa, para mi democrática escoba ningún nombre vale la pena. Hojarasca y polvo es, y así debe ser tratado.

Las Parcas, afanosas, le avientan encima los palitos con los elotes mordisqueados.

(Monterrey, México, 1961. Premio Nuevo León de Literatura 2006. Cronista urbano. Ha publicado los libros: Guerreros y otros marginales, Ruta periférica, Laredo song, Crónica Sero,  La dama sonámbula, Los privilegios del monstruo, Vuelta prohibida (obra reunida en dos tomos), Teorema del equívoco, La estructura de Andrómeda, La luna es un tiburón. Creador de plástica amateur. Participa en la defensa de los derechos de las minorías sexuales y personas con vih/sida. Viajero incansable, padece deficiencia renal y colitis crónica. Ama los mapas de ciudades perdidas, ver el mundo a través de la poesía y comer en mercados rodantes.)

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// Joaquín Hurtado

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Autor: lostubos
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