Por Francisco Villarreal
Cuando muy joven y más bobo, yo solía ir al cine con frecuencia. Hubo películas que me marcaron, algunas literalmente, como aquella cuyo nombre no recuerdo y donde hay un reto para soportar un cigarrillo encendido entre los antebrazos de los adversarios. ¡Sí! Lo hice. Por ahí debe andar un antiguo amigo con una curiosa cicatriz igual a la mía. ¿Fue la cinta “Vanishing Point”? Tal vez. ¿Quién ganó? Ninguno. El cigarrillo se consumió. Hubo una cinta que sí recuerdo, y todavía me estremece: “Cuando el destino nos alcance”, es decir “Soylent green” (1973). La película asaltó y masacró la novela “Make Room! Make Room!”, de Harry Harrison, pero el resultado fue genial. La última actuación del gringo inmigrante rumano y uno de mis actores favoritos, Edward G. Robinson; la primera actuación más o menos humana de Charlton Heston (blanco, cristiano y miembro de la National Rifle Association of America), que hasta entonces había visto sólo como un gringo muy típico de gatillo fácil, heroico y presunto redentor, desde Sudán y Brasil, hasta el Egipto faraónico y la Roma Imperial. En la novela, Solomon Khan (Roth/Robinson en la película), dice algo sobre el deterioro ambiental: “No… tengo una mejor opinión de la raza humana. Lo que ocurre es que nadie se lo ha hecho comprender, ha habido demasiadas personas que han nacido animales y han muerto animales. La culpa, a mi entender, es de los corrompidos políticos y de los llamados conductores de masas que han eludido el problema porque era muy conflictivo, y porque no querían complicarse la existencia con algo cuyos efectos, si se producían, tardarían años en dejarse sentir”.
Creo que aquella película fue en la que por primera vez oí sobre el “calentamiento global” y la muerte de los océanos. Lo pasé de largo, al fin era “ciencia ficción”. No sentí muy cercana la sobrepoblación, la falta de vivienda, agua y alimentos; tampoco reparé en la elite dominante y represiva de masas que, al final, aún sin represión, estaban condenadas a muerte. Lo interesante de la cinta es que no vi referencias a la geopolítica ni a guerras porque, obviamente, ya no habría recursos naturales qué robar. El desastre ambiental y la sobrepoblación habrían borrado fronteras, o más bien las delimitarían a nuevos mapas con territorios autónomos configurados de acuerdo a sus escasas actividades productivas dirigidas por élites de empresarios y comerciantes. Como gobiernos, controlarían los exiguos recursos y serían meras parodias patrióticas con el sólo objetivo de mantener una abundante mano de obra necesaria para la producción y… ¡para la alimentación! La advertencia final del detective Robert Thorn (Heston) sobre el alimento disponible para las masas me dejó frío: “Soylent Green is people!”. Creo que por eso dejé para siempre la pésima costumbre de mordisquearme las uñas. Si la novela advertía de las consecuencias por la falta de control natal, la película fue más terrible: el canibalismo como remedio contra una hambruna mundial. “Permitieron que nos entregásemos a la superproducción y el superconsumo, y ahora el petróleo se ha agotado, el suelo se ha hecho improductivo, los árboles han sido talados, los animales se han extinguido, y siete mil millones de personas luchan por las migajas que quedan, viviendo una existencia miserable…”, dice Solomon Kahn.
¡Ya lo sé! Ando muy apocalíptico. Tengo motivos personales, pero también culpo al malvado “algoritmo” en la Web que me satura con sugerencias alarmantes, nunca había visto una oferta tan alta de publicaciones y videos sobre profecías y amenazas de hecatombes, desde los Simpson hasta un enigmático ¿cometa?, el 3I/ATLAS, que se pasea por el Sistema Solar. Hasta mi Tarot, mi I-Ching y mi bola de cristal se han quedado atónitos, y por supuesto mudos. Comprendo que todo surge por la incertidumbre. Estamos en un momento de la historia en que no nos sentimos seguros. La estabilidad social en México, aun con sus “asegunes” en inseguridad y corrupción, parece paz, pero no lo es. Nos angustia el secuestro de la agenda mundial por personajes deleznables como Donald J. Trump, “Benji” Netanyahu, Volodimir Selenzky y su tocayo ruso Putin, Javier Milei, y toda esa galería de terror. Los medios de comunicación, alineados en agresivas y falaces campañas políticas, económicas y bélicas, neutralizan al más potente té de tilo o valeriana. El presidente colombiano, Gustavo Petro, fue imprudente al alentar la desobediencia militar en Estados Unidos, pero fue certero al evidenciar culpas y asesinos en la comunidad de las naciones. Sí, Trump es un asesino confeso por su cacería de trajineras en el mar Caribe, pero hay todavía más. Trump se intenta deslindar del conflicto en Europa, pero azuza a las fieras castrenses de la OTAN y Ucrania no sólo para recuperar el territorio ocupado por la autocrática Rusia en el Donbas, también anima una posible invasión de Rusia por parte de las huestes fascistas de Zelenzky. Trump anuncia un tratado de paz para detener el genocidio en Gaza. Un tratado acordado entre Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, o mejor dicho, entre Trump, Tony Blair y Netanyahu: tres criminales. No proponen un estado palestino sino un enorme ghetto vigilado por los sabuesos de Netanyahu y controlado por las garras inmobiliarias de Trump.
Mientras escribo esto, no sé con qué discurso vesánico vaya a aburrir Trump a sus líderes militares convocados en el Pentágono, pero no creo que los anime a desplegar acciones militares en Europa o Asia… Pero, ¿y en América? Trump ha sido más que obvio al anunciar su apoyo “desinteresado” al presidente gaucho Javier Milei (y a su hermana Karina 3%). Lo ha dicho claro: no apoya a Argentina sino a los candidatos libertarios y a una eventual reelección de Milei. Trump no intenta estabilizar algún déficit comercial con Brasil, porque no lo había, sus aranceles castigan a Brasil porque juzgaron y hallaron culpable a su amigo golpista y compadre ultraderechista Jair Bolsonaro. ¿Venezuela? Sin concederle nada a Nicolás Maduro, es obvio que Trump lo quiere fuera del gobierno para controlar las reservas petroleras. Marco Rubio, la Celestina de Trump, teje noviazgos y divorcios políticos en Sudamérica, alimenta conflictos de países débiles pero estratégicos en contra de países con regímenes no sólo de izquierda sino que intenten imponer su soberanía frente a los caprichos expansivos y colonialistas de Trump. La dictadura MAGA declara la guerra al narcotráfico clasificándolo como terrorismo, pero no molesta al gobierno golpista de Perú, el país que es segundo mayor productor de coca. Firma acuerdos y lanza piropos a Daniel Noboa, un gringo que es presidente de Ecuador, un país convertido en puerto seguro para el narcotráfico internacional. En su propio país, Trump ejerce un gobierno dictatorial, y cada vez con más fuerza impulsa la división interna, una guerra civil de baja intensidad. ¿Podemos llamar de otra manera a las movilizaciones de militares, milicias y fuerzas policiacas contra los propios estadounidenses justificándose con la mera percepción de un presidente senil y ególatra? Oregon es el ejemplo más reciente, pero hubo otros y habrá muchos más.
En este contexto, México no está a salvo. Como los cerdos en los chiqueros, Trump y sus secuaces se regodean revolcándose en el caos que generan. Para eso hay termitas mexicanas tanto en la oposición como en el oficialismo. Los medios se complacen en dar titulares en los que, en su gran mayoría, todo se reduce a notas estridentes y acusaciones sin pruebas palpables. La doctora Sheinbaum sigue replicando las bravatas del “Tío Richie”, otorgándole un espacio en la agenda mediática que no merece. ¡Esta noche en hechos!, rabietas y declaraciones sin sustento o sin pruebas. Esa inestabilidad política es falsa, es alpiste para los canarios del intervencionismo, los Miramones de hogaño. Sí hay inestabilidad, pero bien focalizada en temas que nos conciernen, como la corrupción, o las actividades del crimen organizado DENTRO de nuestro territorio; y hay otros que no nos conciernen pero nos afectan, como el caos económico y comercial causado por Trump y enrarecido por China. La paz de Trump es venenosa, es decir, no es paz. La paz de Trump es como la del Nueva York de “Soylent Green”: el caos popular bajo la vigilancia de una elite represiva y autocrática, la transmutación de la sociedad en manada y de sus líderes en caporales y matanceros. Y ¡mucho cuidado con lo que dicen los medios de comunicación! No sea que también acabemos siguiéndolos como las vacas al cencerro, para beneficio del ganadero. Sinceramente espero que nunca terminemos como en aquella terrible profecía de “Soylent Green”, pero por si las dudas, trataré de ser más cuidadoso con mi alimentación y mi higiene. Si voy a terminar siendo devorado, que al menos se me clasifique como “alimento orgánico”. ¡De perdido que les cueste más cada uno de mis 80 y tantos kilos!



