Por Francisco Villarreal
“¡Este es el día que Adonái ha hecho, alegrémonos y regocijémonos en él!” Dice el Salmo 118, más o menos lo mismo en la Biblia cristiana y en el Talmud. “Hava naguila venismejá…”, se oye más familiar. A los adultos de “cierta edad” nos recordará un tiempo en que escuchamos la canción “Hava Naguila” en todas partes, con todos los intérpretes posibles. De niño, yo mismo la tocaba en un xilófono de juguete que me trajo Santoclós. La letra, sacada de los Salmos, la agregaron en el siglo XX. Podríamos suponer que nació como una melodía alegre, al menos eso expresa. La realidad es que nació en el siglo XIX, entre los judíos asentados en Ucrania y el sur de Rusia, cuando el imperio ruso desató una violenta persecución contra los judíos. La melodía, más que alegría es un símbolo de la resiliencia del pueblo hebreo frente a la injusticia. Los judíos conocen bien el genocidio. Lo han sufrido durante siglos. Las protestas en Jerusalén por los crímenes de Netanyahu contra Palestina demuestran que los judíos mantienen fresca su memoria histórica. La persecución en la Rusia zarista desplazó a miles de judíos, de ellos muchos fueron a dar a la Argentina. Quiero suponer que los judíos argentinos, igual que los israelitas que repudian a Netanyahu, tienen también fresca la memoria histórica de la persecución, de la violencia que los empujó a salir de su tierra ancestral.
Como nativo norestense, es muy probable que tenga algunas gotas de sangre judía escurriendo desde mi árbol genealógico. Lo presumo por presunción no por presuntuoso, porque como buen mestizo mexicano – norestense, debo cargar con una morcilla de sangres castellanas, portuguesas, italianas, africanas, tlaxcaltecas, y hasta neandertales. Pero no fueron los rastros de sangre judía sino todas esas sangres las que incendiaron cuando otro presidente demente, que parece que son la moda, se puso a cantar rabonamente “Hava naguila” y exigir que lo coreara un público de libertarios zombificados o alquilados. Javier Milei, ahora recuperando su ilusión juvenil de ser cantante de rock, se plantó frente a una multitud que o fue acarreada o está bastante sorda. No era un mitin de propaganda política, aunque lo convirtió en eso. Era la presentación de un libro, que me gustaría leer sólo para estar seguro que no lo escribió como los otros: con “ideas prestadas” de otros autores y sin su permiso. El caso es que durante esa gigantesca ridiculez, Milei usó “Hava naguila” no para celebrar alegría ni resiliencia, sino para “molestar” a la izquierda, glorificando el genocidio palestino perpetrado no por los judíos sino por sionistas… o más bien la versión hitleriana del sionismo que caracteriza a Netanyahu. Y como es común en Milei, no da una, porque no ofendió a la izquierda, como pretendía, ofendió a los judíos, y de paso a toda la humanidad. Supongo que en su próximo viaje a Estados Unidos para lamer la mano de su amo (la mano sana, si es que tiene algo sano), le regalará un ejemplar del mentado libro. Algo que me parece un despropósito. Porque por la forma tan retorcida como Trump interpreta la Constitución, es obvio que no sabe leer. Yo recomendaría a Milei que mejor le regale un video de su concierto, porque por la forma como evalúa la inseguridad en los estados demócratas, queda claro que atiende a lo que ve en TV y, de preferencia, en la cadena Fox.
Lo que me enchila todavía más mi morcilla mestiza, es que todavía haya en México políticos que quieran distraernos haciendo lo mismo que hace el “nazionismo”: culpando a un grupo terrorista. Desde la bancada de Morena en la Cámara de Diputados, se pidió un minuto de silencio por las víctimas del genocidio en Palestina. Tenía qué ser la esposa de Felipe Calderón la que metiera ruido al silencio, al pedir otro minuto de silencio por las víctimas israelitas de Hamás. En realidad, ambas posturas podrían ser razonables, pero no consecutivamente. El genocidio en Palestina es perpetrado por el régimen “nazionista” de Netanyahu, y la violencia contra los palestinos no es por Hamás sino porque a los intereses de quienes sostienen a Netanyahu (léase Trump y secuaces) les estorba el pueblo palestino. Ni el plan de paz es una opción. Su objetivo es o diáspora o exterminio. El minuto de silencio a favor del pueblo palestino es un apoyo a su soberanía y su supervivencia como nación… aunque sea un apoyo débil y a destiempo.
Por otro lado, al responder con un “silencio” en honor de los israelitas asesinados por Hamás, la señora Zavala mezcla la gimnasia con la magnesia. Para empezar, los palestinos no asesinaron a los israelitas, fue un grupo terrorista que se posicionó en Palestina precisamente contra la sistemática violencia “nazionista” contra el pueblo. La señora Zavala podrá ser un poco confusa al hilar su discurso, pero sabe perfectamente bien que los medios no harían distinción entre Hamás y el pueblo palestino, como durante el sanguinolento régimen de su marido no diferenciaron entre las víctimas civiles y criminales de su “guerra contra el narco”. En titulares el minuto de silencio promovido por Margarita, acabaría justificando los actos criminales de Netanyahu. Esto no es ingenuidad, es trampa, porque también pondría al “silencio” en homenaje a Palestina como una muestra de apoyo a Hamás. Oro puro para nuestra desmejorada oposición.
Al final, se concedieron los dos “minutos de silencio” que, obviamente, no respetaron. El ruido que metieron en ambos causó otro tipo de silencio, uno funesto, precisamente el que ha llevado a Palestina a convertirse en un pueblo de mártires, y a países enteros, como Argentina e Israel, a poner en el poder a los personajes más siniestros de la cartelera ultraderechista.



