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Marcha Gen-M: Millenians, Marea, Manual

Por José Jaime Ruiz

@espejonegromx

@aguaquemadamx

La marcha del 15 de noviembre no fue una Marcha Gen-Z sino una marcha Gen-M: Millenians más Marea Rosa más Manual… La marcha del 15 de noviembre no fue la irrupción generacional que sectores mediáticos quisieron vender. No fue la generación Z despertando ni el “levantamiento juvenil” que algunos influencers fabricaron con filtros, tipografías y planos cerrados. Lo que emergió en el Zócalo fue otra cosa: la Gen-M, un híbrido político compuesto por Millenials urbanos, Marea Rosa envejecida y la activación precisa de un Manual de Desestabilización blando que, desde hace meses, opera en ciclos de percepción, amplificación y desgaste emocional. Amén de la nueva ofensiva discursiva de Donald Trump, quien declaró que “no estaba contento con México”, reabriendo la dimensión geopolítica del Manual.

La marcha no estuvo integrada mayoritariamente por jóvenes de 18 a 25 años. Las consignas, la agenda y el repertorio visual no corresponden a colectivos estudiantiles, feministas, climáticos ni de vivienda, que son los temas reales de la Z global. La estética juvenil que vimos —pancartas irónicas, tipografías TikTok, memes impresos y humor de red social— fue puesta encima de una base social distinta, la Z fue usada como marca moral, no como sujeto político. La franja que efectivamente protagonizó la protesta fue la generación Millenial (28–42 años). La Marea Rosa aportó lo decisivo: logística, fondos, narrativa de “defensa de la República”, uso de iconografía patria, presencia de la élite jubilada anti-4T y la agitación por la revocación. La Marea Rosa operó como columna vertebral de la protesta, sin ella, no habría marcha. Sin embargo, para evitar el desgaste de su propia imagen envejecida, colocó delante una máscara juvenil. La Marea Rosa necesita una piel nueva.

El Manual de desestabilización blanda operó en cuatro fases con precisión quirúrgica: 1) Instalación previa. Se sembró la idea de que la juventud estaba “despertando” contra el gobierno, aunque no existieran datos para sostenerlo. Los medios hablaron del “hartazgo juvenil” antes de ver un solo joven. 2) Ingeniería estética: Se adaptaron códigos Z para que la marcha pareciera moderna, dinámica y disruptiva. En realidad, fue una protesta clásica con un filtro de TikTok. 3) Amplificación coordinada: ReformaEl FinancieroLatinus y medios asociados realizaron un nado sincronizado que presentó la marcha como un parteaguas histórico. La cobertura internacional replicó sin matices la narrativa de “juventud contra gobierno”. 4) Explotación narrativa posterior: la marcha se convirtió, inmediatamente, en diagnóstico nacional: “Sheinbaum ha perdido a la juventud”. Un juicio sin sustento empírico, pero altamente exportable. La protesta, el capítulo visible; el Manual, el mecanismo.

Las sincronías no son casuales. Donald Trump declaró que “no estaba contento con México”. La frase se inserta dentro de un patrón mayor: Estados Unidos comienza a reposicionar a México como problema estratégico, no como socio. Esto encaja con el Manual por cinco razones: 1) Crea presión externa que refuerza la narrativa interna de crisis. Si Trump expresa molestia, la oposición puede traducirlo como “México está perdiendo aliados fundamentales”. 2) Asocia la protesta local con un clima internacional adverso. La marcha deja de ser fenómeno doméstico y se convierte en “síntoma de relaciones tensas”. 3) Permite a medios estadounidenses conectar inseguridad, migración y protesta. La imagen que se proyecta es: “México se está desbordando”. 4) Coloca a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo entre dos fuegos estratégicos. Interno: marchas fabricadas como crisis generacionales. Externo: presión geopolítica desde Washington. 5) Abre la puerta a discursos intervencionistas. Cuando Trump comunica descontento, algunos think tanks buscan convertir esa molestia en insumo político. El Manual siempre necesita un actor internacional y Trump acaba de ofrecerse voluntariamente como ese actor.

La Gen-M es un espejo manipulado: devuelve una imagen invertida de la realidad para inducir lectura política equivocada. Lo que está en juego es la disputa por la legitimidad narrativa del país. Y esa batalla —como toda batalla— no se libra únicamente en las calles: se libra en las percepciones, en la estética, en los algoritmos, en la geopolítica y en la capacidad del Estado para no caer en el libreto que otros buscan escribirle. La tarde del 15 de noviembre no fue una tarde juvenil, fue una tarde con maquillaje. Una tarde con filtros prestados. Una tarde donde los viejos inventaron una juventud para sentirse nuevos. Y los jóvenes que sí asistieron fueron apenas un rumor, un eco, una sombra tenue alrededor del Zócalo. A la protesta la bautizaron Gen-Z para no decir su nombre verdadero: Gen-M. No de Z, sino de Millenials, Marea Rosa, Manual. Tres emes encontradas como tres memorias equivocadas del país. La épica nunca vino, la épica siempre la escriben otros. La Marea Rosa, envejecida, incómoda, nostálgica de un país donde todo estaba peor, pero ellos lo recuerdan mejor.

La Marea puso los cuerpos de siempre —los mismos cuerpos desde hace una década, lifting político: rosita por fuera, añeja por dentro. Y encima, operando como un guion invisible, el Manual. Sí, el Manual, ese animal frío que convierte una molestia en una narrativa, una narrativa en un escándalo, un escándalo en un diagnóstico, un diagnóstico en una crisis, y una crisis —aunque sea imaginaria— en un país tambaleante. El Manual no grita, susurra. Y en ese susurro acomoda las cámaras, perfila los titulares, organiza la molestia y la vende como colapso moral. Todo está escrito antes de que ocurra. La marcha sólo fue el escenario; el texto se escribió meses atrás. Por eso la Gen-M no es un movimiento: es una puesta en escena. Una ficción de modernidad para ocultar el desgaste de una oposición que ya no recuerda cómo se mueve sin bastón. Un espejismo generacional donde los Millenials prestan la piel, la Marea Rosa presta la estructura, y el Manual presta el sentido. Una alianza de circunstancia; un montaje; una marcha que quiso ser juvenil porque sabía que no podía ser masiva. México —lo sabemos, hemos visto pasar demasiados espejos rotos— no se “fractura” por una marcha, sino por la lectura de la marcha. La interpretación destruye más que la protesta. La narrativa lastima más que el número de asistentes. La posverdad, esa vieja hechicera, cocina el país más rápido que cualquier congresista en Washington o influencer en X.

México camina con polvo en los talones y dignidad en los dientes, sigue aquí, intacto, real, lejos del simulacro. Lejano al algoritmo. Lejano a la narrativa importada. Lejano al enojo manufacturado que necesita pensar que todo está al borde para sentirse vivo. Y acaso esa sea la verdadera batalla: defender la realidad contra sus impostores. Defender la historia contra sus ventrílocuos. Defender la calle contra quienes sólo la pisan para tomarse la selfie. México es México: un país que respira, que se pregunta, que decide. Y eso –precisamente eso– es lo que el Manual quisiera que olvidáramos.

Lo más grave fue la violencia: los golpes, las provocaciones, los proyectiles contra la policía, el intento de abrir boquetes en las vallas de Palacio Nacional, la intención evidente de llevar la protesta al umbral simbólico del Estado mexicano. La violencia fue pequeña en número, pero grande en función: estaba diseñada para la cámara, para la fotografía, para el clip viral, para producir el encuadre que el Manual necesita: un gobierno que reprime o un gobierno que no controla. La policía, disciplinada, contuvo sin caer en la trampa. Pero la trampa ya tenía su utilidad: la imagen de tensión, el golpe aislado mostrando “brutalidad”, el proyectil que permite el titular, la barricada que puede leerse como inicio de colapso. Ese momento frente a Palacio Nacional fue el guiño más evidente del Manual: cuando no se puede construir un movimiento, se construye un conflicto. Cuando no hay crisis, se simula una. Cuando no hay ruptura generacional, se inventa. Este país no estalla cuando lo decide un Manual, estalla cuando lo decide su historia. Y la historia, por fortuna, todavía pertenece más a su gente que a algunos guionistas.

Para la derecha, los hechos cuentan menos que su interpretación; no un movimiento social, un relato. La marcha –llamarla 15-N es un despropósito que fecunda la narrativa de la derecha– no reveló una generación: reveló una necesidad. La necesidad de algunos sectores de fabricar crisis donde hay tensiones normales, de inventar rupturas donde hay diferencias legítimas, de presentar un país fracturado cuando lo que existe es un país desigual, inquieto, pero no desmoronado. La Marcha Gen-M no es la juventud del país, es el espejo que la oposición encontró para verse menos vieja. Y el Manual no describe la vida nacional: la distorsiona, la acomoda, la dirige. México sigue aquí, intacto en su complejidad. Este país no cabe en un Manual, tampoco necesita uno. Le basta la realidad, que es más bella, más moral y más verdadera que cualquier narrativa fabricada.

Imagen: IA

(Escritor, poeta y periodista, es autor de los libros La cicatriz del naipe, Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde”, Manual del imperfecto políticoCaldo de buitre y El mensaje de los cuervos. Es director fundador de la revista cultural Posdata y de Posdata Editores. Dirige aguaquemada.mx y www.lostubos.com.)

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Vía / Autor:

// José Jaime Ruiz

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Autor: lostubos
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