Por José Jaime Ruiz
El gol en La Mañanera del 27 de noviembre lo dio Samuel Alejandro García Sepúlveda cuando comentó, entre las obras en proceso, que aprovechaba para que el Congreso de Nuevo León apoyara con el Presupuesto. El comentario fue una jiribilla razonada porque egresos e ingresos han sido la lucha político-económica entre el PRIAN y el Gobierno estatal por el chantaje anual de los prianistas. Como lo he comentado en otros artículos, el Presupuesto, por el Mundial de Futbol, ya entró en la esfera electoral del 2027 en Nuevo León: “No estamos ante una disputa más: el Presupuesto coincide con la antesala del Mundial 2026, evento que opera como un estabilizador involuntario del sistema político estatal. Ninguno de los bloques —ni el Ejecutivo, ni el PRIAN— puede permitirse el costo reputacional de un conflicto que amenace la sede mundialista. Nuevo León es rehén de su propio escaparate internacional”.
La posición de García Sepúlveda no es la de la faramalla mundialista, sino la del legado, lo cual contrasta con Jalisco y Ciudad de México: “Yo lo que les diría es que ya está en manos del Congreso, el Ejecutivo ya envió el paquete el 20 de noviembre, ya el Ejecutivo no puede hacer nada más que esperar que vote el Congreso un paquete, así como está o modificado. Entonces les diría yo creo que ya la pelota está en cancha del Congreso, lo que el Congreso determine el Ejecutivo lo va a respetar (…) Con lo que nos den de lana con eso la armamos, insisto, no gastaremos un solo peso en el Mundial, todo se va a inversión, todo se va al Metro, camiones, aeropuerto y eso es lo que garantiza que no haya despilfarro”.
La FIFA apostó por la monstruosidad del negocio, en el mayor extractivismo de su historia, al combinar este Mundial organizado por tres países. La FIFA no engaña, “¡Hey, socio, este es un negocio!”. Ningún otro megaevento compite con el evento de eventos. El Mundial 2026 exacerba la extracción: como corporación multinacional busca maximizar ingresos, negocia en condiciones asimétricas, externaliza costos. Como organización “diplomática” usa su red de federaciones como “sistema de votos” comparable a una ONU paralela y obtiene impunidad y privilegios fiscales. Como agencia extractiva temporal entra en un país, moviliza recursos, transforma ciudades y sale sin asumir responsabilidades a largo plazo. Y este híbrido —empresa más diplomacia más enclave soberano— es lo que hace a la FIFA única y particularmente peligrosa desde el punto de vista institucional.
Las sedes, cuando no gestionan su inversión pública como legado, asumen costos que jamás recuperan porque el negocio rara vez deja un superávit, deja déficit o beneficios marginales. El Mundial es un modelo de extractivismo global, no vinculado a minerales o petróleo, sino al capital emocional y cultural del futbol. La FIFA extrae dinero, legislación, imágenes, espacio público y orgullo nacional. Y lo hace porque puede, porque ningún país —ni siquiera los Estados Unidos— quiere perder el derecho de albergar la más grande maquinaria simbólica del planeta. Ahí está la entrega absoluta de Donald Trump, Claudia Sheinbaum y Mark Carney en la fotografía en el Kennedy Center. Hasta el Premio Nobel de la Paz, y su desprestigio, fue usurpado para concederlo al presidente de los Estados Unidos.
Accumulation by dispossession, el neoliberalismo de la civilización del espectáculo en su megaevento del entretenimiento global. Sin legado en obra pública e inversión social, el Mundial servirá para poco: “La planificación de megaeventos es que se trata de espectáculos de consumo globales, cuyo objetivo final es la expansión de los mercados” (Gaffney, 2013). Y la 4T neoliberal aplaude, aplaude, aplaude.
(Escritor, poeta y periodista, es autor de los libros La cicatriz del naipe, Premio Nacional de Poesía “Ramón López Velarde”, Manual del imperfecto político, Caldo de buitre y El mensaje de los cuervos. Es director fundador de la revista cultural Posdata y de Posdata Editores. Dirige aguaquemada.mx y www.lostubos.com.)



