Por Francisco Villarreal
No vi la despedida de Mariajulia Lafuente del noticiero que presidió durante años. Es que estaba comiendo, y cuando como no me gusta que a mis austeras pero deliciosas migas con huevo me las ninguneen con chamorros de cerdo o pollos fritos, ni a mis polvorones de cacahuate caseros con donas exóticas. Debo ser sincero, pero ya no soy muy aficionado a ver los noticieros de TV, de ningún canal. Tal vez mi cerebro y mis papilas gustativas no funcionan muy bien, y esas maravillas gastronómicas que ofertan en TV me despiertan más curiosidad que antojo, las ofertas médicas sólo me alarman. Mamá sí que es obsesiva, y por ella suelo ver, así sea de reojo, telediarios todo el día. En particular el de Mariajulia, que sucedía a la hora que trajino entre la cocina y el comedor, y como mamá no oye muy bien, el volumen de la TV me obligaba a estar como la marrana de Tía Cleta, parando trompa y oreja. Pero ese último noticiero de la “Reina Tiguere” coincidió con una salida de mamá a sus asuntos médicos. Así que dejé que la TV hablara sola en una serie policiaca y dejé para luego ver, on line, la revisión y contraste de información sin sesgos culinarios.
Hay que ser honestos y aceptar que la aparentemente temporal salida de Mariajulia del aire es un hecho histórico, al menos para varias generaciones locales. Ella ha sido una presencia importante durante décadas. No es un fenómeno creado sólo por Multimedios, ella aportó mucho con su personalidad extravagante y su humor agresivo, muy coherente con la franqueza brutal que caracteriza al norteño. El cariño y la confianza que miles de televidentes le otorgaron durante tanto tiempo la puso en la cima de un pedestal, le dio el superpoder marvélico de liderar opinión. Un poder incómodo en verdad, porque implica una enorme responsabilidad. Para bien o para mal, ser líder de opinión es ser un manipulador a gran escala, inducir opiniones o acciones masivamente implica asumir la responsabilidad por sus consecuencias, buenas y malas. La masa manipulada podrá no ser tan inocente de lo que causa, pero sí es ingenua al aceptar sin crítica una opinión ajena. Un pelín de culpa debe, o debería sentir un líder de opinión, cuando por su causa una familia se intoxicara con pollo echado a perder, o que la gente se crea las mentiras de un funcionario.
El noticiero de Mariajulia siempre lo vi como una evolución razonable del antiguo programa de TV “Codazos”, que a su vez me remitía al precámbrico programa radiofónico “El Molcajete”. El humor usado como instrumento crítico. No me desagradaba el Telediario de mediodía, pero empecé a perder interés cuando se borró la frontera entre la información y la comercialización, y cuando el conductor adicional se convirtió en víctima obligada de un sistemático pastelazo verbal. Más aún cuando se perdía demasiado tiempo en trivialidades futbolísticas y se excedió la comercialización dentro del noticiero. Y todavía más cuando poco a poco fue desapareciendo el periodismo de investigación a favor de las notas sensibles, emotivas, o las denuncias sobre servicios públicos. El periodista más chaparro y el reportero menos apto pueden comprender de inmediato que solucionar una fuga de agua o drenaje, remediar un corte eléctrico, son puros paliativos. La nota no es esa sino la causa de todo eso. Si no hay investigación de fondo en estos casos, cualquier noticiero se convierte en una cartelera de quejas. Tampoco me atrajeron las entrevistas en vivo con funcionarios. Sin confrontación seria, sólo se mostraba la familiaridad de la conductora con los invitados, lo que en política siempre es muy relativo, y para el público es siempre inútil. La “chorcha” con artistas era divertida, pero descartable… por lo menos no era tan repugnante como infomerciales con proctólogos.
Desde mi distraída opinión, me hubiera gustado ver a Erik Rocha heredando la titularidad y que Luis Carlos Ortiz permaneciera como titular en el noticiero vespertino que, las pocas veces que lo vi, lo hacía muy bien, sobre todo porque nunca intentó “llenar” el vacío que dejó el Arqui. Luis Carlos no es periodista, es un buen conductor de noticias, y para eso sólo necesita agilidad, “rollo”, astucia, y una buena asesoría previa y en directo. Erik tiene la virtud de ser camaleónico y desinhibido. Pienso que es más creíble que Mariajulia al pasar radicalmente de la frivolidad gastronómica o futbolística, a la densidad de una nota trágica. El jovencito tiene la pinta de ser de esos muebles corridos en terracería, una afinidad con la inmensa mayoría de los televidentes… Pero, ante la obvia cirugía estética de los cuadros de conductores de noticias, no hay más que apechugar y esperar que la renovada imagen noticiosa haga raíces profundas rápidamente. Talentos jóvenes a cuadro hay, pero numerarlos no los califica, sólo los identifica. Su éxito o fracaso no depende tanto de ellos sino de los contenidos noticiosos, no comerciales, que les proporciona el área de noticias. ¡Ya lo sé! Me dirán que un noticiero necesita comercialización para permanecer al aire. Sólo que la confusión de comerciales dentro y fuera de un noticiero exhibe que la agenda principal no es la información sino las ventas, y esto puede alterar los contenidos… y lo hace. En una época cuando se devalúa la verdad y se impone la mentira, hay medios ansiosos de vender sus tiempos y caen con frecuencia en el exceso de vender también sus contenidos. Lo vimos en vivo durante la “marcha Z”. El caos es inminente. En tanto, en este triste escenario, los nuevos rostros deberán esforzarse muchísimo para convencer a sus televidentes para envejecer juntos. Lo lamentable, en todo caso, es que los y las conductores de noticias tengan fecha de caducidad de acuerdo a su aspecto y ajena a su capacidad y experiencia. Por fortuna, y por desgracia para sus malquerientes, Mariajulia se crece al castigo y anuncia un futuro retorno. Bien por la empresa, que no puede desperdiciar un talento forjado, probado y arraigado como el de ella. No era mi conductora de noticias favorita, pero sí la voy a extrañar. Ya veremos si me logra seducir en su anunciado retorno.
Por lo pronto, ¡ya comí! No necesito que un noticiero me abra el apetito y me vacíe el bolsillo con “maravillosas” ofertas, pero eventualmente vería noticieros a mediodía a ver si hallo reminiscencias de su verdadera función: la nota útil contingente y el avance de información más trascendental todavía en proceso. Pondré más atención a la noticia durante la noche, que es cuando se concretan las actividades del día y es cuando el pronóstico meteorológico tiene más sentido. Porque los noticieros matutinos, así sean kilométricos, multitudinarios y muy amenos, son como los periódicos: básicamente dan las noticias de ayer. Sí, los “en vivo y en directo” valen, pero una noticia así, sin contexto, es sólo un reporte, y en eso se han vuelto cada vez más hábiles en las redes sociales. Luego por ansiosos del reporte “en vivo” pasan situaciones chuscas, como los halagos del somnoliento Donald J. Trump a la presidenta Sheinbaum… ¡en TV Azteca!



