Por Félix Cortés Camarillo
A principios del siglo pasado, el naciente cine, que no podía ignorar al naciente y enorme mercado americano, decidió mudarse de Nueva York a California, para inaugurar lo que sería conocido luego en todo el mundo, como Hollywood.
Cierto ambiente antisemita en el noreste, que saboteó las maquinitas de vistas tan populares, precursoras del cine, estaba en el fondo; más abajo, sin embargo, estaba el negocio. El clima en California no es tan inhóspito como en Nueva York para filmar, y las cercanías de Los Ángeles ofrecían locaciones cercanas y gratuitas prácticamente todo el año: playa, montaña, ciudad, campo.
Así surgieron los tres grandes estudios que nos han dado películas durante un siglo y más: Warner Brothers, Paramount y MGM. Alfred Zukor (United Artists, inventado por Chaplin, y luego MGM),los hermanos Warner, Goldwyn y Myer, todos eran empresarios judíos. La mudanza fue una transformación inadvertida en el campo del entretenimiento a la más agradable costa occidental de
los Estados Unidos. Primer cambio.
Un sismo mayor fue la introducción del sonido a las películas, que en los inicios eran vistas en los cines con el acompañamiento de un pianista. Harry, el más joven hermano de los cuatro Warner, quiso ahorrarse el sueldo del pianista, e inventó el Vitaphone. Poco más tarde, y con Warner, Al Jolson estelarizó El Cantante de Jazz (1927), la primera película sonora en la historia.
Ese fue otro gran paso en el cine. Luego vendría el color, el breve experimento de la tercera dimensión, el cinemascope y otros artilugios. Pero el cine seguía lo mismo, aunque con la televisión los agoreros le pronosticaron la muerte súbita.
Hasta que llegó la verdadera amenaza, eso que llaman streaming. La posibilidad de ver en casa, a la hora que uno quiere, haciendo pausa cuando la vejiga o la sed mande, la película que uno quiera ver, una o varias veces; repetir la escena que me gustó o que no entendí, y así los quesos. ¿Para qué ir al cine? Esa fue la gran transformación del entretenimiento. Desde entonces, las salas de proyección están semivacías y el gigante de ese sistema de distribución de entretenimiento se llama Netflix. Aunque ande por ahí HBO y otros comparsas menores.
Hoy, Netflix está a punto de adquirir lo que tiene Warner Brothers, por la ridícula cantidad de 83 mil millones de dólares. En ello no van solamente los estudios de la avenida Melrose de Los Ángeles para producir y otras empresas subsidiarias, sino -especialmente- la enorme filmoteca pasada, actual y en proceso de finalizar. Desde Rin-Tin-Tin hasta Superman, pasando por HBO, serán de Netflix si se aprueba el negocio.
Han sonado alarmas. De la misma manera que ante la incursión de la Inteligencia Artificial en la escena, muchos escritores, directores y actores de Hollywood han sentido amenazadas sus fuentes de trabajo, las esperanzas acuden a una elástica ley en contra de los monopolios allá en el norte. Ella impidió que una sola compañía manejara toda la telefonía del gabacho, hace un medio siglo.
Por lo pronto, lo cierto es que la mayor fuente de entretenimiento va a quedar en manos de los dos grandotes: Disney y Netflix.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): La ley de aguas, aprobada como cuando en el período colonial se echaba por la ventana el contenido de las bacinicas gritando simplemente “agua va”, tendrá consecuencias mayores. El campo requiere agua y el agua no la controla el gobierno, por más que diga.



