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Crónica de un portazo histórico en la FIL (o cómo mi ego casi derriba el stand de Nuevo León)

Por Joaquín Hurtado

Guadalajara, 4 de diciembre, 2025. – No era el estruendo de una idea lo que retumbó en la FIL a las 19:00 horas. Era, literalmente, un marco de panel de melamina sufriendo el impacto de cuerpos movidos por un deseo común: estar a menos de cinco metros de quien esto escribe, es decir, un servidor, el escritor más famoso del momento.

Todo comenzó cuando Joan Manuel Serrat deleitaba con sus aladas palabras a les chiques tapatíes, quienes al saber de mí al final lo dejaron como el tío Lolo, igual que ignoraron a Richard Gere, que por ahí andaba batiendo su jericalla. Y aquello fue creciendo como los grandes desastres naturales, con una acumulación de energía telúrica.

Yo, en la modesta mesa con mi presentador, el escritor jalisciense Luis Martín Ulloa; vi alarmado y a la vez orgulloso la fila que serpenteaba desde mi stand hasta el área de libros de cocina catalana, provocando confusión entre quienes buscaban Crónica Sero.

Noté un murmullo. No el murmullo respetuoso de los lectores de poesía, sino el rumor gutural, primitivo, de la multitud que huele la presencia de un Ídolo. O de alguien que ha sido trending topic por treinta años con dos días seguidos.

Mi editor, hombre cuyo semblante normalmente refleja la calma de quien ha sobrevivido a veinte mil ferias del libro, palideció al ver cómo el corredor se convertía en un río humano. No eran solo estudiantes de letras con gafas de pasta y viejas ediciones subrayadas de mis obras. No. Había señoras con carteras carísimas, adolescentes grabando con el teléfono, y al menos tres individues que juraría llevaban pijamas de Elsa, la princesa Frozen. Todos coreaban, no mi nombre, sino una consigna más perturbadora: «¡Queremos oír la teoría de la Serotopía!».

La Seguridad, dos chavitos con chalecos que rezaban «Voluntario FIL», intentaron formar una barrera con sus cuerpos, tan efectiva como un espantapájaros en un huracán. El caos era tan denso que se podía cortar con un cuchillo de los que venden en el stand de artesanías. Un hombre lloraba abrazando un ejemplar dedicado a su perro.

Fue entonces cuando, en un intento desesperado por salvaguardar mi integridad física (y, crucialmente, el peinado que me tomó cuarenta y cinco minutos lograr), mi editor tomó la decisión histórica: me empujó hacia la trastienda, un cubículo de dos por dos, donde me dio tremendo arrimón de camarón, pero ya estoy acostumbrado.

La multitud, viendo desaparecer a su mesías norestense literario, lanzó un gemido colectivo y embistió el panel que separaba el sanctasanctórum de la plebe.

El portazo no fue un sonido, fue un evento geológico. Afuera, las puertas del magno recinto libresco crujieron, se arquearon y, con un clic final de derrota, quedaron selladas. Se escucharon golpes, ruegos, y la voz aguda de alguien ofreciendo cincuenta mil pesos por mi servilleta usada.

Por ahí andaba el director de nuestra Casa de Cultura, Pedro de Isla, vi que con desesperación hacia señas a Armando Alanís, poeta muralista: revisaban sus teléfonos que no paraban de vibrar con alertas de «disturbio en el Pabellón NuevoLeón».

Yo, ajustándome los anteojos (un gesto que, sé, es muy fotogénico), susurré para mis adentros: «Caray, y pensar que todo empezó con un libro que escribí hace treinta años mientras jugaba Scrabble y fumaba Magicguana».

Al final, tuvieron que sacarme por una puerta de servicio, entre montañas de cajas con mi libro, hermosamente diseñado por Tilde. Me disfrazaron con lentes oscuros a lo Miranda Priestly — pero de mercadito,  una gorra y una sudadera ¡como si yo fuera un becario más del Fonca!

Mientras mi limosina editorial se alejaba, pude ver a lo lejos a la multitud dispersándose, algunos abrazando el marco de la puerta destrozada como si fuera una reliquia.

(Monterrey, México, 1961. Premio Nuevo León de Literatura 2006. Cronista urbano. Ha publicado los libros: Guerreros y otros marginales, Ruta periférica, Laredo song, Crónica Sero,  La dama sonámbula, Los privilegios del monstruo, Vuelta prohibida (obra reunida en dos tomos), Teorema del equívoco, La estructura de Andrómeda, La luna es un tiburón. Creador de plástica amateur. Participa en la defensa de los derechos de las minorías sexuales y personas con vih/sida. Viajero incansable, padece deficiencia renal y colitis crónica. Ama los mapas de ciudades perdidas, ver el mundo a través de la poesía y comer en mercados rodantes.)

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// Joaquín Hurtado

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Autor: lostubos
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