Colores que se mezclan entre las mesas y las sábanas, el olor a comida y fruta, objetos modernos y antiguos: eso es lo que resalta al llegar a una fayuca, también conocida como tianguis. Las personas que la visitan pueden encontrar desde joyas, ropa, juguetes o aparatos electrónicos, hasta todo tipo de puestos de comida para degustar mientras hacen sus compras; publica MILENIO.
En el municipio de Torreón, Coahuila, hay alrededor de 11 fayucas en distintos puntos de la ciudad y en diferentes días de la semana. MILENIO constató que el precio accesible y el movimiento económico que se genera en estos sitios las vuelve atractivas; además, son espacios donde la moda sustentable encuentra su lugar de forma constante.
Ya sea con ropa que nunca se estrenó o aquella que, con pocas puestas, decidieron desechar, es precisamente ahí donde entra la moda sustentable: aquella que no solo reutiliza la tela para formar nuevas prendas, sino que también le da a la ropa de buena calidad la oportunidad de ser utilizada exactamente como fue diseñada, evitando así un consumo irresponsable.
Es precisamente durante el mes de diciembre cuando las compras de ropa y regalos incrementan en el municipio de Torreón. Las calles del Centro lucen repletas de personas que buscan la ropa que usarán en posadas, graduaciones, fiestas navideñas, así como los regalos para familiares y amigos. Por ello, las fayucas, ya sean físicas o en línea, pueden ser una opción para evitar el fast fashion.
Impacto ambiental de la fast fashion: 8% de emisiones globales
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) señala que la moda rápida o fast fashion es una crisis mundial y responsable de hasta el 8 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Además, la elaboración de este tipo de prendas llega a consumir hasta 215 millones de litros de agua al año, utilizando productos nocivos para la salud y el medio ambiente. Pese a ello, la ropa se sigue produciendo y desechando de la misma forma en que se compra.
A través de su portal de noticias, la ONU menciona que, según expertos, duplicar la vida útil de las prendas puede reducir las emisiones de gases de efecto invernadero hasta en un 44 por ciento. Sin embargo, también recomiendan a los consumidores tomar decisiones responsables, buscando productos duraderos y reduciendo el consumo excesivo, o bien, recurriendo a mercados de reventa.
Enya Landeros Rodríguez, propietaria de una marca de moda sostenible, define este movimiento como un cambio sistémico en el que grandes empresas y consumidores buscan, de forma consciente, reducir el impacto ambiental que genera el fast fashion.
“El concepto de sostenible es que dentro de la misma logística se intenta hacer un cambio sistémico, desde la producción, el proceso creativo y toda la cadena de producción y exportación, hasta los canales de venta, para que sea más consciente y así reducir el impacto ambiental”.

Señala que es precisamente a través de las fayucas y el intercambio de prendas donde se puede consumir de forma responsable, generando una mínima huella ambiental; sin embargo, destaca que quien compra también debe decidir cuánto tiempo permanecerán las prendas en su propiedad.
“Es ser consciente y elegir no desechar la ropa de fast fashion de inmediato, sino buscar distintas alternativas: repararla, donarla o intercambiarla. Ya conocemos la problemática, ahora se trata de cambiar ese tipo de consumo para que se vuelva un hábito y ahí se genera el cambio. En Torreón es muy común la venta de ropa usada; lo más frecuente son las fayucas y ahí lo ves”, precisó Enya.
Una de las fayucas más representativas de Torreón es la de La Rosita, ubicada en la colonia Nueva Rosita. Abarca decenas de calles y cada martes se cierran las vialidades desde la calle Mutualismo hasta el bulevar Independencia, para que cientos de comerciantes se instalen y ofrezcan distintos productos, en su mayoría de segunda mano.

La moda sustentable no solo se limita a la ropa
Luisa Salinas es una de ellas. Junto a su amiga, dueña del negocio, se coloca para ofrecer zapatos y ropa de segunda mano. Según comenta, es una forma de comercio que busca evitar mayor contaminación. La mercancía proviene de distintos sitios y siempre procuran pedir grandes cantidades cuando hacen traslados largos, para no generar una huella de carbono mayor.
“Manejamos ropa de marca, nueva o usada, pero en muy buenas condiciones. Buscamos no solo vender, sino garantizar que la prenda dure más de una lavada. Además, buscamos lo que se dice las 3B: que luzcas bonita, con ropa buena y barata para tu bolsillo”, expuso Salinas.
En La Rosita destacan los gritos de “ropa de caballero”, “todo nuevo, todo barato” o “remate: una por 100 y dos por 150”. Sobre el bulevar Independencia y la calle 10 de Mayo se colocan varias tarimas con precios que van desde los 50 hasta los 100 pesos por prenda. Ahí, la ropa se divide según su calidad, aunque esto no significa que los compradores no puedan encontrar prendas de marca en buen estado.
“Aquí estamos rematando ropa de dama, niño y caballero. Tenemos diferentes precios, pero todo es económico. Viene gente de todos lados; esta fayuca da trabajo a muchas personas, hay revendedores, compradores y opciones para todo nivel económico”, comentó Jorge Orlando Zúñiga.
Para esta temporada, los ganchos y tarimas comienzan a llenarse de vestidos con brillos, ropa de etiqueta para fiestas, suéteres navideños y prendas invernales. Lorena Rangel, comerciante con alrededor de 22 años vendiendo en La Rosita, confirma que diciembre es la mejor temporada para los vendedores, ya que se incrementan las ventas.
También conoce el concepto de moda sustentable y asegura que, desde hace tiempo, practica una venta responsable al elegir ropa de calidad y a precios accesibles.
“Nosotros compramos la mercancía en Laredo, Texas, y tratamos de dar buen precio para que la gente estrene. En diciembre la gente busca vestidos para posadas, regalos para la mamá o la hermana. Procuramos que la ropa sea de buena calidad y muchas prendas traen etiqueta”, aseguró.
Pero la moda sustentable no solo se limita a la ropa, sino también a la joyería y la transformación de alhajas en desuso. La intención es no participar en la contaminación ni en compras irresponsables. Paulina Meza, joyera lagunera, relaciona este concepto con su emprendimiento, al ofrecer piezas elaboradas con material reutilizado o rediseñado.
“En negocios como el mío se utilizan materiales reciclados o reciclables. A veces los clientes traen una pieza antigua, afinamos el oro y rediseñamos algo más moderno. Reutilizamos diamantes y gemas, material que ya fue minado y procesado, creando piezas nuevas sin contaminar”.
Paulina Meza y Enya Landeros recomiendan a los consumidores ser conscientes al momento de comprar para uso personal o para regalar, optando por piezas duraderas, atemporales y con valor sentimental.
“Que no sean piezas manufacturadas en serie, que se desechan fácilmente. Puede ser bueno para tu billetera a corto plazo, pero no para el medio ambiente ni para tu economía a largo plazo”.

Fayucas y second hand a través de redes sociales
Con la llegada de las redes sociales, muchas personas trasladaron las fayucas y bazares a plataformas digitales. Una de ellas es Sugey, quien en 2020, durante la pandemia por Covid-19, creó su marca Velvet Boutique a través de Facebook.
La intención no solo es generar ingresos, sino también aportar a la moda de las mujeres laguneras de forma consciente, con ropa de segunda mano, económica y de buena calidad.
“Mi negocio nace de la necesidad. Soy mamá de tres niños y al inicio fue un hobby, pero después lo tomé con más seriedad. Le damos el plus a quienes buscan ropa sustentable y de segundo uso”.
La ropa que vende Sugey es exportada de Estados Unidos. Ella misma selecciona la calidad y clasifica las prendas en categorías A y B, según la temporada. Posteriormente, las plancha, les toma fotografías y las publica en redes sociales, donde las clientas eligen sus piezas favoritas.

Finalmente, destaca que optar por prendas de segunda mano no solo apoya la economía local, sino que también contribuye a reducir el impacto ambiental generado por la producción masiva de ropa.
Imagen portada: Verónica Rivera / MILENIO



