Por Francisco Villarreal
Los chamacos de mi generación, o sea los “baby boomers”, crecimos con una oreja en la radio y un ojo en la televisión. Ejercitamos por igual la imaginación estimulada por las palabras y el enfrentamiento con la realidad generado por la imagen. Pero algo que tal vez nos enlace más es que todos, así mínimamente, escuchamos y/o cantamos canciones de Cri-cri, “El grillito cantor”. No pretendo ser disruptivo, pero aunque me aprendí algunas de sus canciones, no me gustaban demasiado. Mi primera educación musical estuvo encadenada a la XEFB, XET, XEAW, XEBJB y TKR. Pero entre boleros y polkas, se me colaron estrofas de Cri-cri. Una canción en particular, bastante didáctica, es “La marcha de las vocales”. Seguramente me ganchó la música, porque al entrar a primaria yo ya sabía deletrear. Recordaba esto ahora que se insiste tanto en las marchas de los “zetas”, es decir, los jóvenes de esa generación, no los conocidos malandros. Hago la aclaración porque en el caos informativo actual cualquiera se confunde. Aunque admito que habrá alguno que recordando la fallida toma de Palacio Nacional, creerá que en la primera “marcha Z” hubo al menos una delegación de esos delincuentes. Es una suerte que a don Gabilondo Soler no se le ocurriera hacer una versión de aquella canción para todo el abecedario, incluyendo a la letra Z. Ya imagino a los “baby boomers” infiltrados en la primera marcha canturreando a Cri-cri, una marea de grillísimos cantores.
Se ha divulgado que esta nueva “marcha Z”, del 14 de diciembre, fue igual o más insignificante que la segunda. Supongo que muchos oficialistas estarán felices. Aunque detesto las marchas, por el caos que causan, comprendo que muchas veces son muy necesarias, sobre todo cuando no existe disposición al diálogo en una o ambas partes. A estas alturas, todavía no sé quiénes convocaron a esta marcha. Si realmente fueron jóvenes organizados bajo la bandera de la “Generación Z”, parece que no hay consenso ni coincidencia entre ellos respecto a lo que demandan. Tampoco parece haber una identidad con los movimientos “Generación Z” a nivel mundial, como no sea el rango de edades. Para nada fue una buena idea convocar a esta nueva marcha justo en el inicio del “maratón Lupe-Reyes”. Y peor idea realizarla poco después del festejo morenista que llenó el Zócalo y sus alrededores con alrededor de 600 mil personas. Pero a reserva de que se vuelva a hacer una convocatoria desde este grupo de jóvenes, debemos asumir varias cosas. Hay que entender que las demandas de los jóvenes Z-etarios no son fantasías y nos involucran a todos: salud, seguridad, educación, empleo… Tampoco tiene qué ser una marcha exclusiva para jóvenes. Ellos convocan, pero cualquiera puede marchar con ellos, siempre que vayan a apoyar sus demandas y no otras. Esto permitió que la oposición mexicana y la ultraderecha internacional usurparan la primera convocatoria. También debemos aceptar que la “Generación Z” no es una masa ideológicamente homogénea. Estos tecnoadictos no son necesariamente “de izquierda”, y sólo son “progres” en la ruta que ellos determinen de acuerdo a las pésimas expectativas que tienen de su futuro. Los “baby boomers” cavamos tumbas, los jóvenes Z deben trabajar haciendo adobes.
No entiendo cómo en Estados Unidos, la “generación” Z se inclinó tanto por el flagrante fascismo de Donald J. Trump. El infame presidente gringo está destruyendo el futuro de los jóvenes estadounidenses, y de paso el de todo el mundo. En México, la verdadera “Generación Z”, no la de farsantes y traidores, no parece haber tomado suficiente fuerza. Tienen en su contra que sus convocatorias han sido contaminadas por la ultraderecha internacional y sus títeres mexicanos. Se les ve con recelo o con burla. Tampoco han sabido deslindarse de sus posturas partidistas. No se trata de proclamarse apolíticos, sino de afianzarse políticamente desde las carencias que existen en la generación que representan, no en la línea de los partidos. Si tienen la conciencia generacional que presumen, deben entender que no hay matices políticos en las demandas de la sociedad, lo que nos enfrenta no es eso sino la exigencia de soluciones condicionadas por posturas ideológicas, propias, ajenas o alquiladas.
Lo que vi este domingo, la verdad, no me pareció una marcha sustancialmente Z. No porque no hubiera jóvenes de este rango de edad, que sí los hubo. No vi un movimiento enraizado en una juventud que es efímera y que si no aprenden a organizarse ahora, terminarán como rémoras de la siguiente generación, escondiendo su frustración detrás de consignas, inquinas y rabia. Vi rescoldos de las marchas rosas, las de los intocables del INE, las de los defensores de la prevaricación judicial, y las de los despistados que no alcanzaron a ir a la Basílica el 12 de diciembre e hicieron su peregrinación a destiempo. No vi muchas exigencias de un gobierno eficiente, vi el sueño guajiro de derrocarlo. Una lectura rápida de su casi silenciosa marcha me remitió más al lugar común en la oposición mexicana: la ausencia de propuestas aceptables en una democracia, porque ordenar no es dialogar. Dicen que marcharon alrededor de 300 personas. No sé cuántas de ellas fueron realmente representando las reales urgencias de una generación a la que le robaron el futuro. Los demás no tienen futuro, marcharon arrastrando los harapos de un pasado violento, injusto, represivo, sanguinario. Si vale mi opinión, a estos marchantes colados, rastrojos de la oposición y de la ultraderecha, yo recomendaría que para la próxima marcha eviten marchar en silencio. La estridencia da por lo menos la ilusión de una multitud. O que de plano, marchen cantando la canción de Cri-cri. Si no han logrado consensos ni respeto popular, por lo menos que se vean simpáticos y despierten ternurita.



