Por Félix Cortés Camarillo
Dos noticias, producto de las vísceras irracionales de sus instigadores, coincidieron en el tiempo en estos días. La primera fue la aprobación de los corderitos legisladores del dizque honorable Congreso de la Unión, mexicana, de incluir en el texto mismo de lo que llaman la Carta Magna, que de tan manoseada parece más bien una Carta Blanca bien fría, la penalización a los vapeadores, esos peligrosos sucedános del cigarrillo de tabaco que Sir Walter Raleigh llevó a Europa de las tierras americanas.
La prohibición constitucional del vapeador nace de que el papá de Andy descubrió a su hijo menor, Jesús Ernesto López Beltrán, usando ese instrumento. Montó en su caballo favorito, que se llama cólera, y ordenó cambiar la Constitución.
No por única ocasión.
La otra noticia, de semejante raigambre, fue la orden ejecutiva del presidente Donald Trump designando al fentanilo como “arma de destrucción masiva”, que firmó y presentó el lunes pasado. Trump fundamenta su decisión en el Código norteamericano, que es su esencial ley penal, en el título 18, parágrafo 282 de la sección 10. Ese texto habilita al secretario de la Defensa, que ahora se llama de Guerra, a dar apoyo militar a todas las agencias que combatan las armas que amenacen la seguridad de los Estados Unidos, como las ya mencionadas armas de destrucción masiva. Ergo, a los fabricantes de fentanilo, los que la transporten, lleven a Estados Unidos y lo distribuyan allá.
En otras palabras los carteles mexicanos del narcotráfico, que ya fueron definidos por el gobierno de Estados Unidos como organizaciones internacionales terroristas, en donde quiera que se encuentren.
Todos sabemos que los vicios de consumo del humano, desde el pulque hasta el fentanilo, pasando por el peyote, tabaco, mezcal, sotol, mariguana, lisérgico, cocaína, heroína y lo que se invente de aquí en adelante, va a seguir siendo consumida y traficada en tanto existan clientes que la soliciten.
La experiencia histórica nos dice que el refrán español de que “el que hace la ley hace la trampa”, y que tiene sus diversas versiones en otras lenguas y culturas, es imbatible. Y que, en consecuencia, toda prohibición solamente genera diferentes formas de evadirla.
El mejor ejemplo debe ser, sin duda, la prohibición del alcohol en los inicios del siglo pasado en los Estados Unidos: lo único que hizo fue encarecer el producto, rducir la calidad incontrolada y auspiciar el crimen organizado para proteger lo mismo a productores, comerciantes y consumidores del whisky americano.
Allá en Madrid, en donde según indicios vive con su madre, el vástago menor debe estar pitorreándose de su progenitor y quemando un porro por la corrida de San Jerónimo.
El otro mensaje lo ha entendido muy bien la señora presidente con A de patria: la probabilidad de que cualquier agencia -le pongo nombre, la DEA- pueda lanzar operativos en contra del fentanilo y sus productores, con apoyo del ejército de EE UU, en cualquier lugar del mundo.
México, por ejempo.
Lo de las prohibiciones es cortina de humo.
PARA LA MAÑANERA DEL PUEBLO (porque no dejan entrar sin tapabocas): Yo, francamente, no entiendo el bochorno provocado en las buenas conciencias mexicanas por el espectáculo de verduleras que se dio la otra tarde en la asamblea legislativa de la Ciudad de México, piquete de ojos y jalón de pelos inclusive.
¿De qué se asombran? Son nuestros -ahora hay que decir nuestras también- representantes y representantas. Nosotros (bueno, yo no) las elegimos en voto democrático, secreto y libre.
Son la quintaesencia de lo que todos somos.
No nos hagamos weyes.



