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Por Francisco Villarreal

Antes de que Óscar Chávez la desempolvara, y mucho más de cuando la revisara Joan Manuel Serrat, mi abuela me cantaba “La Maquinita”, de cuyas estrofas apenas pude memorizar unas pocas. Una canción macabra pero divertida para un infante de mis tiempos, prohibitiva seguramente para los de hoy. Don Ángel Rabanal de la Escosura fue un asturiano que se embriagó de mexicanidad. No sé cuándo escribió “La Maquinita”, tampoco si el singular corrido narra el hecho real, que de serlo sería insólito el choque de un tren de pasajeros con un avión. El escenario de la canción es sangriento y muy descriptivo: cuerpos destrozados, vagones descarrilados, rescatistas frenéticos persiguiendo a cadáveres que huían presas del miedo, funcionarios comedidos y un poco caníbales, ¡un caos!, sin embargo “la máquina seguía, pita, pita y caminando”. Mi cabeza infantil se entretuvo mucho imaginando al aviador del accidente, decapitado, y exigiendo un sombrero para protegerse del solazo.

En estas vísperas de San Silvestre, aquel papa mediocre pero oportuno, me azotó el recuerdo infantil de “La Maquinita” no tanto por el trágico trenazo “interocéanico”, más bien por sus consecuencias inmediatas. De pronto, titulares, columnas y comentarios “en-redados”, desmenuzan el evento con una intensidad que me remite a las campañas feroces contra don Andrés antes y durante su sexenio. Si no estabais enterados (y adas), el único título que poseo y presumo es el de Técnico Mecánico. En ese nivel, aprendí algunas cosas sobre ingeniería, y la danza matemática de las fuerzas en reposo y en movimiento. Aún así, no puedo ni siquiera describir los detalles generales del incidente. Cuando estudiante, me entusiasmaba mucho la materia de Resistencia de Materiales; pero ni así puedo dictaminar algo sobre las balastras de la vía interoceánica, ni de la fortaleza de los vagones y las máquinas. No deja de asombrarme que ahora, de pronto, personajes nativos del escritorio y del tapanco del enano legendario, están analizando el accidente y sacando conclusiones pontificias, más sobre presuntos causantes que sobre las causas. Es cosa de darles tiempo a estos peritos y podrían elevar el trenazo a la categoría de castigo del colérico Yahvé.

Los accidentes ferroviarios en trenes con pasaje son novedad en México porque durante décadas no hubo trenes de pasajeros, si acaso alguno turístico y muy limitado. Noté que un portal de noticias relacionó de inmediato este accidente con el de los peregrinos franciscanos, allá por los años 70, aquí cerca de Nuevo León. Me salvé de milagro, porque mi abuela me llevaba cada año a celebrar a mi tocayo en Real de Catorce. Pero no hay ninguna comparación entre ambos accidentes. Recordé también aquel accidente en España en el 2013, cuando un tren descarriló matando a poco menos de cien pasajeros y dejando otros tantos o más heridos. No sé a quién podrían culpar nuestros sesudos especialistas, pero aquel accidente en Santiago de Campostela se debió a que el conductor de la máquina se distrajo hablando por teléfono. Ojo, peritos de oportunidad, el que un tren tenga vías reduce, pero no elimina la necesidad de un conductor.

El terrible accidente del Tren Interoceánico merece y exige toda la atención del público. No porque sea una obra emblemática de la 4T sino porque es una obra vital para el desarrollo del sur de México que incluso tiene impacto positivo mas allá de la frontera sur. Se comprende la presencia inmediata de la presidenta Sheinbaum en el lugar, pero por más científica que sea, ella no va a descubrir las causas ni dictaminarlas. Su trabajo es la atención a las víctimas, como capataz de las instancias investigadoras del siniestro, y ejerciendo un criterio riguroso para que el dictamen definitivo sobre el hecho, las causas, las consecuencias y las responsabilidades, no sea verosímil sino verdadero. ¡Caiga quien caiga! Más allá de esto, toda la verborrea y tintorragia que se emita en medios y redes, es lo que parece: el enésimo intento de periodistas, analistas, políticos y “opinones” farsantes por descarrilar este gobierno, el anterior, y toda la 4T si es posible. Esos mismos que evitan confirmar que el “aeropuerto” de Texcoco es una laguna y nunca dejó de serlo, según la opinión autorizada de una familia de flamencos y cientos de usuarios como patos, garzas y gallaretas.

En tanto, la secuela mediática que se nos pretende machacar durante muchos días empata muy bien con una de las estrofas de “La Maquinita”:

“Los zopilotes estaban

Sobre los muertos volando

Y la máquina seguía

Pita, pita y caminando.”

José Francisco Villarreal ejerció el periodismo noticioso y cultural desde los años 80. Fue guionista y jefe de información en Televisa Monterrey. Editó publicaciones y dirigió el área de noticias en Núcleo Radio Monterrey. Durante el neolítico cultural de Nuevo León, fue miembro del staff del suplemento cultural “Aquí Vamos”, de periódico “El Porvenir”; además fue becario de la segunda generación del Centro de Escritores de Nuevo León. Ha publicado dos poemarios: “Transgresiones” y “Odres Viejos”. Actualmente en retiro laboral, cuida palomas heridas y perros ancianos mientras reinventa la Casa de los Usher.

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// Francisco Villarreal

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Autor: lostubos
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