Por Félix Cortés Camarillo.
felixcortescama@gmail.com
Para los judíos, es el sitio que Jehová su Señor les mandó decir con Moisés, su mensajero favorito, era la tierra prometida, y es en donde se encuentra el Muro de los Lamentos, lo que queda del templo de Salomón, a donde van a rezar balanceándose de adelante hacia atrás cada vez que algo se les atora o tal vez por causa desconocida. Pero al mismo tiempo es la reconocida capital del estado de Israel, importante entidad de la geopolítica mundial.
Para los árabes es su tierra ancestral en donde se encuentra la formidable mezquita de Al Aqsa, el tercer sitio sagrado del Islam, con su brillante cúpula que destaca en el por otra parte soso paisaje de Jerusalén. Si uno visita estos territorios áridos, polvorientos, planos y aburridos, entiende menos la enjundia rabiosa con la que ambas razas se disputan su posesión, su dominio.
Si fuesen las fértiles tierras enlamadas que deja el Nilo en sus riberas luego de las inundaciones que provoca, pasa. Si fuesen las hermosas laderas en donde una vez existieron los jardines colgantes de Babilonia -que no eran más que modernas formas de cultivo en forma de balcones descendientes- o la cuna de la agricultura que es la Mesopotamia, que hoy es capital de Irak, se entiende.
Vamos, podríamos decir que se puede comprender la acrimonia mutua, si debajo de esas dunas hubiera petróleo, aun y cuando el oro negro está muy a la baja en la apreciación universal y las prognosis de desarrollo del mundo.
Pero lo cierto es que en las últimas horas del Ramadán, el noveno y más sagrado mes del calendario del Islam, en que los árabes se abstienen de comer y beber desde el amanecer hasta la noche, el fuego mortal que ha estado omnipresente en diferentes grados en la franja de Gaza. Las hondas y los misssiles se enfrentan, sin importar el lado desde donde se usen. La intransigencia persiste; los niños mueren aumentan la estadística que menos importa en una guerra como esta, irracional como todas las guerras.
Cuando lamenté esta última frase, un tonto me dijo que esos muertos estaban muy lejos. Me sugirió el imbécil que titulara un Cancionero «si ni parientes somos».
Tal vez eso es lo que más me duele en torno a una tierra que se dice santa. Las palabras de rechazo, incomprensión, cierre a cualquier diálogo y agresividad que lleva a la muerte, pueden parecer lejanas, si uno repasa el discurso del gobierno mexicano hacia sus mexicanos todos, resulta demasiado familiar.
CANTALETA (HASTA EL 6 DE JUNIO): Dice Catón, y yo estoy de acuerdo con Armando Fuentes Aguirre: «un voto por Morena es un voto contra México». Ahora, me encantaría recordarle al presidente López que su frase de la mañanera de ayer para eludir su insensibilidad a la tragedia de la línea 12 del Metro, lo remite a Marx, cosa que él debe saber ya que presume provenir de la izquierda. Pero, la frase «nada humano me es ajeno» la escribió Publio Terencio en una comedia 162 años de que Cristo marcara un parteaguas calendárico. Marx la citó en un juego verbal con sus hijas, en el que había que contestar con una palabra a cada pregunta. Él contestó en latín, que se valía: Homo sum, humani nihil a me alienum puto. Don Miguel de Unamuno, al inicio de su escrito «Del Sentimiento Trágico de la Vida» lo retoma y adorna. Por lo menos, que al presidente López le informen sobre sus tarjetas.