Por Félix Cortés Camarillo.
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Durante años se dijo en España, y aquí, y en todas partes, que «las cosas de Palacio van despacio». El adagio español tiene una doble interpretación contradictoria.
Por un lado, expresa desdén por el lento ritmo con el que los asuntos burocráticos se resuelven, cuando se logra ello. Por el otro, recomienda prudencia y buen juicio antes de tomar una decisión de importancia.
Equivale al «vísteme despacio, que tengo prisa», que en sus Episodios Nacionales atribuye Benito Pérez Galdós a Fernando VII, cuando un torpe asistente no atinaba a botonadura alguna en vísperas de importante reunión. La frase se le cuelga también a Carlos III y a Napoleón Bonaparte, pero fue el emperador Augusto, según Suetonio, el que acuñó el principio de apresurarse con lentitud: «camina lentamente si quieres llegar más pronto a un trabajo bien hecho».
En el torbellino social y político que ha significado la cuarta simulación, ambas interpretaciones han sido enviadas al baúl de los recuerdos acedos de México. En la prisa por descalificar todo lo que este país ha logrado con trabajo durante tantos años el solitario en Palacio ha tenido la disposición plena de todos sus corifeos. Más tarda en parpadear el Señor que haya quien le corrija el rimmel.
Ese es el secreto de esta administración: desarmar con presteza todas las instituciones del país: Hoy le toca al Banco de México, mañana al INE, enseguida al INEGI, a la competitividad, la transparencia, la Historia de México, la educación elemental o los partidos políticos. Finalmente, a la tan frecuentemente ultrajada Constitución.
Pero el blanco inmediato de estos proyectiles son las elecciones del 6 de junio. Específicamente, las claves elecciones de Nuevo León.
Andrés Manuel López Obrador tiene muchos defectos. El de ser tonto no está incluido. Él sabe perfectamente que con su plan A para la gubernatura no tiene posibilidades de ganar. Sólo queda el peligrosísimo plan B: descarrilar las elecciones. Descalificarlas, anularlas, destruirlas, lo que sea necesario para no dejar que la cuarta simulación pierda el poco poder que sueña tener en el estado más importante de la federación.
Argumentos, pretextos, triquiñuelas, zancadillas, no ha de faltar. Insuficiencia de controladores en las casillas, robo de urnas, ratón loco, muertos sin sepultura electoral, hackeo electrónico, encuestas ilegales, excesos en el gasto de campaña, perfil criminal súbitamente descubierto de los candidatos, o la muy eficiente Unidad de Intimidación Fiscal que comanda el Lic. Nieto, de futuro brillante en el Gabinete del presidente López, serán los proveedores.
El presidente López no se puede permitir el lujo de perder Nuevo León. Si lo pierde, comenzará la pendiente hacia abajo. Anything goes es una de mis favoritas. comedias musicales de Broadway. Todo se vale. El otro día, alguien me comentó que en esta crisis que no advertimos, los neoloneses sólo dependemos de los otros neoloneses, los del poder económico. Con todo respeto a ellos, no creo que puedan hacer mucho.
Hace falta un masivo levantamiento. Yo confío, le dije a un amigo el sábado, en un fuerte levantamiento de las mujeres y los jóvenes que se insurrectos en contra del abstencionismo y sobre todo de lo demás.
No hay que levantarnos en armas.
Hay que levantarnos en urnas.
CANTALETA (HASTA EL 6 DE JUNIO): Dice Catón, y yo coincido con Armando Fuentes Aguirre: «un voto por Morena es un voto contra México». Dice el presidente López, con razón que no es frecuente, que un buen funcionario público es el que dice «no, eso no está bien». ¿Cuántos de los del primer círculo del presidente López le saben decir que lo que hace no está bien?