Por Francisco Tijerina Elguezabal.
“El mundo fue y será una porquería, ya lo sé,
en el quinientos seis y en el dos mil también…”
Enrique Santos Discépolo “Cambalache”
Extraña resulta la manera en que algunas cosas se han invertido con la pandemia.
Hace unos días el candidato a una alcaldía metropolitana me comentaba que, hasta antes de la llegada del Coronavirus, las llamadas que se recibían en los números de emergencia cada fin de semana alcanzaban más de un 70 por ciento a las correspondientes a hechos violentos dentro y fuera de las casas.
Hoy resulta que ese mismo 70 por ciento y más de los telefonemas pidiendo apoyo son originados por quejas de vecinos por fiestas, música y ruido de sus vecinos. No salimos, nos quedamos en casa, pero trasladamos la pachanga a los hogares sin tener ninguna consideración con quienes habitan en nuestro alrededor.
Sin embargo, aquí hay que resaltar un detalle: el incremento en los casos de violencia intrafamiliar, así como también el alza en el nivel de violencia en las discusiones con los propios vecinos que, desesperados, exigen bajarle al volumen o de plano detener la fiesta, amén de los coches estacionados bloqueando cocheras y otro tipo de situaciones que se dan cada fin de semana en los distintos barrios y colonias de la zona metropolitana.
Intentando saber si el fenómeno era privativo de un municipio, te topas con la sorpresa de que el tema afecta a todos por igual y que no hay distinción entre clases económicas; los pobres y los pudientes le suben al radio igual, tal vez con distinto tipo de música, pero tienen la manía de difundir públicamente sus preferencias musicales y de ser posible, cuando el karaoke hace de las suyas, de demostrar sus habilidades o sus miserias en materia de canto.
El confinamiento de más de un año nos ha enseñado muchas cosas, pero también nos cobra el alto precio de reducir nuestros niveles de paciencia y tolerancia, de manera que todo el tiempo estamos mucho más irritables, coléricos e irascibles.
Tal vez producto de este encierro se da este extraño fenómeno de rebelión, de celebrar cualquier cosa en grande y más que las comidas o bebidas, hablamos de hacer que todos a nuestro alrededor se enteren que tenemos pachanga y que lo estamos pasando a todo dar.
Sí, ya no hay tantas llamadas para denunciar robos, asaltos o pleitos callejeros. Hoy las policías deben dejar de cuidar a la ciudadanía para andar de inspectores de niveles de sonido en la mayor parte de las ocasiones, atendiendo también temas de pleitos entre familias o entre vecinos.
Dentro de las lecciones no aprendidas de la pandemia deberíamos practicar la paciencia, la prudencia y la tolerancia, así como también el criterio y el respeto hacia los demás. Los dramas de pleitos vecinales son historias sumamente tristes cuando enfrascados en un pleito familias enteras se provocan daños irreversibles, ya que al final terminarán viviendo en el mismo sitio, unos al lado de los otros, con la huella indeleble de aquella noche fatal.
Los tiempos han cambiado, pero hay cosas que no deberían cambiar.