Por Félix Cortés Camarillo
Debo decir con honestidad que no conozco a Jorge F. Hernández.
Tuvimos, sí, un par de gratas conversaciones en Miami, cuando los dos publicábamos sendas columnas en el querido diario Milenio. Compartimos nuestras afinidades, entre ellas el amor por Madrid y otras minucias agradables y jocosas y coincidencias extrañas porque Jorge es veinte años menor que yo.
No he leído ninguno de sus libros, que adivino ligeros y ágiles como su conversa. Me prometo buscar La Emperatriz de Lavapiés y sus mini cuentos escritos durante su pandemia, que me parece que ya conocieron la caricia del rodillo de la imprenta, así como sus otros libros, que disfrutaré sin duda. Por ahora, sí sigo sus colaboraciones que Jorge retomó en Milenio, bajo el genérico título de «Agua de Azar».
Jorge había sucumbido a la ineludible tentación que los escritores –Rodolfo Usigli, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Sergio Pitol y otros– tuvieron enfrente. Buscar un estipendio en el cuerpo diplomático. Así lo conocí y así estaba hasta la semana pasada como agregado cultural de la embajada de México en España, cuando su agua de azar le costó la chamba.
Debo decir con gusto que no conozco al señor Marx Arriaga. Nunca lo he visto ni he cruzado palabra con él. Ni quiero. Pero conozco un par de sus tropelías.
Entre otras cosas, siendo del equipo cercano de la señora Beatriz Gutiérrez Müller de López Obrador, recibió primero el cargo de director de las bibliotecas nacionales e inmediatamente después de su fracaso ahí, el importantísimo encargo de rediseñar los libros de texto gratuito que se entregan a los mexicanos más pequeños como lectura obligatoria.
Por fortuna, en el breve lapso que ha estado en esa tarea, solamente ha podido destrozar uno y medio de esos libros. Hasta donde me informan, la transformación de esos textos ha consistido en politizar los contenidos en el sentido de embellecer la llamada cuarta transformación y el proceso que nos llevó a ella.
En su afán de superación, el señor Arriaga comete una imbecilidad más grande que la anterior. La más reciente ocurrió la semana pasada, en el Estado de México, en donde bordó un discurso sobre el eje central de que «leer por placer es un acto de consumo capitalista».
Según esto, los seres humanos solamente debemos leer para obtener una raigambre de pensamiento revolucionario que nos lleve a la acción.
Ese planteamiento retrógrada y estalinista fue tomado por Jorge F. Hernández en su «Agua de Azar» del viernes, y elegantemente desmenuzado, sin necesidad de mencionar al troglodita autor del aserto. Una columna digna de lectura. Por placer.
Más rápido que un aeroplano, el mismo viernes de la publicación, don Enrique Márquez, quien es director de Diplomacia Cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores hizo público un comunicado en el que dio a conocer que la Secretaría daba por terminado el contrato de trabajo con el escritor por «comportamientos poco dignos de una conducta institucional».
Más tarde, cuando las causas fueron evidentes, el mismo señor Márquez dijo que la medida se había tomado porque en una reunión Hernández se había referido en términos misóginos y ofensivos de su jefa, la embajadora de México en España. Lo cual es, dice Hernández, absolutamente falso.
El caso está, obviamente cerrado. El que manda, manda, decía un querido jefe mío. Y si se equivoca, vuelve a mandar. A Jorge Hernández no le debe faltar trabajo; lo que le sobra es dignidad.
PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapaboca): con todo respeto, señor presidente, ¿cual pieza le parece primero para su cacería: el INE, el INEGI, la SCJN o el TEPJF? Tiene muchas balas en la cartuchera.
felixcortescama@gmail.com