Por Eloy Garza González
En mi más reciente programa de “Charla con Eloy Garza” entrevisté a Vero Solís. Mi amiga es una reconocida diseñadora de modas y es oriunda de Monterrey. Ha hecho mancuerna con artistas y cantantes famosos como Marco Antonio Solís, Belinda, Verónica Castro y la finada Jenny Rivera.
Entre los temas que abordamos salió uno muy controvertido: los derechos de propiedad intelectual.
Resulta que un bien cultural de México como la baraja de la lotería es marca registrada. “El Diablito”, “El Valiente”, “La Chalupa”, “El Borracho” no son imágenes de dominio popular. Si las quieres usar tienes que pagar regalías. A mí, esto no me parece muy justo. Aunque sea legal.
Dicho tema de registro me llevó a otro tema igualmente injusto. Los compositores de canciones tienen un apartado legal con derechos y obligaciones, pero en la práctica se cometen muchas injusticias.
Les cuento una anécdota. Hace muchos años un compositor desconocido tocó las puertas de la casa de Vicente Fernández, el famoso Charro de Huentitlán. Lo recibió tres días después. Este compositor desconocido literalmente se sentó a esperar a su ídolo afuera de su casa. Montó guardia afuera, a la intemperie.
A don Vicente no lo quedó otra opción más que recibirlo. Le pidió que le dejara las partituras de sus canciones y que volviera dentro de un mes.
Tal cual hizo el aspirante. Volvió a casa de don Vicente y el cantante le dijo que le habían gustado tanto sus partituras que cerraría el trato en algo así como 10 mil pesos por canción.
Humilde, el compositor le agradeció sus atenciones con los ojos llorosos. Nunca se había imaginado tanto dinero junto. Incluso le dijo que tendría que abrir una cuenta para que le depositara ese ingreso.
“¿Depositarte yo? No te equivoques.” Le aclaró tajante don Vicente. “Esa cifra es lo que yo te voy a cobrar por cantar tus canciones”.
A la larga, don Vicente cambió de parecer y se hizo muy amigo de este compositor que se convirtió en el autor de cabecera del Charro de Huentitlán. Así surgieron éxitos como “Acá entre nos”, “Bohemio de afición”, “Que de raro tiene”, “Urge” y “Mujeres divinas”.
Este compositor se llama Martín Urieta y ahora es el Presidente de la Sociedad de Autores y Compositores de México. Es una leyenda de la música ranchera gracias a don Vicente.
Y el gran cantante de ranchero le debe también parte de su celebridad en el mundo de la música vernácula gracias a Martín Urieta. Fue una mancuerna provechosa.
Ahora es muy difícil que pudiera suceder algo similar. Las condiciones están para que se reduzca el número de artistas célebres porque no hay tanto espacio para que tantos brillen.
O más bien, son tantos los aspirantes gracias a las redes sociales que el estrellato se vuelve un proceso complicado.
Loa cantantes exitosos y con recursos para proyectarse, prefieren contratar letristas y músicos a su servicio que les compongan sus canciones y luego ellos mismos, registrarlos con su nombre. Ejemplos hay muchos.
¿Cuál es el problema de esta nueva práctica musical? Que el compositor ve reducido sus ingresos y en este nuevo star-system o verdadero autor pasa de creador a simple empleado.
Es decir, el cantante célebre no está infringiendo ninguna ley pero por falta de recursos muchos compositores inspirados prefieren el sueldo fijo. Tómenlo o déjenlo.
El tema es complejo como lo son todos los temas relacionados con el mundo del arte. Y la composición musical entra sin lugar a dudas en el mundo del arte.
A mí no me gustan mucho las canciones de Martín Urieta; las siento muy machistas, pero sí hay que reconocerle su talento como creador de cultura popular.
Cuando don Martín canta personalmente sus éxitos ya es distinto, porque esa frase de don Martín “no canta, pero sí encanta”, es para dar a entender que canta muy feo. Pero no todos nacimos buenos para todo. Algunos no cantamos ni en la regadera.