Por Eloy Garza González
Al cabo de dos intentos, terminé de ver el documental de Netflix: “Red privada: ¿quién mató a Manuel Buendía?” (2021). Su director es Manuel Alcalá. Mi primer intento de verlo fue fallido porque a poco más de la mitad me quedé dormido. Hasta el segundo intento completé el susodicho documental.
A mí me aburren las investigaciones periodísticas que formulan preguntas concretas y después no las responden. En filosofía, metafísica o pronósticos deportivos se vale preguntar sin llegar a ningún lado. En periodismo no: al menos debe hacerse el intento. Pero en este documental el intento se reduce a pretender sacarle la verdad a un político reconocidamente bandido, a quien le encanta contar mentiras por placer o por “servir al sistema”. Y a un colega de prensa con reputación en trámite.
Actualmente, muchos documentales se fabrican en fast track. Tres o cuatro entrevistados, la voz en off de un actor reconocido, producción dizque sofisticada y música melodramática.
Los asegunes comienzan al desmenuzar las secuencias, al desentrañar lo inconsistente del guion, al descubrir que el realizador camina en círculos.
Sin restarle sus grandes méritos a Manuel Buendía (porque ocupó a pulso su lugar en ligas mayores), decir que usaba pistola por protección personal es ridículo: la usaba porque le gustaba amedrentar gente. En muchas ocasiones Buendía desenfundó su pistola contra un colega de prensa por el puro gusto de verlo temblar de miedo. O para que (en sus propias palabras), “se meara en los pantalones”.
Cuando fue jefe de prensa del entonces Distrito Federal, Buendía silenció a billetazos a muchos medios para que no publicaran nada relativo a la matanza del Jueves de Corpus (el llamado Halconazo). Compró muchos periodistas con dinero o bajo amenazas de dejarlos sin empleo.
Este tipo de facetas contradictorias del personaje Buendía las pasa de puntitas el documental. Y es que en sí, la investigación sobre el asesinato de Buendía no aporta nada nuevo a lo que ya todos sabemos o especulamos. Aquí no hay novedad. Pura evocación nostálgica.
Por otra parte, decir que Buendía era el periodista mejor informado de México porque había recortado y clasificado muchas notas de prensa, y con ellas llenó archiveros completos, es ignorar que ese método “rústico, pero efectivo”, lo utilizaban todos los buenos periodistas. Todos. No se si sepan que en los años 80 no existía Internet ni Wikipedia. Yo mismo, trabajando de chavito en un periódico de Monterrey, junté miles de recortes de notas de prensa en fólders temáticos (los cuales aún conservo en mi casa en cajas de plástico, no tanto por romanticismo sino porque me da flojera tirarlos).
Los entonces jóvenes reporteros regiomontanos de gran oficio como Obed Campos (con quien compartí mucho tiempo el mismo cubículo en la misma sala de redacción), tenían en aquellos ayeres un sistema de recopilación de notas un tanto diferente: Obed las pegaba con tape en las paredes de cristal de nuestra madriguera, sobre la sección de la que era titular: la policiaca. Así que gracias a Obed yo escribía mis editoriales rodeado de fotos en blanco y negro de cuerpos sin cabeza, asesinos confesos o víctimas apuñaladas, ahogadas en tinta sangre del corazón (como cantaba Julio Jaramillo).
Cierto: Manuel Buendía era un hombre muy entrón, decididamente valiente. Se enfrentó con el poderoso político Rubén Figueroa (desde luego que por cuestiones pecuniarias y chayotes no entregados), pero se admira con franqueza a quien acusa de corrupto con pelos y señales a un declarado matón como lo fue don Rubén. No cualquiera se atreve en el medio; menos ahora. Además, lo que sí tenía Manuel Buendía era no una sino varias gargantas profundas, incluyendo la CIA, a la que luego balconeó.
Quizá el mejor indicio no explorado en el documental “Red Privada”, estriba en que a Manuel Buendía no lo mató éste o aquél político, sino un grupo de políticos encumbrados, de alta envergadura, entre quienes estaban tocayos suyos.
Estos mismos políticos desviaron las pesquisas, culpando ante la opinión pública a la ultraderecha; juntaron los artículos que había escrito Buendía en contra de algunos ultraderechistas y a troche moche el mismo gobierno armó y patrocinó un libro titulado “La ultraderecha en México” (1984) e hizo un tiraje de un millón de ejemplares.
En el artículo de mañana les daré estos indicios a los que me refiero. Hoy ya no le sigo para no aburrirlos ni inducirlos al sueño como me pasó a mi con este documental.