Por Carlos Chavarría
Toda nuestra historia “democrática”, así como el desarrollo económico y social alcanzados, se fundaron sobre recursos que se dijo que eran propiedad de la nación… y lo creímos.
Los gobiernos emanados de la revolución y hasta los actuales, armaron todo el aparato legal para que nadie pudiese usurpar el papel de propietarios y sólo el estado tuviera ese derecho. También lo creíamos, hasta que la sociedad empezó a darse cuenta de algo no estaba bien.
La gran mayoría de los funcionarios públicos de todos los niveles, desde el presidente, gobernadores y alcaldes, así como sus funcionarios que los acompañaron en la “honrosa tarea de servir a la comunidad” terminaban con un patrimonio muy superior al que tenían cuando tomaron sus cargos. En algunos casos ostentaban su riqueza de forma insultante.
Lo que ha ocurrido a lo largo de 100 años del discurso político acostumbrado, ese tan manido argumento sobre la defensa de la soberanía de nuestros recursos, fue que poco a poco los monstruos burocráticos creados por el gobierno se tomaron muy a su manera la interpretación de las cosas y se abrogaron por encima de la sociedad con el derecho explotar a su antojo y mal, “la propiedad de la nación” .
A la sociedad callada que tiene algo que perder y no tiene tiempo para perderlo en grillas la cooptaron con migajas, cumpliendo con medianía la solución de los problemas que en cualquier otro país, gobernado por gente honrada, ni siquiera sería motivo de festejo alguno, pues es cumplimiento a secas.
A las fuerzas vivas, esas que tomaban la calle, les otorgaban cotos de poder y pasaban a formar parte del mismo mecanismo explotador de la propiedad de la nación, ahí se cuentan infinidad de sindicatos y empleados públicos que veían también resueltos sus problemas económicos para siempre.
Aquellos que optaban por la ruptura del orden también tuvieron y tienen sus espacios creados para su antojo y pasaron a formar parte de una “oposición oficialista” diseñada para que pareciera que había democracia, entre estos también se cuentan fortunas de fama pública.
Para los más pobres, a esos sectores les esperaba la perpetuidad de su condición, a través del engaño de las dádivas del gobierno, en forma de múltiples mecanismos perversos que los volvieron dependientes de la voluntad política del momento bajo el concepto de “desarrollo social”.
Todos los recursos de la nación así como la renta misma producida por la sociedad se usaron para servicios públicos caros y de muy mala calidad. Los proyectos de inversión bajo la mano de los gobiernos se convirtieron en nuevos fenómenos burocráticos y nunca se pudo identificar la recuperación de esos enormes capitales invertidos.
Todo se disfrazaba con subsidios diversos que distorsionan la realidad económica y siempre terminamos con crisis que todavía no terminamos de pagar.
Todo esto ocurrió porque no existían medios, mecanismos, ni voluntad para controlar a los gobiernos, y es fecha que los existentes son aún muy débiles y bien poco efectivos.
La voz popular llego a la conclusión de que si el gobierno administrara los desiertos en bien poco tiempo ya no tendríamos arena. Imaginemos, ¿qué ocurrirá con las reservas de litio?.