Por Félix Cortés Camarillo
No tenemos noticias de la manera en que Luis Echeverría Álvarez celebró ayer su cumpleaños número cien allá en su casa de la Magdalena Contreras, al suroeste de la capital del país. Su última aparición en público fue cuando acudió al estadio de la UNAM, al módulo de vacunación, para recibir su dosis del inmunológico.
La percepción generalizada y hecha circular con discreción es que, salvo el impedimento para desplazarse por su propio pie, el presidente más polémico de la historia reciente de nuestro país conserva una salud concordante con su edad, mantiene lucidez normal y procura estar al tanto de la información sobre la res publica.
La vida de este peculiar personaje abunda en mojones históricos plenos de dramatismo, desde su participación –al querer o no– de lo que sucedió el dos de octubre de 1968 o en el Jueves de Corpus más adelante, hasta su relación con la clase empresarial, especialmente la de Monterrey.
Según acuciosos historiadores, Luis Echeverría es uno de los presidentes mexicanos, junto con el actual Andrés Manuel, que explícitamente más se ha identificado con el dogma y la conducta juarista, por lo menos en lo escénico y verbal. También los dos son los más proclives a identificar su política con un exacerbado populismo, y una hostilidad agresiva hacia los empresarios mexicanos, especialmente los de Monterrey.
“Emisarios del pasado”, “encapuchados de Chipinque” fueron solamente un par de las agresiones verbales del presidente Echeverría.
Precisamente por ello, lo que marca al sexenio de Echeverría Álvarez es esa permanente agresividad hacia el sector privado de Monterrey, que tuvo su cima la tarde lluviosa del 18 de septiembre de 1973 en el panteón de Dolores en Monterrey.
Era el funeral de don Eugenio Garza Sada, insigne empresario mexicano que dejó impronta económica, social y ética en el país, asesinado el día anterior en un aparente intento de secuestro por parte de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Previamente, en la ceremonia fúnebre religiosa en el templo de La Purísima, el presidente se mantuvo fuera del recinto, escuchando gritos de condena y mentadas de madre de la multitud.
En el panteón, Ricardo Margáin Zozaya llevó la voz de los empresarios, y de muchos nuevoleoneses frente al presidente Echeverria. En un recuento de las calamidades de inseguridad en el país de ese tiempo, el orador le dijo al presidente sobre los asesinos:
“Lo que alarma no es solo lo que hicieron, sino porqué pudieron hacerlo. Sólo se puede actuar impunemente cuando se ha perdido el respeto a la autoridad; cuando el Estado deja de mantener el orden público”. Cualquier similitud con lo que estamos viviendo los mexicanos en esta etapa de “abrazos, no balazos” no es una coincidencia; es un cinismo.
Al referirse al fomento de las agresiones hacia la iniciativa privada por parte de Echeverría, Margáin Zozaya las definió “sin otra finalidad aparente que fomentar la división y el odio entre las clases sociales”.
Estoy convencido, y quiero equivocarme, que en las insinuaciones de que el gobierno entre en alianza con empresarios mexicanos para comprar Banamex, es una amenaza latente de posicionar al Banco del Bienestar en el lugar número dos de la escalera de bancos en México: una nacionalización a la mexicana del que sigue siendo el segundo banco del país, generando otra inmensa deuda colectiva, un segundo FOBAPROA.
Estoy convencido, y NO quiero equivocarme, de que la intención manifiesta de profundizar las diferencias entre las clases sociales para llevar a una confrontación tendrá que chocar con la clase media, que no va a entrar en el juego y activará sus posturas políticas. Tenemos poco tiempo para ver.
PREGUNTA PARA LA MAÑANERA (porque no me dejan entrar sin tapabocas): con todo respeto, señor presidente, ¿en cuanto estima usted y su secretario de Hacienda los impuestos a pagar –en donde sea– en la operación de compra venta de Banamex?
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