Por José Francisco Villarreal
Hace pocos años, durante un divertido debate sin ideología y con escasas ideas, a un tipo conocido ahora como diputado federal panista Gabriel Quadri de la Torre, le festejamos con burlas pasalonas su atenta muy mirada sobre la humanidad de una edecán. Es muy probable que la joven haya sido llevada ahí con todo el propósito de inquietar a los candidatos varones. Este sujeto cayó en la trampa. Supongo que aún comenta y festeja su instintiva y muy varonil hazaña. No escarmentó. Recientemente volvió a las andadas (que no ha dejado de andar), y ofendió con algo más que la mirada a una compañera legisladora. Un tribunal le obligó a ofrecer una disculpa pública hacia la diputada de Morena, Salma Luévano Luna, y además lo inscribe en una lista negra de ofensores políticos “en razón de género”.
Quadri aceptó el dictamen, con “respeto”, pero no respeta mucho la sentencia, porque asegura que buscará otra instancia “jurisdiccional” para “recurrir la sentencia”. Típico del adolescente que, ante un permiso negado por la madre, busca el del padre. Es decir, que la disculpa ofrecida “públicamente” no tiene validez, porque sin convicción es una mera formalidad. Es como el niño al que obligan a darle besito a una tía que ni conoce y que huele a pomada contra la ciática. Le cala, como calaría a los vivales que medran de la función pública, que esa lista negra sea obstáculo para inscribirse como candidato, ser ungido “pluri” por un partido, o asimilado por una administración pública. Por lo visto el TEPJF, para este eventual panista, es una instancia muy respetable en tanto no sentencie en su contra. “De lo perdido, lo que aparezca”, y su falaz disculpa suena más como una estratagema para mantenerse vigente en la política, una actividad en donde es un evidente peligro social.
En Nuevo León nos dolemos por la desaparición y muerte de una joven, que es un caso real en sí, y además simbólico de muchas que han desaparecido y otras que van a desaparecer. México entero se siente tan lastimado como nosotros. Entre las tantas causas detrás de esta tragedia genocida están mentes vesánicas que se asumen superiores a otros así sean del género masculino, femenino, epiceno o ambiguo. Porque en esa tara mental subyace un profundo desprecio por lo “otro”, lo que no es como yo quiero que sea. Así se decide quiénes son inferiores y se asume el derecho de dominio (y exterminio) sobre ellos. Aunque sea más visible, no sólo es contra la mujer, es contra cualquiera. Una mente así de torcida no puede enderezarse con leyes, por más duras que estas sean. Quadri es la muestra de que la ley obliga, pero no convence. Es la muestra de que hay muchas formas de “desaparecer” a “lo otro”. También desde el poder se “desaparece” a personas y grupos. Aquellos que hacen las leyes son virtualmente más radicales que un criminal, un grupo delictivo, o un gobernador o presidente rebasados o incompetentes. Y lo son porque las acciones legislativas pueden invisibilizar, desaparecer sistemática e impunemente, y además normalizar el odio como si fuera una virtud social. Leyes mal hechas no son leyes, son anarquía pura… (por eso me preocupa tanto la “nueva Nueva Constitución”).
Tipos como ese legislador no se diferencian mucho del patán que manosea a una chica, o del que la rapta para usarla y desecharla, viva o muerta; no conocen el respeto, conocen las “formas” sociales cortesanas y arcaicas, y también la manera de infringirlas. Tipos como este sujeto, incrustados en la tribuna más alta de la democracia mexicana, sólo envalentonan con su ejemplo a los ofensores de género y de especie. Sobre todo cuando, ante la exhibición pública de la insania social, se acepta la sanción pero se mantienen las convicciones que causaron la infracción. La ley, me temo, señala la infracción, pero no elimina la causa. Porque aunque un tribunal ordene tomar cursos contra la “violencia política de género” y “en materia de violencia contra las personas LGBTTTIQ+”, la civilidad no se aprende en un aula, se comprende en la calle, interactuando. Hasta las virtudes cívicas que aprendemos en casa se desmoronan frente a la necesidad de coexistir pacífica y eficientemente con los demás.
Y no hay mucha diferencia entre la impunidad de un delincuente y la de un encumbrado político, si acaso en que la impunidad de uno depende de su habilidad para evadirse y la incompetencia o complicidad de las autoridades, y la impunidad del otro suele estar garantizada por las leyes. Aunque ambos lo son, ¿cuál es el más cobarde?