Por Francisco Tijerina Elguezabal
No soy el único que piensa que el tema del papá de Debanhi Escobar no es la búsqueda de la justicia, sino simple y sencillamente el afán protagónico de alguien que se ha enfermado por la exposición a los reflectores.
Tras 45 años de trabajar en los medios de comunicación, especialmente en la televisión, he sido testigo de la transformación que han sufrido muchos hombres, mujeres y niños, por culpa de la fama y en el caso de don Mario Escobar puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que está severamente contagiado del mal.
¿De qué va eso de andar poniendo ultimátums a la Fiscalía? ¿Quién se cree, se siente o piensa que es?
Resulta preocupante el observar cómo en una conferencia de prensa al lado de las autoridades el hombre se comporta serio, tranquilo y aceptando los avances en las indagatorias que se anuncian, pero como dicen ahora “tres Doritos después”, o sea apenas cruzando la puerta, el hombre se transforma y comienza a soltar teorías y mandarriazos a diestra y siniestra.
Me dicen, no me consta, que al tipo ya le gustó aquello de traer vehículo, chofer y escoltas, que no se quita los lentes oscuros ni para dormir y que todo el tiempo se la pasa posando y ya hasta piensa en una candidatura a un cargo público para las próximas elecciones.
La fama es efímera, pero sobre todo mala consejera y hay que ser cauteloso para saber lidiar con ella.
Pero buena parte de esta culpa la tienen los medios que le dan cabida y espacio, que le hacen sentirse importante, porque más de la mitad de sus comentarios ya son más de lo mismo y si los omitieran el tipo tendría mucha menor exposición y con ello, tal vez y conste que digo tal vez, le bajaría dos rayitas a su chiflazón.
Aunque también hay que decir que el chofer, el vehículo y los escoltas no se los pusieron los medios, de manera que, como dice el refrán, “la culpa no es del indio, sino de quien lo hizo compadre”.