Por José Francisco Villarreal
No sé a quién se le ocurrió el apodo genérico de “licha” para identificar a gente entrometida y chismosa. Debe haber una legión de Alicias nada contentas con el mote. Habrá quienes asuman la descripción con orgullo, como los comunicadores, que matizan el despropósito vulgar de “lichas” a costas de los inocentes psitacúlides, o séase, pericos. Divertida la comparación si no fuera porque los pericos pueden hablar mucho, pero nada dicen; más aún, sólo repiten entrecortadamente lo que escuchan. La identidad entre los pericos y los comunicadores no es tan afortunada como la de los oscuros y rapaces búhos y los abogados. Tal vez es indicadora de un oficio periodístico que se ha demeritado mucho. Hay que recordar que los pericos son pájaros que pueden moverse con bastante libertad por la casa pero siempre regresan a sus jaulas voluntariamente. En esto al menos son muy humanos, porque hay muchos que se mueven libremente, pero siempre cargando sus jaulas.
Lo que me recuerda un refrán que me divertía mucho y que citaba mi agüelo: “No le hace que vuelen alto, echándoles ‘maiz’ se apean”.
“Lichas” o “pericos”, el “maiz” es el mismo. La renuncia de un procurador estatal, las revelaciones de un turbio conciliábulo de hackers, los usuales desplantes frenéticos de una senadora, la renuncia de una secretaria de Estado… ¡ahí está el chisme! Lo que las humildes “lichas” llevan a la fila de las tortillas, los profesionales “pericos” llevan a las primeras planas. Alrededor de los hechos se tejen toda suerte de especulaciones, alguna fortuitamente acertada. En ningún caso, el tsunami de conjeturas torcerá el objetivo real de cada hecho. Si, hipotéticamente, la renuncia del procurador estatal estuvo cocinada entre facciones legislativas locales (que nunca fracciones) y el gobierno estatal, y se está preparando un extraño retorno de Adrián de la Garza a la función pública, ni toda la saliva, ni toda la tinta, ni todos los bites del mundo van a impedirlo. Si los ciudadanos hemos apechugado una dizque “nueva Constitución” que no pedimos, vamos a tener que aguantar que nos endilguen a un procurador de dudosa autonomía, como de costumbre. Y el discurso mediático, de información y de opinión, tendrá que tragarse ese “maiz”. No señores y señoras. En esas decisiones no se consulta, se informa y, de ser necesario, se justifica.
Recién leía que una especialista analizaba el casi abrazo que se dieron don Andrés y doña Tatiana, a propósito de la renuncia de la secretaria. Interesante análisis. Mi agüela tenía una comadre que hubiera llegado a conclusiones mucho más acertadas o por lo menos más sabrosas. Tal vez porque la humilde “licha” no se sujeta a los rigores de una disciplina presuntamente científica, sino al instinto y la empatía. El mejor ejemplo lo dan los animales. Mi perra “Medea” sigue tan poltrona si me levanto de la silla para coger un libro, pero salta y me precede cuando me levanto rumbo a la cocina o al patio. Los animales de presa son necesariamente hábiles para estas cosas. Pero de eso a crear toda una historia, con antecedentes y consecuencias, y sólo por un garabato de abrazo, hay mucha distancia. Es más la polvareda que el “maiz”.
Pero somos adictos a esos “maices”. Por eso la senadora Lilly Téllez nos ha tomado la medida. Sus excesos verbales y sus desplantes son perlas para una antología de la vulgaridad. Aquí en Nuevo León se lo toleramos al “Bronco”, porque era parte de su personaje, muy norteño, muy local, un “piporro” mal dibujado. Pero no creo que la senadora represente un personaje sonorense. Al contrario, ha desmejorado mucho al de por sí tísico debate legislativo. Triste papel de reventadora y provocadora. Hasta el discurso cáustico de Fernández Noroña es más articulado y coherente comparado con el de una presunta profesional de la comunicación. A menos que lo que quiera comunicar sea precisamente eso: la violencia verbal. Y la violencia, de cualquier tipo, casi siempre es epidémica.
Finalmente, me quedo sobre ascuas con el tema de las “guacamayas”, parientes de los pericos por cierto. Siempre será deseable que no existan expedientes reservados ni información confidencial en un gobierno, en ninguna parte. Lo que se oculta puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas. En aras de una administración pública sana, nada debería ocultarse, a menos que la difusión de información implicara un riesgo grave para la gente. Mantener en secreto los emplazamientos y movimientos militares y policiacos contra la delincuencia organizada, por ejemplo. El dilema está cuando secretos de esas dimensiones son aprovechados para colusiones, impunidad y extorsiones. Desenredar la madeja de las revelaciones de un grupo de hackers, nos está distrayendo mucho de lo más elemental de cualquier información: ¿de dónde viene y cuál es su objetivo? Lo uno expondría a lo otro. Y sobre todo, calibrar el “timing” y las plataformas desde donde se difunden esas revelaciones. Una vez que depuremos los “matices” nos quedaremos con la verdad a secas y podremos proceder en consecuencia y sin prejuicios. No lo niego, este “maiz” de las revelaciones guacamayescas se ve suculento, pero, ¡cuidado!, podría estar envenenado.