Por José Francisco Villarreal
Hace años, un par de amigos y yo teníamos que hacer un trabajo escolar (universitario) sobre la lengua española. No recuerdo qué tan relevante era para nuestras evaluaciones, pero sí que era inevitable. Muy dedicados y decididos improvisamos un führerbunker a las afueras de la ciudad para recluirnos en tan ardua tarea. Todo perfecto, salvo que se atravesó el estreno de una película de The Beatles. Como a mí no me gustaba el grupo inglés, acordamos que mis amigos regresarían a la civilización para asistir al estreno, y yo me quedaría adelantando la tarea. Así fue, y el trabajo se terminó sin demérito para alguno. A uno de aquellos le perdí definitivamente la pista desde hace años; el otro ha tenido hasta la fecha una carrera académica muy exitosa, de resonancia internacional. ¿Debo asumir que soy la razón del éxito de este amigo por aquella larga noche que pasé lidiando con la Sintaxis Española de Rafael Seco? ¡Por supuesto que no! La educación en general es una puesta en escena; cada actor cumple con su papel en el escenario. No importa lo que suceda tras bambalinas. Y el buen actor destaca por sí mismo a pesar del guion.
No es el caso, pero por ahí anda, el de Yasmín Esquivel, acusada de plagio. Sólo que a la magistrada, si creemos en las acusaciones, no le ayudaron con la tesis sino que se la copió sin pedir permiso al autor. El abogado presuntamente plagiado es un hombre enfermizo que vive humildemente, hacinado en una casa minúscula de la alcaldía de Xochimilco. Hay muchas contradicciones entre las acusaciones de plagio, la gran mayoría sólo mediáticas, y la defensa de la magistrada, con respuestas reactivas a medios y al menos una formal ante la UNAM. Desde gayola, los malquerientes de la 4T lo han tomado como cosa juzgada. Pero sea que linchen a la magistrada con el desprestigio universal, ya obstruyeron su candidatura a la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, lo que, no nos hagamos tontos, era el verdadero objetivo de este escándalo. No importó a quiénes se llevaron entre las patas de los caballos, a un hombre enfermo, a una magistrada, a un escritor, o a una universidad.
Cierto o falso el plagio, lo que a mí no me llena el ojo es que haya aparecido en un momento muy preciso, justo para sacudir a la SCJN y abortar una candidatura. No es sospecha, es certeza de que fue una operación perfectamente planeada y coordinada, incluidas las reacciones en los medios. Será mejor que no se abuse de ese éxito. Porque por frenar la carrera de una magistrada y obstaculizar a un movimiento político, ya han dejado exhibida, humillada, y fatalmente desprestigiada, la calidad académica de la centenaria Universidad Nacional Autónoma de México, heredera legítima de la Real y Pontificia Universidad de México, la primera universidad en América. Ni el maestro Sheridan, con todo su peso escénico en la cultura mexicana, podrá servir de tafetán para esta herida mortal que han infligido a la máxima de las máximas casas de estudios.
A la fecha, esta locura ya lleva muchas víctimas. Partidos políticos fueron los primeros, porque ya tenían los caminos de la corrupción y el cinismo muy bien andados. Medios de comunicación después, arrastrados por complicidades y componendas. Muchos empresarios, que de próceres del progreso pasaron a ser ideólogos de la sedición. Como niños héroes envueltos en la bandera de la oposición, muchos líderes de opinión también se lanzaron al abismo del desprestigio, y peor aún, ¡por bocazas! El INE no se escapó, así se desgañite con publicidad donde se autoproclama casi como la nana de la democracia, y nos deslice la sutil amenaza de que sin su credencial pinche con una foto peor, no somos ni mexicanos ni tenemos derechos. En esta insensata revolución, también cayeron personajes que hasta no hace mucho eran poco menos que míticos, como el propio Guillermo Sheridan, el catedrático de la UNAM sin cátedra, y cuya fama, como la de otros apodados por don Andrés como “intelectuales orgánicos”, está en su asombrosa capacidad para escribir, escribir, escribir sobre quien sea y lo que sea. Es verdad que el maestro Sheridan ha aportado muchísimo más a la academia desde su escritorio que desde un aula. A la creación, no tanto. En cualquier taller literario de la más modesta casa de cultura hay jóvenes con más entusiasmo, más visión, más creatividad y, eventualmente, más trascendencia. Les decía a mis alumnos de Literatura que si querían disfrutar a Homero (el griego no el amarillo), leyeran la Ilíada y la Odisea; si querían identificarse mejor con él, vieran “Mad Max 2”; pero si querían sólo pasar el examen, leyeran el prólogo de Alfonso Reyes, que también escribió mucho sobre los que escribieron.
La devastación continúa, Gramsci se volvería a morir de risa si viera al maestro Sheridan victimizándose hasta el escarnio. No puedo afirmar que don Guillermo tenga que ver con el todavía presunto plagio de la magistrada. Pero este clamor para su protección al que sólo faltó convidar a San Miguel Arcángel, podría servirle de parapeto para no quedar tan mal si al final se desestima el plagio. Lo bueno de ser un gran lector es que se pueden encontrar soluciones para cualquier cosa. Al final los buenos escritores siempre han sido intelectuales orgánicos que pasaron su vida imaginando el futuro, y en el futuro imaginario están todas las respuestas. Con la salvedad de que los intelectuales orgánicos, no son siervos de un gobierno ni de un partido sino algo así como ideólogos de movimientos sociales, con una rigurosa capacidad autocrítica además. Los nuestros, los intelectuales adheridos como aretes y estoperoles a gobiernos y a intereses económicos, no son orgánicos, son más bien una élite sofisticada de semidioses; en todo caso, no son intelectuales orgánicos sino mentes bastante inertes.
PD: ¿Y ahora qué hacemos con el “Chapito”? ¿Lo regresamos a Culiacán? ¿Lo encerramos? ¿Se lo envolvemos para regalo a Biden? ¿Se lo “ponemos” a Loret en exclusiva para un reportaje? ¿A Adela para una entrevista? ¿Lo mandamos a Master Chef? ¿Le pedimos al INE una consulta pública? ¡Dios! Qué difícil debe ser gobernar. Esto es como dirigir la Maison de Santé del doctor Maillard, que describió Poe en “El sistema del Doctor Alquitrán y el Profesor Pluma”, pero mucho más vesánico.