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Presupuesto NL o la repartición del botín

Por José Jaime Ruiz

@ruizjosejaime

@lostubosmty

No podemos condenar a nuestros políticos por ser sinceros en sus mentiras, lo han hecho siempre. La telerrealidad de la vida pública en Nuevo León “es un género de programación televisiva que documenta situaciones de la vida real supuestamente sin guion, a menudo protagonizadas por personas desconocidas en lugar de actores profesionales”. Al contrario de los reality shows, nuestros políticos son actores profesionales con un guion predecible de la vida irreal que documenta la realidad de sus mentiras.

El reciente affaire del presupuesto es la dramatización de un guion aprendido a golpes mediáticos donde la vida pública está signada por la oscuridad de las oficinas gubernamentales o el reciente búnker del gobernador Samuel Alejandro García Sepúlveda: pelearse en los medios de comunicación para negociar en lo oscurito y luego la foto imprescindible ya no de un divorcio sino de un matrimonio bien avenido.

La puesta en escena de las negociaciones del presupuesto, con la también previsible intervención del presidente Andrés Manuel López Obrador, se asemeja a un programa de Netflix en varias versiones internacionales llamado “Ultimátum. ¿Casarse o renunciar?”: “En este provocativo reality, las parejas ponen a prueba su amor cuando conocen a otros posibles pretendientes”. En realidad Zeferino Salgado a través de Carlos de la Fuente y Francisco Cienfuegos pusieron a prueba su desamor por García Sepúlveda por, oh, paradoja, su excesivo amor al presupuesto.

La telerrealidad es montaje o no es o, para decirlo de otra manera, es la construcción de una mentira. “Nuestras mentiras puede que no sean importantes o intencionadamente perjudiciales, pero todos nosotros, incluso los más abnegados practicantes de la sinceridad radical, caemos en el engaño en cierta medida. En muchos aspectos, es socialmente apropiado. Como sabemos, el engaño forma una parte común de las interacciones sociales corrientes. Está incrustado en la idea del tacto y ayuda a proteger a otras personas de verdades que les causarían daño. Si no mintiéramos, es probable que se nos considerara torpes socialmente, por no decir imbéciles”, describe Robert Feldman en su libro Cuando mentimos. Las mentiras y lo que dicen de nosotros (Editorial Urano, 2010).

Si alguien le cree a la telerrealidad es un imbécil; si se cree en los affaires políticos es doblemente imbécil. O como reitera el de Macuspana, el que cree que el pueblo es tonto es doblemente tonto. Y hasta para contar cuentos hay que tener talento aunque, repito, no podemos condenar a nuestros políticos por ser sinceros en sus mentiras. Ni a Samuel García, obvio, por romper acuerdos, está en su naturaleza.

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// José Jaime Ruiz

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Autor: stafflostubos
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