Por José Francisco Villarreal
El jueves 16 de febrero, a media tarde, fui a uno de esos tendajos estandarizados, esos que cunden como verdolagas por todo México; por más señas, uno de los abrevaderos para calmar la sed, de la mala, durante los fines de semana. No está lejos de casa, a dos cuadras largas. El caso es que regresé con la garganta completamente cerrada, sin voz, o más bien con una voz que se oía como restregar el estropajo de alambre contra el cochambre de una sartén de peltre. Y la garganta fue sólo uno de los síntomas del envenenamiento; el cuerpo entero lo resintió durante un par de horas. Recordé la muerte de Jeoffrey Baratheon y me angustié todavía más. Aluciné con las “Tofanas”, las legendarias envenenadoras Thofania y Giulia, inventoras del Agua Tofana y pioneras de los “divorcios express”, rociando su letal mejunje en mi cerveza.
Pero no. Lo que pasó fue que olvidé el cubrebocas. ¡Mea culpa! Fue un acto suicida salir a la calle sin escafandra en medio de una alerta ambiental. No me pareció importante, porque ya hemos relajado mucho las medidas contra el CoVid. Pero en verdad que hasta entonces no había calibrado en carne propia el impacto de la porquería de aire que respiramos. Con sólo respirar en la calle, quedé como si hubiera hecho gárgaras con ácido sulfúrico y perdigones de escopeta. Más o menos como si respirara la pacientemente mortal Agua Tofana.
Con este antecedente, me parece muy optimista que el flamante Secretario de Medio Ambiente en Nuevo León, Félix Arratia, presumiera que para el viernes 17, la calidad del aire era ya satisfactoria. Aumentar el número de inspectores, mejorar equipos y movilidad, dialogar con los directivos de la refinería de Cadereyta, inmovilizar empresas procesadoras de piedra, son medidas correctas. No son descubrimientos excepcionales ni se necesita un doctorado en Ecología para identificarlos. Cualquiera aplaude las medidas, aunque queda la duda de por qué, si era tan obvio, no se había hecho antes y no se hace siempre. Me sorprende que siendo el anterior secretario una persona calificada en estos temas, no hubiera aplicado estas medidas. No hay que confundir. Las acciones de Arratia contra la contingencia fueron preventivas no correctivas. Es imposible que 25 inspectores y cuatro empresas paralizadas hayan logrado revertir la contingencia ambiental en unas horas. Es más, no se puede corregir esa eventualidad ambiental en poco tiempo, sólo a largo plazo.
Eso sí, me entusiasma mucho el “plan B”, el local, el ambiental. Esa inversión millonaria para hacer una arborización intensiva en el área metropolitana. Tampoco es un descubrimiento milagroso. Durante años, ambientalistas y urbanistas han advertido contra la deforestación metropolitana. Ha habido campañas para plantar árboles en la ciudad, pero muy medianas, parciales y sin seguimiento. Quienes hemos intentado criar nuestro arbolito sabemos lo que se sufre. Hay poco o nulo apoyo municipal o estatal para mantenerlo. La enorme telaraña de alambres que nos cubre también nos limita. Yo sembré un árbol inapropiado para nuestro entorno, ¡pero era un árbol! Una fronda excelente, pero condenada al enanismo por la necesidad de podar bajo el nivel del alambrado. O bien, esperar a que CFE llegara intempestivamente a trasquilar y dejar ramas y hojas regadas en casa, banqueta y calle. Además, con autoridades siempre dispuestas a multar por talar, pero omisas a la hora de dar mantenimiento y ausentes a la hora de darnos la mínima orientación para cuidar nuestros arbolitos banqueteros. Tal vez por eso muchos prefieren sembrar adelfas, que son veneno puro desde la raíz, o cualquier arbusto que no sirve de mucho al ambiente aunque por lo menos hace sombra para un perro callejero.
El joven Arratia entró al cargo con muchas ganas. Pero me impresionará realmente si mantiene esas ganas. No es lo mismo impulso que aguante, y en el tema ambiental hay intereses cruzados, desidia social, desinformación generalizada. Más aún, medio ambiente es casi el antónimo de industrialización. Las industrias instaladas dentro y alrededor del área metropolitana son lastres que podrían eventualmente dejarnos tan devastados como la otrora pujante Detroit. Vivimos en una dependencia insana a costas de la vitalidad de la metrópoli… y la metrópoli no son las máquinas ni los productos, somos nosotros, los seres vivos, vegetales y animales. El cabildeo del gobernador García por atraer inversiones traería recursos económicos, pero también podría causar el agotamiento directo o indirecto de los recursos naturales ya de por sí escasos… como el agua. Las ganas de Arratia deberán permanecer firmes a largo plazo y mantener el equilibrio entre lo que ofrece el gobernador y lo que Nuevo León puede en verdad ofrecer. Detroit apenas sale del laberinto de la quiebra económica. Una quiebra ambiental no es un laberinto, es una ratonera fatal.
El problema no es menor, ni está circunscrito a las acciones de una secretaría o de una comunidad. No somos los únicos actores de este drama. Sobran ejemplos de civilizaciones que se han suicidado sobreexplotando sus recursos naturales. No somos un espacio ilimitado para la inversión. Parece que ningún gobierno se ha preocupado en determinar y amurallar esos límites. No podemos permitir que avance la industria más allá de lo que el entorno ambiental puede soportar. Corrijo: no debemos permitir que siga sucediendo eso. El joven Arratia no es ahora sólo responsable de intentar al menos sanear nuestra mefítica metrópoli, también debe precisar al entusiasta gobernador García hasta qué punto podemos permitirnos traer más industria al estado, y qué zonas y recursos naturales deben estar vetados para esas inversiones. La bonanza económica no garantiza una buena calidad de vida. Ya respiramos veneno. Si no se hace algo en serio, la próxima epidemia metropolitana no será CoVid, será una epidemia de EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica). Y créanme, el Agua Tofana es mucho más piadosa que este mal. Yo sé de eso.