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Por José Francisco Villarreal

Hace años, en una ceremonia breve pero emotiva, se me entregó una medalla por no sé cuántos años trabajando en Televisa. No sólo a mí, otros compañeros también fueron reconocidos. Fue un asunto gremial, en petit comité, sin ostentaciones ni privilegios; un bono a la coincidencia y responsabilidad laborales. La medalla es de metal con grabados, y se la apropió mamá, orgullosa de haber parido un hijo productivo. Lo curioso es que yo, en el área de Noticias, siempre estuve al tanto de las fechas importantes, pero fui el primer sorprendido con mi propio aniversario. Creo entender la razón. Es más relevante esa conmemoración laboral en quienes nos rodean. Nos gozan o nos padecen. Meses, años o lustros, para unos el gusto es breve, para otros el castigo es largo.

No podría asegurar cómo recibió el personal del INE la salida de Lorenzo Córdova Vianello. Nueve años son muchos años. Menos que los 14 del ex Secretario Ejecutivo del INE, Edmundo Jacobo. Ambos modestos aprendices si consideramos que Porfirio Diaz Mori fue presidente de México durante poco más de 30 años. Quién sabe en qué artes, pero las leyes de una nación que revolucionó y evolucionó repudiando a una dictadura, permitió la prolongación en el cargo de funcionarios de primer nivel en una institución que, si bien no es la gallina que empolla el huevo de la democracia, sí es un instrumento importante en esa gestación. El contrasentido no tiene que demostrarse, es obvio.

Más allá de esta particularidad en el INE, la política mexicana en general no ha sido destetada del porfiriato. La “dictadura perfecta” de un partido tenía que disolverse de alguna manera, pero seguimos bajo el gobierno de dictaduras eternizadas en una cartelera de políticos que se reciclan de un cargo a otro y de un partido a otro. Así que la carrera política se ha convertido más en una estrategia laboral que en un instrumento de consolidación ideológica del país. Ahora mismo, las coaliciones opositora y oficial se han nutrido de muchos militantes ajenos, heréticos, omisos, relapsos o cismáticos. El propio Lorenzo es un ejemplo: llega como cuota de izquierda y acaba exhibido por una supuesta reunión, en privado y en casa de un funcionario de primer nivel del instituto, con una coalición de partidos que no son pero se portan como ultraderecha. Y así fuesen de izquierda, es inadmisible que un funcionario del INE se reúna en secreto con actores políticos.

No puedo afirmar que Lorenzo y su camarilla hayan cometido irregularidades punibles con los recursos del INE. Tampoco sé si la Secretaría de Gobernación tenga vela en este entierro antes de que el órgano interno auditor confirme algún delito. Me inclino a pensar que no, que don Adán cayó en la misma trampa mental de la oposición recalcitrante que expresa con mucha convicción sus ilusiones.

Lo que me molesta es la clásica cantaleta de todo funcionario o exfuncionario señalado por alguna irregularidad. ¿Persecución? Ahora todo es persecución.

Cuando fui “reajustado” en Televisa, con todo gusto guardé mis cosas personales en presencia de un guardia y entregué mi gafete, las claves de acceso de mi correo interno y equipos de cómputo. No me molesté cuando revisaron mi computadora. Es un protocolo, no una persecución.

Persecución, en todo caso, la de los partidos que tratan de impugnar a los nuevos consejeros, sobre todo a la presidenta. Si Lorenzo era su monedita de oro, Guadalupe no tiene por qué caerles bien. Desde que el INE era IFE, el consejo se ha formado con cuotas de partidos. Todos los consejeros han tenido nexos más o menos cercanos con los partidos. La clase política es una clase social, y además una cofradía; todos se conocen, desconocen, tratan y maltratan entre sí; todos comulgan en las mismas parroquias. No se trata aquí de impugnar una selección en la que el azar no dejó que se impusieran cuotas negociadas. Se trata de sacudir la burocracia del INE, depurar lo que sea innecesario y, sobre todo, exigir a la nueva dirigencia la claridad, el respeto, la imparcialidad y el apego a la ley con el mismo entusiasmo con el que no lo exigieron durante los últimos nueve años… si no es que más.

A estas alturas me pregunto, si con las propias leyes “intocables” sobre el INE y sus propios votos en el Congreso le dieron un soberano descalabro a la oposición, ¿ya les cayó el veinte de por dónde iba el Plan C, y que el “no voto a los conservadores” quedó en una mera finta? No se necesita ser astuto si el oponente es tonto. Lo más ridículo sería que convoquen a otra marcha “ciudadana” para exigir que ahora sí se toque al INE. Insisto: este régimen cada vez se parece más a una dictadura involuntaria. La oposición autogolea y se le sigue haciendo bolas el engrudo. Eso pasa cuando se imponen dirigentes que no son políticos sino estrategas de la burocracia, empleados de confianza de algún poder fáctico, pues.

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// José Francisco Villarreal

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Autor: stafflostubos
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