Por Francisco Tijerina Elguezabal
Imagino que la generación de mis padres vivió el mismo drama que hoy padezco cuando en el apogeo de los tríos, el bolero y la música mexicana hizo su irrupción el rock and roll; era imposible concebir la nueva tendencia básicamente rítmica y estridente, llena letras demasiado bobas por encima del arte que tenía la música de antaño.
Pero la nueva ola llegó para quedarse y continuar la evolución musical en el paso del tiempo.
Sin embargo no logro superar la transformación de las modas, las tendencias y las modas. No comprendo en qué momento dejaron el romanticismo de una serenata a mitad de la noche y lo cambiaron por las cervecerías y los antros.
¿Cuándo y cómo se dio la transformación en el gusto de las masas que hoy aplauden y siguen a cantantes como “Peso Pluma” y sus canciones?
Antes éramos plenos de poesía y sentimiento. Y es que era cautivador llegar por la madrugada con un mariachi entonando aquel alegre son de “Todita la noche anduve / rondando tu jacalito / pa’ ver si te podía ver / por algún agüjerito” y no la sarta de tarugadas que repiten hoy intentando hacer que las palabras rimen, aunque sin respetar en lo más mínimo la métrica.
Reconozco y aprecio la música de una banda sinaloense como El Recodo, pero no la deformación que se ha dado con el tiempo en el que no importa si tocan mal o bien, con que hagan mucho ruido es suficiente.
Y pensando en ello es que uno cae en la conclusión que toda esta transformación no dista mucho de la que se ha dado con nuestros políticos, que de ser hombres y mujeres serios, sensibles, preparados y con vocación, se han convertido en meros actores, modelos, productos de la mercadotecnia pero sin fondo, sin esencia, con frases pegajosas pero sin sentido.
Tal vez éramos ingenuos y hasta “lelos” cuando cantábamos “Quítate ya de aquí perro lanudo / déjame estar solo con mi novia”, pero había ritmo y un poco de más sentido en la comunicación, como existía con los políticos de entonces y no la burda imitación que hoy tenemos que sufrir.