Por José Jaime Ruiz
Bajo la divisa de “Mi corrupción no se toca”, Carlos Loret de Mola se agacha y se va de lado, calla ante el reto del presidente Andrés Manuel López Obrador: intercambiar bienes entre la familia de Carlos y la de Andrés Manuel.
“Esto del cambalache que le estoy proponiendo, de que todos sus bienes, ¿no?, todos sus bienes a cambio de los bienes de mi familia, los bienes de su familia, con los bienes de su familia, o sea, vamos a llegar a ese acuerdo.
“Y él tiene muchísimo más, pero muchísimo más dinero mal habido, lo que nosotros tenemos es producto de nuestro trabajo, y eso es lo que estoy esperando, pero no necesito verlo, para eso nombro a un representante”, comentó López Obrador al declinar ser entrevistado por Loret de Mola.
¿Por qué Carlos no responde al reto? Porque vive bajo la divisa de que “Mi corrupción no se toca”. Enramado, Carlos cambia de conversación y propone entrevistar a AMLO en el espacio de Latinus o en Palacio Nacional. Tácitamente, no desea el intercambio de bienes, no puede, y rebaja la discusión victimizándose, diciendo que Andrés Manuel lo insulta.
¿Por qué calla ante el cambalache? Porque asume que su corrupción no se discute. Como el mayor corrupto de la historia del periodismo mexicano, Carlos Denegri, Loret de Mola “desde que entró al juego de los embutes y las igualas tenía dos conciencias: la propia, enmohecida por falta de uso, y otra de alquiler, sujeta a los vaivenes de la política cortesana” (El vendedor de silencio, Enrique Serna, Alfaguara, p. 205). Esos vaivenes, ese son que le marca, que le toca el capo Claudio X. González a Loret y en el cual se regodea bailando.
Loret de Mola no informa, desinforma; lo suyo no es el periodismo sino tergiversar; no comunica, mete ruido. Abyecto, su inmoralidad quiere ser subsanada por la conciencia de, ontológicamente, ser periodista; esa conciencia enmohecida por la falta de uso. Sus “preguntas” enumeradas para el presidente no son preguntas, son intrigas, insidias, inquisiciones, sensacionalismo.
Loret de Mola, el desinformador, construye noticias sin base, yuxtapone para inferir, para golpear, como en esa fábula que llamaron el Cártel de Andy (el hijo de López Obrador). Sin bases y sin fuentes Loret y Latinus, como la Suprema Corte, están podridos.
Álex Grijelmo en El estilo del periodista (Taurus, pp. 510-511) cuenta una ilustrativa anécdota: “El periodista español Arsenio Escolar, entonces subdirector del diario económico Cinco Días, le dijo a un redactor después de que éste le contara de dónde había obtenido una noticia exclusiva: <<¡Pero eso no es una fuente, es un charco!>>.”
Concluye Grijelmo: “En efecto, hay que distinguir entre las fuentes y los charcos. Un buen periodista maneja fuentes limpias, de agua clara o, cuando menos, con agua de fácil depurado”.
Hampón, bandolero, malandro, desde el fango de su charco, Carlos Loret de Mola gruñe, gruñe, gruñe.