Por Carlos Chavarría
Si la situación actual de la dinámica y agenda política mexicana, claramente muestra que la política es un juego en el sentido Von Newman, ¿cuáles son las reglas?.
El presidente Lopez Obrador lleva las piezas blancas desde el primer segundo que recibe su constancia de mayoría, y está dispuesto a lo que sea, con tal de gobernar hasta el último segundo del 30 de septiembre de 2024, y parece ser que en las fuerzas de oposición juegan esperando al error del presidente, lo que los conducirá con todas sus debilidades y flancos flacos por todo el proceso de la elección del próximo año.
MORENA está poniendo sobre la mesa todas las cartas y abiertas, no les interesa ganar un solo voto mas allá de sus públicos electorales, que piensan estarán comprometidos por todas las entregas de dinero contante y sonante que recibe desde mero arriba sin posibilidades de auditoría, porque al INAI no lo van a dejar trabajar al ser un enorme riesgo.
Los morenos ya estan moviéndose en todos los frentes territoriales, enseñando los rostros y nombres, en tanto la oposición todavía está en la fase de a quién van a traicionar primero, porque suponen que la clase media será la diferencia.
Se les olvida que con los mismos rostros y esqueletos guardados en los closets, ante una presidencia que no acepta ninguna regla de convivencia política, serán no nada más un lastre, sino botana de sus mismos partidarios.
Es de no creerse que con gente tan avezada en el ajedrez político, no den pie con bola, ante un jugador que juega con un estilo que ellos inventaron pero ya se les olvidó como era. Hasta parecen descendientes de los Kennedy, que ya se metieron para ayudarle a nuestro presidente a fortalecer su juego.
Los partidos y las alianzas políticas nada más son herramientas para ganar elecciones, sobre todo en un sexenio electoral de principio a fin. El presidente empezó su campaña electoral para el 2024 desde el día siguiente de su toma de protesta, y las gentes de la oposición están esperanzados a que la masa electoral entienda y comprenda lo que fue un peligro para México, se quedó corto en sus previsiones totalitarias.
Ningún presidente posterior a Zedillo quiso entender que el país no le esperaba nada bueno, si acaso la reforma política zedillista, que acotaba el inmenso poder presidencial no se profundizaba. Ya vieron ahora sí, todo lo que se puede hacer con los residuos del poder que dejó Zedillo, como el revivir la peor versión del partidazo.
El problema estriba en que ya son pocos, y olvidadizos, los que vivieron los estragos que causa un partido hegemónico y muchos de ellos ya están en MORENA disfrutando las mieles del poder que antes detestaban.
En un mundo de jóvenes que viven en su gran mayoría sumidos en la banalidad y el coraje, uno donde la permanencia ya no es propósito sino restricción, y los valores solo forman parte de la crónica histórica que se cuenta en las escuelas, pero en el mundo real casi nadie los respeta, el problema como siempre será lograr que salgan a votar.
Si apuestan al olvido, ahí estará el candidato principal todas las mañanas siempre dispuesto a recordar la historia de sus tropelías neutralizando en el camino las propias. Si pretenden recurrir al lugar común de la unidad, ¿de dónde tomarán casos de éxito ocurridos en el pasado que los refrenden como buenos para eso?
Si se apuntalaran sobre una visión de futuro disruptiva, aunque solo fuera en apariencia, ¿qué elementos tendrían, si estamos metidos precisamente en un nuevo paradigma de vida donde la regla es la transitoriedad y el futuro solo un juego de palabras efímero?
Solo uno de los rostros que andan por ahí deambulando en la oposición ha mencionado y con gran timidez, el enunciado: “gobierno de coalición”, y nadie se detuvo siquiera cuando lo expresó. El personaje en cuestión, Santiago Creel, quien tiene más pasado que futuro, proviene de la época más rancia y cómplice del panismo, aquel partido vuelto pragmático, por las “concertacesiones” en lo oscurito y según convenga.
López Obrador lleva la gran ventaja de conocer muy bien la naturaleza de su público electoral, el mexicano de a pie, que ha cambiado bien poco desde que Porfirio Diaz acuñó el pensamiento donde lo retrata salvo excepción en el tema de los hijos y que se la adjudica:
“Los mexicanos están contentos con comer desordenadamente antojitos, levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos de influencia, asistir a su trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia y obtener licencias con goce de sueldo; divertirse sin cesar, casarse muy jóvenes y tener hijos a pasto; gastar más de lo que ganan y endrogarse para hacer fiestas”.