Por José Jaime Ruiz
La Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey y el río Santa Catarina han mantenido durante siglos un matrimonio mal avenido. Es hora de cambiar esta relación: ni el Santa Catacha ha domado a los regios ni los regios al Santa Catarina; hay que hacer un pacto donde este matrimonio no termine en un definitivo divorcio.
El Capitán Alonso de León registra la primera inundación sufrida por los colonizadores (siglo XVII): “Era tanto el descuido en que se vivía antiguamente en este reino, que ni había casa sin cimiento, ni dejaban de fabricar cerca del agua. Fue la misericordia del señor tan grande, que cuando menos daño pudo recibir la gente envió tanta agua, el mes de septiembre del año treinta y seis, que parece que se abrieron las cataratas del cielo y rompieron las fuentes del abismo de las sierras…”.
Tal vez la más trágica inundación fue la de 1909. En su momento, el cronista de Monterrey, José P. Saldaña, apuntó: “Cuando un ciclón reventó su furia en las estribaciones de la Sierra Madre oriental, por el rumbo de Santa Catarina, los torrenciales aguaceros durante los días 29 y 30 de Agosto de 1909 tuvo lugar una de las más terribles catástrofes que haya sufrido nuestra región. Fueron arrasadas más de cien manzanas, perdiendo la vida como cinco mil personas”.
Alfonso Reyes, el regiomontano universal, escribió su “Romance de Monterrey” dos años después, en 1911: “Monterrey de las montañas,/ tú que estás al par del río/ que a veces te hace una sopa/ y arrastra puentes consigo,/ y te deja de manera/ cuando se sale de tino/ que hasta la Virgen del Roble/ cuelga a secar el vestido…”. Poeta al fin y al cabo, la metáfora final, desde lo terrible de la inundación, es exacta por la ubicación de la Iglesia del Roble.
El matrimonio entre la ciudad y el río, a pesar de los siglos, merece otra oportunidad y, lo anterior y una renovada actitud ciudadana, harían un nuevo Santa Catarina. La memoria es corta, a veces se olvida que el Santa Catacha fue privatizado con juegos mecánicos, circos, canchas de futbol, canchas de tenis, pista de carrera para karts, hasta una alberca… todo cabía en el Santa Catarina, sabiéndolo acomodar: la visita del Papa Juan Pablo II o un concierto masivo de Rigo Tovar; ferias del Pino y del Cohete en diciembre, mercado popular de herramientas, antigüedades, ropa usada. Lo alucinante, también existió el proyecto de construir el estadio de los Tigres en el lecho del río.
Ahora, con la tala de árboles, la actitud de la actual administración estatal, la del gobernador Samuel Alejandro García Sepúlveda, es otra. Si la política avejentada era permisiva y privatizadora (moches de por medio), la reciente política es incluyente y ahí está la evidencia de que el gobierno frenó el desmonte cuando la ciudadanía lo exigió, se abrió al diálogo con la sociedad civil y grupos ambientalistas, tiene un plan de intervención con enfoque ecológico, existe la participación ciudadana y de especialistas. Lo que preocupa es dónde están las políticas de Conagua, organismo que no ha tenido una posición pública transparente, clara.