Por José Francisco Villarreal
Hace unos años, cuando aún estaba activo laboralmente, surgió un proyecto noticioso interesante y básicamente radiofónico. Se desplegaría en una red de emisoras que tocaba algunas zonas en Estados Unidos y plazas estratégicas en México. El titular tenía una larga trayectoria y un nombre propio en el periodismo mexicano. ¡Una chulada de proyecto! Algunos de mis colegas jóvenes estaban fascinados con aquello que cuajaba más rápido que la leche agria. Yo, la verdad, estaba más bien atento por curiosidad. Pasa que el periodismo, del que soy un salvaje y empírico entenado, me cobró caro muchos años de hospedaje. Ahí perdí la cintura, la digestión, el sueño, la recta vertebral, la presión arterial, la impaciencia, y la ingenuidad pueblerina. Aquel proyecto implicaba grandes costos que difícilmente el titular del noticiero podría o querría asumir. Sería una presión brutal para las áreas de ventas de cada estación, porque el renombre promete pero no asegura ventas. Tantas plazas involucradas, tan políticamente variopintas, también dificultaban las cosas. La publicidad oficial en una podría no convenir en otra, sobre todo porque esa publicidad suele presentarse no en segmentos comerciales sino como si fuera información noticiosa, en el cuerpo mismo de los bloques informativos. Una pesadilla para la mesa de redacción y la producción. Mientras algunos espectadores del proyecto cruzaban apuestas, yo, encanecido y encalvecido en esas lides, me preparé un café, acerqué una concha de vainilla, y me senté a esperar la primera emisión. Las claves del proyecto estarían en los titulares, en la editorialización del conductor principal, y en el o los invitados especiales para entrevista. No importa de qué se hable con el entrevistado, importa quién es y cómo se habla con él.
En efecto, los titulares necesariamente eran nota nacional, la editorialización, aún crítica, reforzaba al régimen, y el invitado especial era el líder nacional de un sindicato de empresarios. Subsecuentemente aquel noticiero en red nacional se especializó en devaluar la por entonces eterna y necia ambición de Andrés Manuel López Obrador por ser presidente de México. No aseguraría que el régimen federal priista y la comunidad empresarial patrocinaban el noticiero, pero estaba claro el fervor. No digo que fuera un noticiero comprado, coludido tal vez, pero nunca objetivo. Aunque don Andrés no era objeto de mi simpatía, no lo tomé más en serio pero sí empecé a considerar con más cuidado su famosa queja del “compló”. Lo siento, pero durante mi vida laboral en el periodismo, nunca me conformé sólo con la información emitida. Si bien era un electricista impostando a un periodista, al menos lo haría bien. Después de todo, desde las áreas sustanciales de un noticiero, se tiene más información que la que se emite, y el periodista debe consumirla así sea para no obnubilarse creyendo en esa realidad parcial, oportuna, práctica y políticamente correcta, que es la noticia difundida. Tal vez por eso hoy mi retiro es más placentero.
Lo que siguió fue un verdadero caos. El periodismo asimilado al medio de comunicación, acabó plegándose a la línea editorial de la empresa que, a su vez, al fin empresa, no le interesa dar prioridad a la verdad y la objetividad, sino su permanencia y éxito como negocio. Así que la libertad de expresión dejó de ser un derecho surgido de una obligación de la conciencia para convertirse en la navaja suiza de los medios. Poco a poco la pauta noticiosa de los medios convencionales se convirtió en papiroflexia. Y bueno, las redes sociales y portales en internet llevaron al exceso la libertad de expresión. Curioso, porque entonces, cualquier chango organillero podía opinar o difundir información sin la necesidad de seguir la normativa de la Comunicación. Fue muy divertido ese caos hasta que… empezaron a notar coincidencias y diferencias. En lo social, en lo político, esa dialéctica le dio más peso a ese periodismo orejano crítico. Consecuentemente, y sin proponérselo como principio, el efecto más devastador fue contra los medios de comunicación convencionales, evidenciándolos.
Todo este rollo está sazonado por una docena de tabletas y píldoras que hacen todavía más placentero y alucinógeno mi retiro. Alguna de ellas podría estar afectando mi objetividad o mi memoria.
Pero me doy cuenta que mientras las redes viralizaron rápidamente el presunto plagio en la tesis (informe profesional) de Bertha Xóchitl, los medios de comunicación convencionales hacían un púdico silencio incluso en sus “última hora” en sus publicaciones en línea.
Me da risa notar que muy fuenteovejunos, todos a uno, sólo reaccionaron ante una declaración de ella misma, aceptándolo pero demeritándolo. Como si esperaran el permiso de Bertha Xóchitl, o de cualquiera que orqueste su desastrosa campaña por las encuestas, para emitir una nota que no es tan relevante por sí misma sino por los antecedentes en el caso de la ministra Esquivel. Es obvia la pauta común de muchos medios, y el sentido que quieren darle a la información. La nota lista para el debate al puro estilo del sofismo chimoltrufio. El escándalo diluyendo los contenidos en la poza del ridículo. Sin embargo, van lentos en la negativa del amparo rechazado a la misma Bertha para evitar que se expongan públicamente presuntas irregularidades que involucran su éxito económico y comprometen su función pública. Tampoco se hace mucho ruido sobre la nota de veras relevante de cambios en el Consejo de la Judicatura Federal, ni en el zipizape en el Senado por la memoria de los afectados del 19S donde, sin querer queriendo, salió a relucir también doña Bertha. ¡Qué mujer tan ineludible! Una virtud, si supiera aprovecharla… En todos los casos, pareciera que los medios de comunicación convencionales olvidaron cómo utilizar la libertad de expresión como navaja suiza y ahora le sacan punta a los lápices a machetazos.
Tanta torpeza periodística sólo profetiza unas elecciones enmarranadas por todo tipo de desinformación y mentiras desde medios de comunicación que ya olvidaron incluso cómo ser proactivos. Y así como la oposición sigue al cencerro de la agenda de las mañaneras, ahora también son redes y medios no convencionales los que marcan la agenda al periodismo “profesional”. Estamos hablando de medios no convencionales, cuestionables, efectistas, abierta y hasta orgullosamente parciales. Nunca, ni en los peores días de la represión gubernamental, se ha hecho tanto daño al periodismo. Y no inventen, eso no lo hizo don Andrés, sólo capitalizó el seppuku de los medios, un harakiri nada honorable. Lo peor de todo es que ya no puede ocultarse la colusión de los grandes medios, se nota más que un “bra” negro en una enfermera. Y los medios no convencionales nunca se molestarán en ocultar su parcialidad, de hecho la presumen. Nunca como ahora, el periodismo profesional ha estado tan tullido víctima de sí mismo. Como yo con mi salud. Estoy en contra de la automedicación, pero tal vez debería pasarle alguna de mis píldoras. Aunque me temo que ese ya es un caso terminal… De una vez, mejor la extremaunción por piedad, o la eutanasia en defensa propia. Porque si los medios, convencionales o no, intentan imponer una percepción de la realidad a una sociedad, eso no modifica la realidad, es una receta para la esquizofrenia colectiva. Y ahí la llevamos.