Por Andrés Manuel López Obrador
En los tiempo que nos toca vivir, no podemos desconectar lo local de lo global, so pena de caer en la trampa de las circunstancias que están más allá de nuestro control.
Por desgracia o por fortuna, tenemos un presidente con una sorprendente facilidad para meterse, sin avisarle a nadie, en temas que no domina y no dejan de crear cierta ansiedad en los agentes económicos y políticos internacionales de los que dependemos.
A sabiendas de las tensiones dentro de Grupo de los 8, y de los evidentes conflictos entre los EEUU por un lado y Rusia-China por el otro, nos ponemos a coquetear entre adversarios, al parecer sin importar que hoy por hoy nuestra economía depende casi por entero de mantener buenas relaciones con los vecinos del norte.
Tampoco es la primera vez que nuestro presidente hace referencia en tono coloquial, a la poca efectividad de algunos organismos de la gobernanza del mundo, y por supuesto que la ONU no podía escapar.
Claro que no deja de extrañar que alguien, cuyos antecedentes formativos giran alrededor de la ciencia política, tenga una posición tan vernácula respecto de la política internacional, habida cuenta de que la ONU puede ser todo, menos cumplir una función de adorno para placear a los lideres de cada país.
El antecedente originario de la ONU como herramienta diplomática esencial, data de los Tratados de Westfalia firmados en 1648, y que marcan el inicio de la era de negociaciones multilaterales entre estados-nación soberanos, para instalar a la diplomacia como curso principal para preservar la paz, en lugar de las vías violentas entre clubes de naciones, con intereses coyunturales enfrentados.
Si la ONU no se ha convertido en un órgano vinculatorio ha sido precisamente porque algunos lideres políticos persisten en oponerse a darle a la ONU las herramientas jurídicas para obligar a respetar su carta de obligaciones y derechos, lo que mantiene la presencia viva de un gran número de problemas de influencia y alcance global, con todas las implicaciones del caso.
Esos lideres políticos del grupo de los 20 más poderosos -México incluido- no pueden abandonar el negacionismo motivado, que los impulsa a negar las evidencias de todo tipo para extender el estado de cosas del mundo en dirección de su degradación paulatina e insostenible.
La primera evidencia que niegan es que ningún país por sí solo puede resolver el calentamiento global, la crisis hídrica, las amenazas a la salud, la evolución de la violencia vinculada al crimen organizado, la corrupción, la descomposición social, y otros más, que superan a cualquier nación.
La mayoría de ellos, los países poderosos prefieren continuar con la formación de “clubes” a modo de las circunstancias para extender su área de influencia, a pesar de saber que las soluciones alcanzadas por ese medio son inestables.
Cuando se reconoce que la ONU es más un florero que algo efectivo, también se reconoce que se está dispuesto a hacer nada para cambiar ese estado del mundo y los políticos prefieren mantenerse como agentes libres esperando que otros se encarguen de los problemas “glocales”.
El ejemplo más patético se encuentra en el ataque del cambio climático. Todos los acuerdos en este tema tan importante, desde Kioto, Copenhague, Cancún, Nairobi, París, Lima, Varsovia, que empiezan desde 1992, y abarcan hasta la actualidad, han sido letra muerta para la casi totalidad de los países miembros de la ONU, pero especialmente los más poderosos, que hasta se han abstenido de siquiera firmarlos.
Es innato en los seres humanos usar la racionalización a posteriori de todas nuestras creencias, sesgos y negaciones, para siempre encontrar justificantes apropiadas, y en los gobiernos no deja de haber cierta malicia manipuladora de los hechos para perpetuar la inmoralidad política dentro de sus orbitas de influencia.
Así Trump justifica bombardear México para atacar a los narcos, Putin su guerra contra Ucrania, Bukele sus centros de concentración de maras, China sus anexiones de territorios rusos, y nosotros los abrazos y no balazos, dejando a lo firmado ante la ONU por esos países, solo como buenos deseos. Así es como se tiran 400 años de diplomacia a la basura.
Toda ideología tiene un sentido patológico cuando su diseño pretende disuadirnos del buen juicio basado en evidencias, a cambio de sostener creencias equivocadas inspiradas en el sesgo exacerbado de algunos cuantos lideres que siempre aparecen en cada generación.
“ Si no sabes hacia dónde vas, cualquier camino te llevará a ninguna parte”. Henry Kissinger.