Por Obed Campos
No creo que en las cárceles de Europa o Estados Unidos deje de haber corrupción y tráfico de enervantes y artefactos. Los delincuentes son delincuentes y se dan sus habilidades aquí y en China, pero en nuestras cárceles mexicanas como diría el buen Chava Portillo: “el niño es risueño y le hacen cosquillas”.
El caso es que el párroco de la Iglesia del Rosario en la colonia Roma, al sur de Monterrey, hace más de 20 años les dio una lección de seguridad a los presuntuosos expertos en el tema a nivel nacional… Y eso ya lo he platicado muchas veces.
¿Qué hizo el señor cura? Ah, pues ante la andanada de irrespetuosos que dejaban sus celulares en el más alto volumen de timbre y que interrumpían el servicio religioso, el padre se asesoró con un experto en seguridad, quien le recomendó una solución barata: unos cuantos aparatos bloqueadores o inhibidores de señal de radio instalados en la nave central del sagrado recinto.
¡Santo remedio! Se acabaron las interrupciones.
Como ciudadano más corriente que común, he sido víctima varias veces de amenazas e intentos de extorsión vía telefónica. Por un lado, porque soy periodista, y por otro lado, porque soy mexicano.
Como algunos ya saben, ayer a las 11:23 horas recibí una llamada desde el número 8136822885 en mi teléfono celular personal. El hombre que me llamó dijo llamarse “Marco Antonio Soto Villarreal” y señaló ser abogado “del municipio”.
A pesar de que le pedí que hablara despacio para permitirme tomar nota de sus datos, el supuesto abogado continuó hablando sin interrupción. Alegó que había una denuncia de naturaleza administrativa en contra de mi empresa Scriptamty, de la cual soy titular, y que dicha denuncia había sido presentada por una mujer.
Cuando le pregunté sobre la identidad de la supuesta quejosa, cambió la narrativa y me afirmó ser comandante de la policía ministerial.
Y como que en ese momento se resbaló y me advirtió que él es miembro del Cártel del Golfo y que me estaba llamando para “arreglar” la situación.
Le advierto mi querido lector, lectora, que mi paciencia es muy limitada, y expresé mi frustración en términos enérgicos, lo que llevó a que el individuo colgara la llamada mientras profería insultos.
Sí. Le menté la madre, primero, porque, créame, mi oficio no es nada fácil y como usted, ganarse un peso en estos tiempos es tarea de lo más difícil, como para que cualquier barbaján lo quiere desplumar a uno.
El evento me recordó que durante la administración de Margarita Arellanes, hubo una filtración del padrón de proveedores que resultó en llamadas y amenazas similares a las que he experimentado. Muchos de mis colegas pueden dar fe de ello.
Es importante destacar que mi empresa no ha facturado al municipio de Monterrey en muchos años, aunque esa es otra historia. No puedo recordar el año exacto de la última vez que enfrenté una situación similar de este tipo de amago, pero al igual que en esta ocasión, opté por no presentar una denuncia formal. ¿Para qué hacerlo? Pensé al principio. Sin embargo, en esa ocasión, tuve una conversación con un miembro de la unidad antisecuestros, quien me recriminó por mi respuesta a la persona que me amenazó.
Hoy voy a ser un patriota y un ciudadano cívico y presentaré la denuncia, por los delitos que resulten y contra quien resulte responsable.
Todo el mundo dice que esas llamadas provienen de los penales mexicanos.
Pero si un cura de la Iglesia El Rosario en la Colonia Roma pudo instalar bloqueadores de celular en su iglesia, no entiendo por qué la autoridad no puede hacer lo mismo en nuestras cárceles, que es donde operan estos “call centers” del mal.
Si lo hicieran se acabaría el negocio, eso sí, pero realmente no sabemos quiénes serían los perdedores.