Novelas de Fernanda Melchor, Juan Pablo Villalobos o Antonio Ortuño iniciaron un idilio con las pantallas. ¿Es la señal de una relación duradera?
Gabriel García Márquez señaló con clarividencia rotunda la diferencia entre el oficio literario y el cinematográfico. “Escribir para el cine exige una gran humildad”, dijo en una entrevista de 1967. “Mientras el novelista es libre y soberano frente a su máquina de escribir, el guionista de cine es apenas una pieza en un engranaje muy complejo y casi siempre movido por intereses contradictorios”; informó MILENIO.
Aun con esas fricciones técnicas, a través de las décadas hemos sido testigos dichosos del idilio entre el cine y la literatura. Diestro en ambas artes, Gabo engrosó el inventario de novelas y cuentos latinoamericanos adaptados a la pantalla. Con él, otros escritores de altos vuelos —José Emilio Pacheco, Elena Garro, Carlos Fuentes, o la célebre Laura Esquivel, por ejemplo— vieron sus obras más icónicas materializadas en celuloide.
En la edad dorada de las plataformas de streaming, los realizadores, que son a fin de cuentas lectores hechizados, acuden con entusiasmo a la literatura mexicana contemporánea y clásica. En la próxima edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), que se llevará a cabo del 20 al 29 de octubre, se estrenarán tres largometrajes inspirados en novelas escritas en años recientes: Recursos Humanos, de Antonio Ortuño (Dir. Jesús Magaña), Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor (Dir. Elisa Miller), y No voy a pedirle a nadie que me crea, de Juan Pablo Villalobos (Dir. Fernando Frías). Las dos últimas participan en la competencia oficial.
Más allá de los temas específicos o los momentos históricos que recrean, la apuesta por las letras mexicanas tiene, para los realizadores, una raíz profundamente identitaria. Con la autoridad de quien domina el tema, Francisco Ramos, Vicepresidente de Contenidos de Netflix —plataforma que respalda las cintas de Miller y Frías— comenta: “Creemos que la literatura presenta una oportunidad para acceder a contar historias que tienen que ver con el relato de una sociedad. Y los grandes novelistas, contemporáneos o clásicos, tienen esa capacidad de diseccionar y entender lo que está pasando en esa sociedad”.
Ramos comprende, como apuntó García Márquez, que cada lenguaje tiene sus propias reglas y dinámicas particulares, de modo que no pretende que una sustituya a la otra, sino que se comporten como lecturas complementarias. “Para que la traslación al medio audiovisual sea una interpretación con el máximo respeto, debe haber una adecuación en la mirada acerca de lo que quiere contar un director respecto a lo que ya contó el autor de la novela, entendiendo que las adaptaciones son miradas provenientes de otra óptica”, cuenta en entrevista con Laberinto. “Recurrir a la literatura nos permite, además, construir un vínculo más estrecho con la cultura y la sociedad civil de los países en los que trabajamos. Ese proceso identificatorio que queremos construir entre Netflix y la sociedad mexicana, pasa por que el retrato de los contenidos que hagamos, sea lo más verosímil, lo más acertado posible”.
El vínculo entre imagen y palabra viene de lejos. “Históricamente”, abunda Francisco Ramos, “la industria audiovisual ha bebido de la literatura, directa o indirectamente. Muchísimos guionistas o directores se inspiran en los universos, conflictos o personajes para contar sus películas”.
Con eso concuerda Antonio Ortuño, prolífico autor mexicano que ha cultivado una gran afinidad con el cine. “Todas las cinematografías están nutridas por la literatura de cada país”, comenta. “Desde luego que hay estupendos guionistas en México que hacen historias originales, pero también hay un campo muy grande para esos guionistas como adaptadores y recreadores de lo que uno desde la literatura hace”. Para él, la efervescencia de contenidos literarios que encuentran salidas en la pantalla se explica porque los realizadores están hallando sintonías con sus coetáneos. “Hay nuevas generaciones de cineastas mexicanos que voltean a ver las historias que son contemporáneas suyas y que les resultan más cercanas. A lo mejor no sería tan sencillo que un director de 60 años esté buscando nuevas novelas. Me parece que los cineastas de 30 o 40 años son parte de los lectores de esos libros y ahí hay un interés directo”.
Jesús Magaña, director a cargo de Recursos humanos, es un lector devoto. Antes de filmar esta cinta, adaptó un relato de Carlos Velázquez (El alien y yo, 2016) y una novela teatral de José Agustín (Abolición de la propiedad, 2012). “Jesús captó estupendamente bien el espíritu de la novela”, dice Ortuño. “Recursos humanos es una película superindependiente, superpunk, que va a contrapelo del tipo de comedias superficiales y de melodramas de los que siempre se hacen en México. Es una comedia negra, densa y bien hecha que tiene bastante para decir. El trabajo de Jesús, de apostarle a la historia, de levantar la película y de aferrarse a ese espíritu subversivo y crítico, yo lo agradezco infinitamente. A mí me encanta esta alianza entre cineastas y autores. El hecho de que haya tanto interés de gente de cine por mis historias, para mí es una felicidad enorme”.
El caso de Fernanda Melchor es también excepcional. Temporada de huracanes fue un éxito editorial, con miles de ejemplares vendidos, numerosas reimpresiones y traducciones a otras lenguas. La novela fue premiada, reconocida por la crítica y favorecida por los lectores. Con ese éxito a cuestas, se involucró en la escritura de la miniserie Somos. Al cuarto de escritores llevó, según certifica Francisco Ramos, “una capacidad inusitada para construir personajes de la que los mismos guionistas se vieron gratamente sorprendidos. La considero una de las guionistas más exitosas en la actualidad”. No evita confesar, con un dejo de esperanza, que desearía colaborar en más proyectos con ella, a pesar de que su “meteórica carrera literaria” lo impida.
Juan Pablo Villalobos, por su parte, además de No voy a pedirle a nadie que me crea —novela que le mereció el Premio Herralde de Novela 2016— verá cristalizada la adaptación de Fiesta en la madriguera, en manos de Manolo Caro, director de éxito probado con cintas como La vida inmoral de la pareja ideal o Perfectos desconocidos, y la serie La casa de las flores.
La mirada puesta en las nuevas voces
Las plataformas más importantes de streaming han mostrado interés en la producción literaria en español. Vix, propiedad de Televisa Univision, estrenó a finales de 2022 la serie Travesuras de la niña mala, basada en la novela del Nobel de Literatura peruano Mario Vargas Llosa. En Amazon Prime están disponibles series basadas en Diablo Guardián, el libro con el que Xavier Velasco obtuvo el Premio Alfaguara en 2003, y Noticia de un secuestro, otra de las insignias de García Márquez. StarzPlay se inclinó hacia el suspenso policiaco con Toda la sangre, del escritor Bernardo Esquinca.
Netflix, además de las dos mencionadas antes, produjo recientemente la premiada cinta Noche de fuego —adaptada de la novela Ladydi, de Jennifer Clement—, Distancia de rescate, de la escritora argentina Samanta Schweblin, y Belascoarán, serie inspirada en las novelas policiacas de Paco Ignacio Taibo II. Mientras tanto, están en marcha las producciones de Pedro Páramo y Cien años de soledad. Novelas de este calibre representan, además de un desafío artístico, una responsabilidad con los lectores y la audiencia. “Creemos que nuestros miembros de toda latinoamérica aprecian que les llevemos parte de su historia a través de versiones cinematográficas de las obras más importantes, clásicas o recientes”, dice Francisco Ramos. Pero confía también en las nuevas posibilidades técnicas para contar estas historias. “Es una oportunidad muy buena para honrar las novelas, con adaptaciones ambiciosas y precisas”. Además, dice, la situación audiovisual actual permite recurrir a técnicas que no existían cuando se realizaron adaptaciones anteriores. Sobre todas las cosas, Ramos se fía del señorío narrativo de Juan Rulfo y García Márquez.
“Ambas novelas tienen una vigencia permanente. Esos escritores geniales fueron capaces de radiografiar un momento que termina siendo parte de todos los momentos de nuestra historia”, apunta. “En su momento, ambas obras se enseñaban en las escuelas de toda Latinoamérica o incluso en Europa, de modo que están absolutamente vivas. En este momento, las dos se vuelven relevantes en la reordenación social que se está viviendo en México y Latinoamérica”.
¿Hacia dónde se dirige este connubio? “Seguiremos indagando. La buena literatura y los buenos autores de libros representan una fuente inagotable de contenidos. Al final los autores son quienes se comprometen con el material. Nosotros [en Netflix] somos compañeros de viaje y vehículos. Esta relación será cada vez más importante, porque tenemos muy buenas relaciones con las principales editoriales y agentes literarios de México y Latinoamérica. Creemos que esto empieza. Hay que empezar a apostar no solo por los consagrados, sino también por nuevas voces.”, concluye Ramos.
De nuevo, Ortuño coincide: “Quizá dentro de no mucho veamos adaptaciones de gente que comienza a publicar y que ahora anda en sus veintes, seguramente de la mano de directores más jóvenes. Ojalá haya más adaptaciones y sea más estrecho el trabajo entre creadores cinematográficos y literarios. Ese camino de ida y vuelta va a ser bueno para la cinematografía y para la literatura mexicana”; publicó MILENIO.