Por José Francisco Villarreal
No, no vi el eclipse en vivo ni por TV. Tampoco me emocionan las lunas “coloridas” por las que deliran crédulos místicos, ociosos y novedosos. Es la misma Luna de siglos y su misma cara boba y cacariza, sólo que más o menos pálida. Además, creo que estoy bastante distante de los cromañones como para que se me erice la zalea frente al Sol carcomido a media mañana. Eso sí, atento a la Naturaleza, hice lo que cualquier animal haría al detectar ese falso crepúsculo: tomé una siesta. Más tarde me enteré por “memes”, notas y chanzas, que hubo algunos que vigilaron el fenómeno con especial atención. Buscaban el Crismón de Constantino (IN HOC SIGNO VINCES: En este signo vencerás). Unos buscaban la “C” de Claudia, que con alguna concesión podía confirmarse medianamente. Otros buscaban la “C” de CXóchitl, que también. Siendo generosos, también funcionó como la “C” de CSamuel, o de CEduardo, o de CMarcelo, aunque esta “C” sonaba como “S”. Personalmente creo que, desde la inmensidad del firmamento, no merecemos señales ni profecías sino acres regaños. Somos así. Necesitamos cualquier cosa para que no se nos desmoronen nuestras frágiles convicciones. El cielo no es el mejor block de notas, pero un signo zodiacal atiborrado de estrellas y planetas por lo menos es hermoso, y lo bello siempre será creíble aunque sea mentira… Excepto para los que nacimos bajo el signo del Escorpión, que no creemos en esas cosas. Así lo aseguran mi Carta Natal, mi Ascendente, y un semisextil incómodo que tengo clavado en las costillas de la Casa de Piscis.
Espero que quienes hayan buscado una señal divina y celeste para vislumbrar el futuro político de sus preferencias electivas hayan tenido suerte. Que se les cumpla la profecía. Y que ahora le dediquen más tiempo a vigilar los pasos, las (malas) compañías y las palabras de su favorito o favorita para la carrera presidencial y ya se dejen de tontear viendo al cielo, y a nada por encima o por debajo de nuestra propia horizontal. Eso es antidemocrático y atenta contra los Derechos Humanos. Bobear se nos da mucho, y de eso se aprovechan para endilgarnos tendencias partidistas que están muy lejos de ser reales, que incluso como fantasía no duermen ni a un bebé. En este país de “frentes” y “juntaciones”, alucinamos con miríadas de militantes marchando sobre firmamentos de asfalto. Gritos, banderolas, mantas, consignas, botargas, murgas: ¡el cielo al revés! Así nos tragamos incluso una polarización social que sale de las vísceras de un puñado de bobos.
Ahora que está de moda la austeridad republicana, recordaba que siempre me ha parecido excesivo el presupuesto que el erario nacional destina a los partidos políticos. Mucho dinero digno de un mejor uso. Eso sin contar con que es de sobra sabido que siempre habrá manera de sustraer “piquitos y periquitos” para engordar un bolsillo afortunado, o pasar una discreta charola entre conocidos, desconocidos e interesados, para comprar votos. Prácticas siempre perseguidas, pero pocas veces alcanzadas y rara vez castigadas debidamente. Debería causar escalofríos al ciudadano que quienes buscan administrar un país, un estado, un municipio, sean en principio tan tramposos. Y más debería horrorizarnos que no tengamos otra opción que la de votar por ellos. El único consuelo rabón que nos queda es TACHAR la boleta, no PALOMEARLA. Pero… ¿y quiénes son ellos?
Recordé también que en estas fechas se suele contabilizar la militancia real de los partidos previstos para una contienda electoral. El INE lo hace regularmente, y así sea a veces bastante cuestionable, las cifras deben ser consistentes porque son necesarias para la operación de las jornadas electorales y la certificación de la viabilidad de los partidos. Por insana curiosidad, busqué las cifras de la militancia de los partidos, los principales al menos. ¡Menuda sorpresa! En total suman casi 6 millones y medio de “válidos” (dice INE). El universo de electores, según la Lista Nominal, es de 97,189,790. Sí consideramos los votos “cautivos” por una afiliación, hablaríamos de tres fuerzas partidistas destacables. El Frente Amplio, con 2,688,803 afiliados. El frente de la 4T, con 3,372,177. Y Movimiento Ciudadano, con 384,005. Suficientes militantes para tener unos comicios interesantes en un estado muy chiquito. Pero lo más interesante no es lo minúsculo de las militancias respecto al ruido que hacen en los medios y en sus marchas. Hay algo más… inquietante.
La fuerza estridente pero relativamente más débil dentro del Frente Amplio es Acción Nacional, con apenas 277,665 afiliados, aunque ha crecido un par de decenas de miles en los recientes tres años, y cobra caro su precario progreso. El PRD tiene casi un millón de afiliados, pero en ese mismo tiempo ha perdido casi un cuarto de millón. ¿Preocupante? ¡Eso no es nada!, está el PRI, el más fuerte y numeroso, con 1,411,889 a la fecha, sólo que en esos tres años perdió 653,272 afiliaciones. Movimiento Ciudadano, el partido de El Bajío, tiene 384,005, ganando un par de miles desde el 2020. Por el lado del frente cuatrotetista, el PT tiene 457,624 afiliados, con una ganancia reciente de poco más de 9 mil. El PVEM conserva 592,417, pero perdió poco más de 68 mil. En cambio, Morena, con 2,322,136 afiliados, de 2020 a 2023 ha logrado 1,855,205 nuevas afiliaciones. Sigo siendo un escéptico de las estadísticas, pero las tendencias en bloques y en cada caso son muy reveladoras. No nos engañemos. No estamos en un país de partidos sino de ciudadanos. Somos la abrumadora mayoría, el “poder”, que le dicen. No lo son una ministra retobona, un presidente socarrón ni un par de cámaras legislativas que con frecuencia suenan como granjas avícolas.
Así, en la dinámica de los augurios celestes y arúspices de la tablajería electorera, parece que están evadiendo lo obvio. Ni siquiera el sorprendentemente “populista” proyecto de presupuesto estrenado por CXóchitl (“Primero los pobres”) llega en el momento justo para una revisión de la verdadera crisis política en México, que no es electoral sino de los propios partidos políticos. Las afiliaciones marcan una tendencia, no sólo en la politización de los ciudadanos, también en su decepción y expectativas. Y todavía más importante, ¡en la representación popular de los funcionarios públicos! Excepto, claro, los jerarcas del Poder Judicial, que representan otra cosa, y no necesariamente a la Justicia. No estoy seguro si la vía para reformar (urgentemente) al Poder Judicial sea la elección democrática de ministros. Festejo, pero por puro morbo, que se les quiten recursos innecesarios o excesivos. No tengo que ser el único que deba pagar un litro de leche con pura morralla, o le quede a deber “un veinte” al de la frutería. Pero lejos de estas peculiaridades de la guerra civil entre poderes, la tendencia también es clara, y también tiene qué ver con partidos. No se trata de privilegios sino de la perspectiva que tienen los ciudadanos de este asunto y que no es difícil entender y obedecer. Las tendencias en afiliaciones a los partidos son relevantes, no sólo como factor institucional o electoral, también para la revisión y renovación de los propios partidos y su, tal vez, necesaria eutanasia. En la medida en que la “guerra de los fideicomisos” se prolongue y complique, las tendencias ya no militantes sino de afinidad popular, seguramente van a acentuarse, y las afiliaciones a partidos son un buen indicador hacia dónde. IN HOC SIGNO VINCES, ¡ahí está su Crismón! Y no es una “C”, en realidad es una “N”, pero no de “Norma”, sino de “¡NO!”.
EX CAETERA… ¡Ay, señora CXóchitl! ¡Chale con sus “programas sociales”! Le decía a un amigo que todos tienen una idea poco clara de la pobreza. La Pobreza podrá ser un argumento político, pero no es una tragedia. La pobreza es una forma forzada de vida a la que la gente se adapta necesariamente, es cosa de identificar prioridades y cristiana resignación. La verdadera tragedia en México es la Miseria, y le puedo asegurar que en este país los pobres no somos miserables. Los miserables son otros.