Por Obed Campos
La corrupción, como una hidra de la mitología, posee múltiples cabezas, y, al igual que el monstruo de los cuentos, parece inmune a la pérdida de una de ellas. En la vida, como en muchos aspectos, la educación es el arma más efectiva para combatir la corrupción. Si aspiramos a forjar una sociedad más justa, debemos esforzarnos por iluminarla en dos aspectos cruciales: la educación y la transparencia, sazonadas de integridad.
Hace tiempo, Jean Jacques Rousseau afirmó que “el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”. Si esto es cierto, debemos priorizar una educación que promueva la honestidad y la transparencia como pilares sociales. Sin embargo, como miembros de una sociedad civilizada, debemos reconocer que los hombres y las mujeres hemos crecido bajo la influencia de lo que podríamos llamar “el signo de Caín”. Basta con sintonizar la radio y escuchar los narcocorridos durante unos momentos para comprender a lo que me refiero: alaban el tráfico de drogas, la delincuencia y el asesinato.
También debemos dejar de ensalzar a los “chicos rudos”, esos antihéroes vestidos con trajes Armani y corbatas de seda, que pasaron de la pobreza a la riqueza “por obra y gracia” de algún divino dedo.
“El proyecto de nuestra sociedad es propicio al mal”, como afirmó el poeta Víctor Manuel. Esto es especialmente evidente en los medios de comunicación, donde se promocionan constantemente los antivalores. Estos medios alientan a los jóvenes a evitar la cultura del esfuerzo y a tomar atajos hacia el éxito social, incluso si este se basa en dinero fácil y efímero.
En cuanto a la educación, ¿qué tipo de ejemplo pueden ofrecer los maestros y maestras cuyas vidas económicas son precarias y plagadas de deudas? ¿Cómo pueden enfrentarse a sus clases con entusiasmo en tales circunstancias?
Es cierto que para cultivar, debemos elegir la tierra con cuidado, pero también debemos prestar atención a la calidad de las semillas y al tratamiento que les damos. Imaginemos a nuestros maestros como los jardineros de las mentes de nuestros hijos, proporcionándoles el fertilizante necesario para que sus capacidades florezcan.
Por lo tanto, es esencial enfocarnos en educar adecuadamente a nuestros maestros y maestras, así como en proporcionarles salarios justos. También es fundamental despolitizar a los sindicatos, que a menudo solo sirven para proteger los intereses de sus líderes, sin priorizar la educación.
Esto es especialmente relevante en la educación básica, pero incluso en nuestras instituciones de educación superior, muchas se han convertido en principados, donde existen ogros y territorios de poder. Seguro está al tanto de quiénes manejan las huelgas en las principales universidades de México y de las camarillas que controlan los presupuestos, enriqueciéndose a lo largo de generaciones.
La mala calidad de la educación es, sin lugar a dudas, un obstáculo significativo en el camino de la sociedad mexicana hacia un futuro más prometedor.
No combatirla es abrir un camino rápido al infierno.