Por Félix Cortés Camarillo
Se ha dicho en todas las formas y tonos: la única certeza que tenemos los seres humanos es que nos vamos a morir; por ello la muerte es entendida en la cultura popular mexicana, como un complemento inevitable de la vida. Con menor frecuencia se habla de la otra verdad inexorable. Nadie muere del todo mientras exista alguien que le recuerde. Borges afirma que el olvido es la única venganza y el único perdón. También debió haber dicho, o alguien debió haberlo escuchado, que solamente el olvido es la verdadera muerte.
Eso alivia mi pesar hoy, que es grande.
Mi compañero, camarada, colega, Jesús Héctor Benavides Fernández va a tardar muchas generaciones en morirse: seguramente más que las mías. Lo vamos a recordar mucho.
El arquitecto Héctor Benavides es una de las grandes figuras de la comunicación y del periodismo radiofónico en nuestro país. Lo saben muy bien los habitantes de nuestro Noreste. Desde Monterrey emitió sus señales de humanismo pleno en radio y televisión. Muchas figuras actuales de esos medios no dudan ni un momento en llamarle maestro. Y en recordarlo con admiración y cariño. No es fácil olvidar a un hombre así. Porque la palabra del Arqui era ley en donde se le escuchara.
Héctor era todo lo contrario al epítome del reportero de radio y televisión, o lo que hoy se piensa que es.
Él nunca fue a una escuela de periodismo, precursoras de las facultades de ciencias de la comunicación de hoy en día. Se graduó de arquitecto y yo no conozco obra que haya diseñado o construido. Encontró muy joven su amor con el micrófono; luego con la cámara. Tampoco encaja en el cartabón del reportero insistente y a veces insolente en provocar la respuesta iracunda o el abandono molesto del entrevistado, aunque cierto día Porfirio Muñoz Ledo se sintió agredido. Cosa que en Porfirio no era desusado.
El tono de comunicación del Arqui fue siempre de una aterciopelada cortesía, una voz sosegada y una sonrisa de abuelo. Cubierto de un manto de modestia real, que jamás le permitió presumir de su espíritu caritativo, patrocinador incansable de causas imposibles.
Al enterarme de su deceso, me puse a pensar cual era el adjetivo que mejor le definiera. Héctor, “el Güero” como le llamábamos un par de personas de su cercanía, el Arqui, es simplemente –es, no era- un hombre cabal. Un hombre bueno. Un buen hombre. Un hombre inolvidable.
Por lo tanto inmortal, mi querido Borges.