Por Félix Cortés Camarillo
El primero de septiembre de 1939, las tropas de la Alemania de Hitler invadieron Polonia; dos semanas después y por el otro lado del mapa, la Unión Soviética cerró la pinza y tomó lo que aún les quedaba a los polacos. Eso marca el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
El pretexto de Hitler para su acción, celebrada por los nazis, reside en el Tratado de Versalles, con el que terminó la Primera Guerra Mundial: en 1919 el Tratado otorgó a Polonia la Prusia Occidental, la Alta Silesia y la importante ciudad de Poznan, cuna de la nación polaca. Se trataba de impedir que Alemania militarista volviera a causar una guerra.
Ajá.
La guerra más reciente y desquiciada que los señores del poder nos han obsequiado a los humanos es el ataque de Israel sobre los territorios que disputa a sus primos hermanos, los palestinos, en la llamada Cisjordania y, especialmente lo que se llama la Franja de Gaza. Un territorio del tamaño de Monterrey con dos millones de habitantes; menos los que hayan muerto esta mañana.
Eso de las cifras es un invento de la guerra, y ya se sabe que la historia la escriben los vencedores. En tanto que estos se dilucidan, las víctimas de una guerra las cuantifica y califica cada quién por su lado, y no hay umpire al qué alegarle.
Los palestinos dicen que llevan más de dieciocho mil muertos, todos ellos civiles y más de dos mil niños, que son las víctimas que más venden mediáticamente. Hospitales en ruinas, hambre y sed de las buenas, peregrinar sin destino. Tropas invasoras que matan con “fuego amigo” a quienes se supone vienen a liberar.
Si uno escucha a la otra pandilla, la Franja de Gaza es un reducto de sangrientos terroristas de la Hezbollah o la Hamas que invadieron por sorpresa el territorio de Israel, mataron por doquier y se llevaron rehenes, que también son muy populares en las telenovelas de terror. Esos malandrines tienen el subsuelo de la franja hecha un queso gruyere de túneles por donde se desplazan y atacan, y usan los hospitales como santuarios porque saben que, por ley y por decencia, no deben ser atacados. Sus muertos llegan alrededor de tres mil, todos inocentes, claro.
En este sándwich del miedo, el jamón no son ni soldados de Israel ni terroristas musulmanes sino seres humanos que estaban en el momento inadecuado en una tierra que consideran suya y que ahora recorren con sus atados de pertenencias en la cabeza o al espinazo rumbo al sur, a la única puerta de salida que no controlan total e impermeablemente los israelíes de uniforme, Rafah, el paso hacia Egipto por el que a cuenta trocas han logrado pasar unos cuantos camiones con ayuda humanitaria que, naturalmente es insuficiente.
La más horripilante consecuencia de la Segunda Guerra Mundial se llama Holocausto. En ese fenómeno de exterminio genocida murió un estimado de cinco millones de seres humanos, esencialmente judíos, en campos de concentración y exterminio, cámaras de gases o pelotón de fusilamiento. Los números no son equiparables, pero la esencia de los odios, fundamentalmente raciales y territoriales sí. El empecinamiento de Israel que se niega siquiera a una tregua para buscar la paz resulta ya intolerable para el mundo. Que ve este conflicto como algo lejano y ajeno.
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): Según datos oficiales del gobierno de Nuevo León, la zona metropolitana de la capital requiere quince mil metros cúbicos de agua para estar totalmente satisfecha a presente y futuro inmediato. Según la misma fuente, el tres veces inaugurado acueducto Cuchillo II –cuando opere plenamente- podrá aportar cinco mil de esos metros. Según el gobernador boquiflojo, que presume la llegada de la prometida planta Tesla como si fuera el Mesías, Elon Musk traerá a Monterrey, además de los billones que Samuelito presume, cinco mil nuevas familias a vivir aquí para que su padre trabaje en la planta. Entre otras muchas cosas, esas familias necesitarán agua.
Y yo necesito clases de aritmética, porque no me cuadran los números.
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