Por Félix Cortés Camarillo
Haiga sido como haiga sido, dos clavos cerraron el ataúd de las aspiraciones de Xóchitl Gálvez a la Presidencia de la República. Uno es muy trivial: la convocatoria a su campaña que Xóchitl hizo al actorzuelo de televisión Eduardo Verástegui, quien tiene un ideario –si se puede– más fascista que el de Donald Trump, próximo mandamás vecino y enemigo. Por cierto, me dicen que el señor Verástegui declinó la invitación, no me consta. El segundo clavo tiene más trascendencia, aunque la señora Gálvez pudiese haber sido ajena al asunto, aunque lo dudo.
En las elecciones del estado de Coahuila ciertos partidos hicieron y firmaron una alianza electoral en la que estipularon meticulosamente el cómo se iban a repartir plazas, puestos, direcciones e incluso notarías, una vez que el señor Manolo Jiménez, quien tiene para mí el aval de Armando Fuentes Aguirre, conocido en el bajo mundo de los periódicos como Catón, tomase posesión como gobernador.
No debo abundar en las cualidades de Marko Cortés, dirigente del PAN quien hizo público el mencionado acuerdo, dizque secreto. Si yo tuviese alguna autoridad en el registro civil, le exigiría que se cambiara el apellido Cortés que tiene en este país más de cinco siglos de digna historia, diga lo que diga la todavía presidente consorte, doctora Müller.
Ha de reconocerse que los acuerdos, contubernios, componendas y otras trapacerías son usuales en nuestro mundo actual. Mi compañero Obed Campos señalaba ayer el apoyo en redes sociales de Movimiento Ciudadano para Clara Luz Flores que –cito– no necesita guajes para nadar. Y esas situaciones se dan por todo el mundo.
Volviendo a la esencia, al dar a conocer el acuerdo y las firmas de los conspiradores, Marko Cortés no solamente se dio un balazo en su propio e insignificante pie; dejó en claro que la política en nuestro país no es lo que Platon soñó, un ente que llenara los intersticios entre lo individual y lo colectivo. La política en México, y no exclusivamente en nuestro país, es simplemente un amor de cabaret.
Dice el autor de ese maravilloso bolero, además de «Limosnero de amor», que el amor de cabaret no es sincero y se compra con dinero.
Lo que sella el ataúd de las aspiraciones de Xóchitl son las malas compañías.
Si el canto de las sirenas del Cuatrote no hubiese convencido a Xóchitl Gálvez de abandonar sus sueños presidenciales y ser una gobernadora de la capital del país, tendríamos otro panorama. Siempre y cuando la llamada oposición, que no veo por ningún lado, tuviese una opción válida.
En las más recientes elecciones presidenciales yo voté por el señor Meade. Sigo hasta hoy convencido de que hubiera sido un gran presidente, pero que fue un mal candidato por cargar el lastre de las siglas del PRI. Algo semejante a si el nuevoleonés Ildefonso Guajardo fuera –como debiese– por la grande: la cola del PRI.
Ahora le tocó la de perder a Xóchitl. La engañaron, de manera similar a como lo hicieron con Samuel García, con el señuelo que alejó su posibilidad de ser la gobernadora de la capital. Que, pienso, tendría cincho.
Con todas las presumibles virtudes de la señora Gálvez, su campaña carga una cola jurásica que se llama PRI. Por si fuera poco, Marko Cortés añadió con su “denuncia” más mierda al abanico. Dice Joan Manuel Serrat de las malas compañías “los mido con vara rasa, los tengo muy escogidos. Son lo mejor de cada casa”
PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): A los tejanos, con al frente helado que está llegando, se los va a llevar la fregada. Ajá. ¿Saben que la gasolina y el gas de nosotros viene de Texas?
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