Por José Francisco Villarreal
Una de las más estrictas prohibiciones que se me impuso en la infancia fue la de escupir a alguien. Desde el catolicismo mal digerido por una pésima evangelización, ese acto era equiparable al de los judíos que así ofendían a Jesús en su camino al Gólgota. Durante esos años hubo una conmoción en mi cabeza porque no tenía ni idea de lo que era un judío, así que me daba mucho miedo pensar en humanos diabólicos que bajo sus zapatillas escondieran pezuñas de chivo. Tuvieron que pasar años para deshacerme de ese atavismo más antiguo que el medievo. El turcogrecorromano Marción, fundó en el siglo II la primera iglesia cristiana con gran cobertura. Devoto del también turcogrecorromano san Pablo, distanció al cristianismo de sus orígenes judíos, tal vez con argumentos excesivos. Otras comunidades cristianas, además de pelear entre sí hicieron causa común contra Marción, desplazaron a su iglesia pero conservaron y perpetuaron ese rechazo a lo hebreo, llevándolo con el tiempo hasta un odio irracional. La iglesia de Marción sobrevivió precariamente hasta el siglo IX, e incluso habría rastros en el siglo XI, en la doctrina albigense. Así llegamos al siglo XXI, arrastrando ese odio, pero además justificando así la validez de un juicio salvaje, antisocial y anticristiano: condenar a todo un pueblo por las obras de unos cuantos. Ni el inflexible Adonai fue tan radical cuando envió a Rafael, Miguel y Gabriel con Abraham y le aseguró que si hubiera sólo diez justos en Sodoma, no la destruiría… Bueno, dos ángeles, porque Miguel sólo fue con Sara, a llevarle los resultados de su prueba de embarazo. Hoy todavía hay quienes condenan a los ecuatorianos por Noboa, a los palestinos por Hamás, y a los judíos por Netanyahu. El mismo atavismo originado en las variopintas iglesias paleocristianas. Así que se me vuelve a conmocionar el cerebro cuando veo una publicación presuntamente de Vicente Fox donde vuelve a la carga contra el origen étnico de doña Claudia S. Espero que sea falsa la publicación, aunque se ha demostrado antes que es el pensamiento de Fox, o sea, esa nebulosa caótica y rabiosa que tiene dentro de la cabeza. Aquí entre nos, así imagino que debe ser la maldad pura, llámese Satanás, Arimán, Iblis, Qliphot o Perico de los Palotes: nebulosa, caótica y rabiosa.
La maldad no tiene qué ver con la política. Todos nacemos con una adicional glándula de veneno y en algún momento secretamos esa bilis sobre el prójimo. No hay ni la bondad ni la maldad absolutas, aunque hay quienes se aproximan bastante. Los raptos místicos de Lilly Téllez me hicieron recordar hace poco a san Pedro de Arbués, un santo inquisidor. Quién sabe por qué lo harían santo, porque por inquisidor no lo merecería. La Iglesia Católica no es un semillero de santidad. Basta con recordar aquel ilustrativo período del papado que se conoce como la “Pornocracia”… omito una descripción más precisa, porque hasta el nombre se queda corto. Contrario a la política, la Iglesia Católica sí puede ser juzgada desde normativas morales, además de las leyes propias y de las leyes de los lugares donde los clérigos ejercen su ministerio. Los fieles católicos tienen todo el derecho de juzgar a los clérigos de cualquier jerarquía a partir de la moralidad que les imponen. Si la Iglesia Católica se hace sorda y ciega, nunca muda, ya es otro tema. No os espantéis, no estoy preparando municiones para acribillar al obispo emérito de Chilapa-Chilpancingo, aunque algo tiene que ver monseñor, y no precisamente por su culpa aunque sí por su causa.
Estaba viendo la inspirada pieza oratoria que emitió el obispo de Cuernavaca, Su Excelencia Reverendísima Ramón Castro Castro. Estaba en lo parecía un altar, metido en sus arreos y coronado por su mitra; me estorbó el atril, así que no alcancé a verle la cruz pectoral, que proclama el amor de Jesús. Aunque no portaba el báculo pastoral, bien que pastoreó a su audiencia. Con voz suave, como el rastro de una serpiente, retomó el tema del affaire de monseñor Salvador Rangel. Se queja de que se hayan lanzado “miles de bots” contra el obispo emérito, y tiene razón en quejarse; pero acusa sesgadamente a “ya saben quién” de estar detrás de esos ataques, y pone como referente a favor al fiscal de Morelos, Uriel Carmona, que es tanto como si Caifás pusiera como testigo de su decencia a su suegro Anás. El sesgo político de monseñor Castro no es una novedad. Desde que se supo de la desaparición de monseñor Rangel, políticos y clérigos católicos apuntaron y dispararon al gobierno federal. A monseñor Rangel se le rescató, no de secuestradores sino de una condición grave de salud, pero ni así pararon las invectivas contra el gobierno federal desde medios y hasta desde púlpitos convertidos en medios alternativos de comunicación corporativa. No es novedad que la Iglesia Católica se haga pato, pata o pate, cuando sacerdotes predican a favor de un partido político en plenas elecciones. Pero en el caso del obispo emérito, lo he dicho antes, y lo repito: en la desaparición y encuentro de monseñor Rangel, la gente no va a creer la explicación más rebuscada sino la más obvia. Esto incluso dentro de la misma feligresía, que podrán obedecer a la voz de su dulcísimo pastor, pero no necesariamente van a creerle ni a él, ni a Carmona, ni al gobierno estatal de Morelos. Mal hacen todos en revolver la turbulencia.
Monseñor Castro dice que a monseñor Rangel lo torturaron inyectándole sustancias. Hasta ahora se ha divulgado un presunto reporte médico que señala que había consumido cocaína y benzodiacepinas. Además señalan que encontraron sidenafil en sus pertenencias, no sé si en su organismo. De ser cierto ese reporte, es bastante extraño. El sidenafil se ingiere en tabletas (me han contado), la cocaína puede inyectarse pero normalmente se inhala, y las benzodiacepinas se ingieren o se inyectan. Demasiadas sustancias como para ser ingeridas inadvertidamente en un refresco de un Oxxo, y demasiada parafernalia química para un secuestro exprés. Los videos que el gobierno estatal asegura que existen y que muestran a monseñor Rangel entrando voluntariamente en un hospedaje temporal, están en manos del fiscal Carmona, es decir, un investigador completamente desacreditado (recordar el caso del feminicidio de Adriana Fernanda). Monseñor Rangel estuvo desaparecido alrededor de 12 horas, lo que sí cuadraría con un secuestro exprés; lo que no cuadra es que se haya dado esta explicación antes de su rescate, y se repita luego, todavía sin concluir peritajes. Monseñor Castro, al hacer esa defensa todavía inconsistente de su homólogo, patea el avispero de la desconfianza popular, y más todavía porque endereza el ariete de la Iglesia Católica en contra del gobierno federal y, lo que es lo mismo, a favor de la candidata de la derecha.
Yo le diría a los políticos: “¿Creen que los ciudadanos son estúpidos?”. Y le diría a monseñor Castro y a los clérigos que lo secunden: “¿Creen que los católicos son estúpidos?”. No esperaré a sus respuestas. Sí, sí lo creen, porque además, también andan soltando la especie de que si gana doña Claudia S la presidencia, planea cerrar las iglesias. ¡Habrase visto el tamaño de esta infamia! Ni los papas de la Pornocracia se atrevieron a tanto. Si intentan resucitar la Cristiada, se equivocaron de momento, nada más por cien años. Se entiende aunque no se comparta la muy sucia guerra sucia de la derecha en el ámbito político. Pero ¡la Iglesia Católica! Monseñor Castro, que además es el secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano, no defiende a otro obispo, ataca a un régimen, y así autoriza discretamente la intromisión del clero en estas elecciones. Pero la Iglesia ya no es una autoridad moral. Perdió ese sitio desde hace siglos. El singular catolicismo nominal mexicano es la prueba palpable. No se difunde el Evangelio con insidias, ni adulando a la superioridad moral de los fieles sumisos y fanatizados, una polarización social que desde hace años cimienta a la que hoy padecemos. Monseñor Castro debió de dejar que bien o mal, las autoridades civiles concluyeran el caso de monseñor Rangel, pero, en aras de la verdadera Justicia, también debería promover una investigación desde las autoridades eclesiásticas, no sólo sobre el obispo de Chilpancingo-Chilapa, además sobre clérigos que aconsejan el voto contra candidatos divulgando amenazas absurdas, y así siembran el odio entre sus feligreses. ¿Qué? ¿Eso no es pecado contra el prójimo y contra la Iglesia?
PD: Debo decir que la oratoria de monseñor Castro es excelente, su dicción muy buena, y la colocación de su voz es magnífica. Ahora comprendo por qué Eva aceptó el consejo de la serpiente y acabó tragándose la legendaria fruta.