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Por Francisco Tijerina Elguezabal

“Nadie se hizo perverso súbitamente.” // Juvenal

Con todo y que las nuevas generaciones de políticos creen que ellos han sido los inventores del hilo negro y el agua tibia y no les puedes decir nada porque nada más ellos conocen la receta secreta del Pollo Kentucky, lo cierto es que el asunto de los vendedores ambulantes en las calles de Monterrey, como en la inmensa mayoría de las grandes urbes del mundo, data de cientos de años.

Y si a los chavitos de hoy les parece mucho ver a un centenar de puesteros en la Macroplaza, ya imagino lo que habrían dicho y pensado en aquellos lejanos tiempos cuando con las banquetas chiquitas las dos aceras de Padre Mier o Juárez se llenaban con las charolas de las famosos “estucheros”.

Negocio que por años fue permitido bajo el disimulo por la autoridad, aunque detrás tenía el padrinazgo de las centrales obreras y los líderes sindicales que cobraban una religiosa cuota si querías instalarte en esas zonas, misma que servía también para alimentar los bolsillos de malos servidores públicos.

Una gran cantidad de esfuerzos se han realizado a lo largo de los años para tratar de sacar de las calles a los puesteros, reubicaciones, zonas comerciales, edificios completos y nada funciona por una simple razón: oferta y demanda. Los vendedores se colocan en puntos de alta afluencia en los que los compradores adquieren sus productos por precio, calidad y/o oportunidad.

Y la historia no es muy distinta a la que se vivía en el Monterrey de los 70’s, sigue habiendo líderes sindicales que manejan los espacios y cobran cuotas, como también utilizan a sus “agremiados”, sobre todo en tiempos como los actuales de elecciones, como oferta electoral prometiendo que todos ellos acudirán a las urnas a votar por el partido y candidatos que les permitan seguir vendiendo en las calles.

Por eso están ahí sin que nadie los toque ni moleste, porque ya negociaron, porque tienen un periodo de gracia que vence unas semanas después de los comicios. ¿Y después? Después ya veremos, dependiendo de quién gane la elección, pero al que llegue, sea del partido que sea, también se la harán de tos y lo amenazarán con protestas y cerrar las calles si no los dejan operar.

Y se repetirá una vez más la misma historia, esa de nunca acabar, esa que lleva décadas, con la diferencia de que ahora para su mayor comodidad nuestras inteligentísimas autoridades les han ampliado las banquetas para que disfruten de mayor espacio.

¿Cuántos carritos o puestos ha visto invadiendo la calle, incluso en sitios donde hay parquímetros, sin que nadie los toque en el primer cuadro? Si están ahí es porque una autoridad lo permite, como están los de la charola o el puesto semifijo en los alrededores de Colegio Civil, en Colón o Reforma.

Todos tenemos derecho a ganarnos la vida honradamente, es cierto, lo que no es correcto es la perversa forma en que unos cuantos bandidos se aprovechan de la necesidad y desgracia ajena para hacer su negocio sin sudar ni preocuparse, bajo unas siglas o un cargo público.

Y creen que nadie se da cuenta.

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// Francisco Tijerina

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Autor: stafflostubos
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