Por Jenaro Villamil
Tras 14 años de ser perseguido, recluido, demonizado y silenciado, este 24 de junio el periodista Julian Assange fue liberado. Constituye una victoria contundente contra la censura, la represión y un recordatorio de lo que tanto Wikileaks como Edward Snowden nos advirtieron como algo esencial en este siglo XXI: lejos de constituir una plataforma de libertad, el internet se ha convertido en uno de los mayores y más complejos sistemas de espionaje y de represión a nivel global.
De acuerdo con la información preliminar que tenemos disponible, Assange logró un acuerdo con el Departamento de Justicia del gobierno de Joe Biden que le permitió retornar a su natal Australia después de pasar 5 años en una prisión británica y de permanecer durante varios años como refugiado político en la embajada de Ecuador en Londres.
Assange no sólo fue incómodo para el establishment belicista de Estados Unidos sino del mundo entero. Las revelaciones del famoso Cablegate, en el que participó de manera activa el ex soldado y analista Bradley Manning, ahora Chelsea Manning, mostraron no sólo la vulnerabilidad del mayor sistema de inteligencia del mundo, sino también la hipocresía y la doble cara de Washington en su “guerra de liberación” contra los pueblos de Afganistán y de Irak.
Disidente sexual y anti belicista, Manning fue el primero en demostrar la capacidad de indignación de un soldado de Estados Unidos. El 22 de agosto de 2013, Manning se declaró públicamente como mujer transgénero y socializó su decisión de iniciar un tratamiento hormonal. En 2019 fue encarcelado dos meses por negarse a testificar ante el gran jurado en contra de Assange. En marzo de 2020, Chelsea Manning intentó quitarse la vida en la prisión. Desde 2021 trabaja en un proyecto para la defensa de la privacidad en las comunicaciones digitales.
Fundador de la plataforma Wikileaks en 2006, activista de los derechos digitales y de la máxima transparencia frente a los llamados “secretos de Estado”, Assange fue detenido en diciembre de 2010 en Londres, tras la divulgación del video conocido como Asesinato Colateral y el escándalo internacional derivado de esta hecho, tanto o más dramático que lo que está ocurriendo ahora en la Franja de Gaza. El pretexto para su detención fueron presuntos delitos sexuales y de coacción contra una de sus colaboradoras. Todo mundo sabíamos que la persecusión con Assange tenía más que ver con la censura.
El gobierno de Rafael Correa, presidente de Ecuador, le dio refugio en la embajada de este país en Londres, donde permaneció 7 años, de 2012 a 2019, a pesar de las múltiples presiones internacionales. En abril de 2019, el gobierno de Lenin Moreno cedió a esas presiones y el mundo entero vio las imágenes de cómo Assange fue sacado a la fuerza de la embajada ecuatoriana y trasladado a una prisión de máxima seguridad británica. Qué paradoja que Ecuador, siendo la nación que le dio asilo a Assange, ahora bajo el mando de Rafael Noboa haya violado la soberanía de la embajada mexicana en Quito.
El Departamento de Justicia de Estados Unidos imputó en ese 2019 18 cargos en contra de Assange que incluían la violación a la Ley de Espionaje, y otros delitos por filtrar los documentos clasificados, que le darían 175 años de prisión. El gobierno de Donald Trump endureció su posición en contra de Assange, a través del fiscal Jeff Sessions, quien buscó la extradición del ciber activista como unaprioridad del imperio.
En esa coyuntura, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador envió una carta a Trump, primero, y luego a Joe Biden, para solicitar la liberación del periodista australiano. Defendió en múltiples ocasiones a Assange desde la Mañanera y recibió en Palacio Nacional al padre y hermano de Assange que mantuvieron la llama encendida de la liberación del periodista australiano. En abril de 2024, el gobierno de Biden admitió que aceptaba una petición de Australia para poner fin al proceso legal en contra del fundador de Wikileaks. El premier australiano Anthony Albanese apoyó en febrero de este año la moción del Parlamento que reclamaba el regreso de Assange a su país de origen.
De acuerdo a los términos del acuerdo con los fiscales del Departamento de Justicia de Estados Unidos, Assange aceptó declararse culpable de un delito grave relacionado con su participación en las “filtraciones” de documentos reservados, que equivale a una condena de 62 meses, equivalentes al tiempo en que el ciberactivista ha pasado en la prisión de alta seguridad de Londres.
La victoria de la resistencia de Assange y del apoyo de miles de organizaciones a favor del derecho a la información constituye un precedente único en este mundo. Por desgracia, el fundador de Wikileaks se enfrentará ya libre a un ecosistema digital mucho más intoxicado y apropiado por grandes empresas trasnacionales que han hecho del espionaje a sus usuarios y de los “máximos secretos” uno de los principales obstáculos para la libertad de expresión.
Por fortuna, Assange a sus 52 años tiene aún mucho que enseñar y aportar al recuperar su voz, su libertad, su dignidad.