En su más reciente libro, el escritor y poeta mexicano traza un vasto paisaje de la música que marcó la segunda mitad de los años sesenta.
Tomando como punto de partida los trabajos de Bob Dylan y los Beatles, Alberto Blanco fundamenta la hipótesis que da título a su reciente libro, 1966. El año del nacimiento del rock (Reservoir Books, 2024), en el cual también aparecen, entre muchos otros, Ray Davies, Jimi Hendrix. The Doors, Frank Zappa y John Cale. Pero no todo se circunscribe al rock; igualmente se hacen presentes factores que forman parte de la época como la Guerra de los misiles, las drogas y los movimientos políticos. Si bien Blanco reconoce el carácter subjetivo de su trabajo, puede decirse ya que será un libro de consulta obligatoria; publicó MILENIO.
Lo que planteas en tu libro es que en 1966 el rock se independiza del pop, si bien sabemos que en esos días no había una distinción entre ellos.
Lo que afirmo en el libro es que antes de 1966 no se hablaba de rock; existía el rock and roll, por supuesto, pero se había quedado enmarcado en la cultura de los años cincuenta. Para principios de los años sesenta, el rock and roll ha desaparecido de la escena y lo que viene es una serie de subgéneros, todo englobado bajo el concepto general de pop. Todo es pop: hay soul, hay surf, hay rhythm and blues, hay blues, hay country, hay muchas cosas, pero básicamente todo se acepta como pop. Incluso con la aparición de los Beatles en 1963, se sigue hablando de pop. En 1964 y hasta en 1965, cuando ya están todos los elementos en el caldero donde se va a cocinar el rock propiamente dicho, se sigue hablando de pop. Hasta 1966 se comienza a hablar de rock como una realidad distinta, aparte del pop, que tiene una serie de características propias y de ahí en adelante eso será lo que entenderemos por rock hasta hoy en día. Lee más:
En una de las revistas de rock de los años setenta, Jesús Bojalil escribió que el rock nació en 1965 con la aparición de Captain Beefheart and his Magic Band. En el libro mencionas a un crítico diciendo lo mismo a propósito del álbum de Dylan Bringing It All Back Home, por lo que ese año también puede ser considerado el parteaguas.
Como en todo, siempre hay antecedentes; no hay nada que surja de la nada. Efectivamente, ese disco de Dylan ya tiene una mitad eléctrica y en 1965 ocurre el famoso concierto de Newport, cuando Dylan se presenta, con amplificadores e instrumentos eléctricos, acompañado de Al Kooper y Mike Bloomfield. Para escándalo de su público folk, eso fue una desacralización del género; lo agredieron, le dijeron hasta la despedida. Dylan respondió pidiendo a sus músicos que subieran el volumen hasta donde pudieran. Hubo gente que incluso pretendió levantar demandas porque consideró que habían dañado sus oídos de por vida, cuando los amplificadores que se usaban eran propiamente de juguete. Los primeros grandes amplificadores aparecieron en 1966. Ese es uno de los muchos factores que señalo en el libro que contribuyen al nacimiento del rock.
Recuerdo que en 1966 fue la última vez que los Beatles tocaron en público en San Francisco, porque ya no se podían escuchar. Además de que sus composiciones se habían ido sofisticando cada vez más y no había los recursos tecnológicos, ni tenían a la mano orquestas que los acompañaran, ni arreglistas —un verdadero tropel de músicos en el escenario— que les permitieran tocar lo que estaban componiendo como a ellos les habría gustado.
Se les adelanta en ese sentido Brian Wilson, líder de los Beach Boys, quien se retiró de los escenarios un poco antes, para hacer lo que los Beatles harían unas semanas después: meterse en el estudio de grabación a componer, arreglar, grabar y hacer regrabaciones. Esto de las regrabaciones es también algo muy importante. La técnica del track on track, de sumar pistas en una grabación, cristaliza en 1966 y da por resultado la utilización del collage por primera vez en la música popular. Esa introducción del collage cambió el horizonte de la música, y probablemente la primera pieza en que se utilizó esa técnica de un modo absolutamente intencionado y hasta descarado, diría, es “Tomorrow Never Knows”, que es con la que termina el álbum Revolver de 1966 de los Beatles, aunque es la primera pieza que grabaron. Así que en 1966 hay una serie de factores importantes que contribuyen a que cambie por completo la escena de la música popular; anglosajona primero y después en todo el mundo.
Ya que mencionas lo del collage, el pop art de esa época es una continuación de las vanguardias de principios del siglo XX, y en ese sentido el rock y el momento del que hablas son parte de ello.
Es interesante lo que planteas y lo toco en el libro. En el sentido en que tú lo estás planteando, yo te diría que el rock llegó tarde a las vanguardias. El pop se manifestó antes en otras artes. En las artes visuales, el pop art había hecho su explosión antes, aunque se va a incorporar muy rápido al lenguaje del rock. La portada de Sgt. Pepper’s de los Beatles es una obra de arte del pop art.
Hubo un momento —1966, 1967, 1968— en que sí parece, da la impresión, de que la música podía cambiar muchas cosas. Y sí se abrieron avenidas, y sí se abrieron ventanas y puertas, y circularon ideas que no habían circulado en la música popular. Te pongo un ejemplo muy notorio: la entrada a la cultura popular de Oriente. Harrison se interesa en la cítara india, y de ahí para adelante. Los Beatles terminan yéndose a meditar con el Maharishi en la India. En un contexto de cultura popular, Oriente se hace presente, la India se hace presente, el budismo, la meditación, el taoísmo, el Dalai Lama… Desde luego que no son los roqueros ni son los Beatles quienes inauguran esas conexiones; vienen de mucho antes.
Las vanguardias rompen esquemas y en los sesenta se busca la ampliación de la percepción. Está lo que mencionas de Oriente, pero también el uso de drogas por los músicos y el público. De ahí surge la utopía de que podíamos alcanzar una nueva conciencia, que terminará en el desencanto.
En los años sesenta están pasando muchas cosas, especialmente en Estados Unidos, que es crisol del rock and roll y el rock: está el movimiento por los derechos civiles; están los movimientos por la reivindicación de las comunidades negras; están los movimientos feministas que empiezan a cobrar mucha fuerza; están los movimientos de reivindicación de las minorías sexuales; está la guerra de Vietnam, una crisis tremenda en esos momentos. Por otro lado, acaba de terminar la crisis por los misiles en Cuba, cuando el mundo estuvo al borde de una conflagración nuclear. En América Latina, el impacto de la Revolución cubana está vivo de punta a punta. Son los años del Che, son muchas cosas.
La apertura a Oriente no fue nada más, digamos, hacia el aspecto contemplativo, sino que para muchos fue también la apertura hacia el Vietcong, hacia el maoísmo, hacia el comunismo, como se entendió en el extremo Oriente. No es el rock el que está generando esos cambios. El rock se inserta en eso, le da un micrófono, le da una presencia, pero también hay una vertiente muy agresiva, muy destructiva, en ocasiones muy deliberadamente destructiva como es el caso de Pete Townshend y The Who, los primeros que empiezan a destrozar guitarras e instrumentos en el escenario de un modo muy programático. Pete Townshend es uno de los tipos más inteligentes en el rock; ya había tenido contacto con el grupo Fluxus —y con Fluxus estamos hablando de un grupo verdaderamente importante de la vanguardia de mediados del siglo pasado— y ya había absorbido esta idea de que, para crear, primero hay que destruir. Pete Townshend ya sabía lo que iba a hacer Jimi Hendrix en el festival de Monterey y estaba muy preocupado con lo que iba a pasar ahí porque quería ser el primero en destruir la guitarra y comandar la destrucción de los instrumentos. Entonces se da una escena cómica: Townshend y Hendrix discutiendo quién va a tocar primero para ver quién va a llevarse las palmas por ser el primer destructor en ese festival. A final de cuentas, se echan un volado y lo gana Townshend. Destruye primero su guitarra, pero Jimi Hendrix lo lleva más lejos y le prende fuego a su guitarra en el escenario. Era una actitud destructiva, contestataria, rebelde, como la quieras llamar, totalmente deliberada.
Pero muy pronto, esas escenas van a dejar de ser teatrales como en el Monterey Pop Festival en 1967, y en 1968 van a ser verdad en gran parte del mundo. El movimiento estudiantil de 1968 en México es solo una parte de un tsunami que recorrió gran parte del planeta. Es decir, esos gérmenes ya estaban ahí y el rock amplificaba toda esa crisis.
Desde un punto de vista estético, en 1966 el rock alcanza, diríamos, su primera madurez. Terminas tu libro en 1969 y ese año aparece In the Court of the Crimson King, que se considera el origen del rock progresivo y la entrada a otra época. ¿Consideras el rock progresivo como el segundo momento de madurez del rock?
Desde sus inicios, el rock es música ecléctica, abrevando de muchas raíces y diversificándose en muchas ramas. La imagen implícita de un árbol puede resultar útil a la hora de subrayar que el árbol todo al que llamamos rock ha crecido tanto desde los años sesenta que hoy en día es casi imposible encontrar música que no tenga algo de rock.
A lo largo de 60 o 70 años las estrellas del rock (y, claro, la industria de la música detrás de ellas) han vivido de la paradoja que define esta cultura: la creencia de que el rock —producido, promovido y vendido por grandes corporaciones multinacionales extremadamente exitosas y sofisticadas— es, sin embargo, de alguna manera no comercial, incluso rebelde y contestatario.
Para dar crédito a esta paradoja (que esta música súper comercial no es comercial) hay que imaginar que el rock surge desde abajo en lugar de ser impuesto desde arriba. Por eso en el mundo y la mitología del rock son tan importantes las disqueras independientes, los fanzines, y las emisoras de radio piratas.
Pero dejando de lado las connotaciones comerciales, políticas y sociales del rock, y enfocando los oídos en su lado artístico, no cabe ninguna duda de que el rock siguió dando obras maestras después de mediados y fines de los sesenta, no sólo en los años setenta y ochenta, sino incluso ya bien entrado el siglo XXI y hasta la fecha. Björk y Radiohead son una prueba.
El Freak Out! de Zappa, y los primeros discos de Pink Floyd y Soft Machine, The Nice, Procol Harum y Moody Blues, las sorprendentes obras del rock progresivo —sobre todo inglés—… In the Court of the Crimson King, el Tarkus, de Emerson, Lake & Palmer, Fragile y Close to the Edge, de Yes, Foxtrot y The Lamb Lies on Broadway, de Genesis, Aqualung, de Jethro Tull o el infaltable Dark Side of the Moon, de Pink Floyd están entre los discos más icónicos, populares y vendidos en toda la historia del rock. Sus portadas forman parte de las cimas del diseño gráfico en la segunda mitad del siglo XX.
Pero no solo el rock progresivo dio obras maestras. A la vertiente del country rock debemos grandes discos como After the Gold Rush y el Harvest, de Neil Young, por no hablar de la discografía de The Eagles, la banda más popular y escuchada de la década de los setenta.
El folk rock, por su parte, dio gemas como los discos de Nick Drake y John Martin, por mencionar solo a dos exponentes de este género o subgénero, mientras que la llegada del reggae a la escena internacional, con Bob Marley a la cabeza, legó joyas como Catch a Fire y el Exodus.
Pero este breve recuento no puede soslayar la reacción frente a tanto arte y preciosismo en sus distintas vertientes sin darle un lugar muy importante a la reacción que provocó: el estallido punk en Inglaterra, y muy pronto en Estados Unidos y luego en todo el mundo, de la revuelta punk. Bandas como los Sex Pistols o Ramones, y discos como Horses, de Patti Smith o London Calling, de The Clash, forman parte esencial de la historia del rock.
Hoy en día se hace rock en todo el mundo, lo mismo entre los tuaregs del desierto del Sahara que entre los seris en Sonora y el desierto de Altar; lo mismo en Alaska que en Islandia. Desde Sudáfrica hasta la Patagonia, desde Brasil hasta Indonesia, el rock es la música presente en todo el mundo, inescapable, democrática lo mismo que imperialista por excelencia. Estas contradicciones forman parte de su esencia.
Desde hace décadas la música se ha vuelto omnipresente, lo mismo en lugares públicos (es punto menos que imposible ir a un restaurante o cafetería donde no esté sonando música, con frecuencia horrible y fuertísima) que en la casa o en el trabajo. La música ya no requiere un tiempo y un lugar especiales para ser escuchada. Y no es que el rock haya influido en casi todos los demás géneros de la música (el bastión de la música clásica resiste a duras penas) sino que los ha colonizado, desdibujando las fronteras musicales. Cualquier intento por establecer un canon objetivo del rock está condenado al fracaso.
Imagen Portada: MILENIO | LABERINTO