Por José Francisco Villarreal
No sé por qué hay quienes se quedan con la “nata” de la historia en lugar de darle una dimensión más integral a la estupidez humana. Ahí está el caso de la Gran Muralla China, esa “maravilla del mundo”, que no debió maravillar a la enorme cantidad de trabajadores que murieron construyendo una obra defensiva que a la postre resultó inútil. Es curioso que en la mayoría de las grandes murallas erigidas, el resultado es un desastre. Pareciera que construir un muro defensivo es casi como anunciar la decadencia e inminente caída de reinos e imperios. En el Imperio Romano, el principio del fin pudiera ubicarse luego de la construcción del Limes Germanicum, a lo largo del Danubio y el Rhin, y los muros de Adriano y Antonino, en Gran Bretaña; o incluso los Muros Aurelianos, que “protegían” a Roma de las invasiones “bárbaras”. Ninguno de los constructores intentó comprender que la descomposición del imperio no llegaba del exterior sino que surgía de sus entrañas. En todos estos casos toda defensa era en vano desde su origen. Y así la “Línea Marginot”, o el “Muro de Berlín”: todo se desploma porque los constructores ya estaban desmoronándose antes. Hay una gran diferencia entre levantar muros para defenderse o para encerrarse a temblar de miedo.
No pude dejar de pensar en este tipo de obras estratégicas cuando me enteré que un chamaco, con un arma infalible, falló en su intento por asesinar a Donald Trump. Celebro que no haya cometido el homicidio, y lamento mucho que hayan matado al joven. En general lamento toda muerte violenta. Lamento todavía más que fallen mis principios morales y no tenga un poco más de empatía por el expresidente, y sí más por la vida de su fallido agresor. El empresario no ha hecho ningún mérito para ser respetado ni querido, no ha sido amable con casi todo el mundo; ahora, junto con su flamante propuesta a la vicepresidencia, Mr. Vance, sigue utilizando a México y a los mexicanos como objeto de odio, discriminación, y argumento negativo de su campaña electoral. Ya sufrimos insultos y amenazas antes, lo sufriremos otra vez. Sí me preocupa que ahora, ante una escalada mundial de la ultraderecha y ese mamotreto ideológico que llaman “libertarismo”, las amenazas se concreten en acciones que, sí o sí, no pueden ser sino violentas e invasivas. Revisando los orígenes de la Segunda Guerra Mundial hallo analogías que espeluznan hasta mi calva. Si antes Estados Unidos intentaba imponernos sin disimulos su colonización, ahora el objetivo sería más urgente, ya que México se ha reposicionado positivamente en el contexto económico, político y social en el mundo, y especialmente en Hispanoamérica. De ninguna manera pueden permitir un ejemplo para la democracia mundial justo al lado del “Archangel of Democracy”, el “Ángel Custodio de la Libertad”.
Son reprobables el atentado y la posterior presunta amenaza de atentado contra Trump, más lo que se acumule, pero además son un excelente instrumento de propaganda. El problema está en lo que despierta en la opinión pública que, si bien condena estos actos, podría apoyar a la evasiva víctima sólo por compasión y no por comprensión de sus antecedentes, proyecto, ideología. No pongo en duda los hechos, pero no parece casual que en otra campaña electoral, esta vez en Venezuela, se denuncie también un presunto atentado contra una candidata. No me extrañaría que surjan otros casos iguales, similares o conexos, reales o montados. ¡Bendito Dios ya terminaron las campañas electorales en México! No tiene caso mortificarnos por lo que pase en los comicios ajenos, no podemos ni debemos hacer nada al respecto. Sí debe preocupar cómo asumirá la oposición mexicana tanto el atentado contra Trump como el posible uso de una estrategia parecida para desestabilizar al país en vísperas del cambio de titular del Poder Ejecutivo, en un proceso activo de reconfiguración del Poder Legislativo, y sobre todo ante la dimensión que está tomando el Poder Judicial como factor golpista y ya descaradamente antidemocrático. Yo sigo con dudas respecto a la Reforma al Poder Judicial, pero no tengo ninguna duda en que debe ser purgado y desinfectado radicalmente. Ya sólo con escuchar a Su Alteza Serenísima el ministro “Lucho” Aguilar Morales, sugiriendo que se lleve a elección popular también a los secretarios del gabinete, queda más que claro que será muy docto y tendrá mucha carrera, pero no tiene idea de lo que es una democracia ni nuestro sistema de gobierno, o bien se “hace pato” para nadar en lo bajito dentro del charco de la ignorancia. Y hay ministros, magistrados y jueces que nadan en el mismo charco. Las togas no son de oquis, las plumas negras ocultan las pantanosas manchas.
Lo único muy relativamente positivo del atentado contra Trump es que quita argumentos muy sobados por la oposición mexicana sobre lo ejemplar del vecino país. Ya no sólo se trata de la elección de jueces, que aceptan en Estados Unidos pero en México no. Ahora es la evidente polarización social y política, que no surge de las propuestas ideológicas sino de las vísceras y prejuicios de esos ciudadanos. Si hay un político gringo que explota esa polarización en Estados Unidos es precisamente Donald Trump. Nosotros los mexicanos somos uno de los objetivos de esa polarización electoral. Así, la polarización atribuida a don Andrés es bastante ñoña comparada con la que sustenta la división, el ninguneo, el desprecio de fanáticos opositores mexicanos contra los “jodidos”, esa antigua llaga social. Esta mina de odio puro no va a clausurarse. A pesar de que durante las campañas se exhibió la raíz clasista y discriminadora tanto en las “mareas rosas” como en medios y opinólogos, la veta todavía es productiva para los gambusinos del odio. La mediatización estratégica tal vez no aspire a envenenar a casi 36 millones de electores, pero sí a mantener rumiando toxinas a poco más de 16 y medio millones. Este sí es un contrapeso práctico y real, no institucional, y no están dispuestos a perderlo.
Tal vez sea por eso que evaden posicionarse claramente respecto al proceso electoral en Estados Unidos y sus “contingencias”. O que se clame a organismos estadounidenses por ayuda contra una reforma al Poder Judicial que, con deficiencias, pero ya se aplica en Estados Unidos. O se voltee hacia la Organización de Estados Americanos, el “segundo frente” de Washington” en Iberoamérica. O se vea con ojos de tórtolo enamorado hacia España, sede manifiesta de una de las logias ultraderechistas internacionales más agresivas. Y ya metidos en la insensatez y la ignorancia más grotesca, se comprendería por qué hay ciudadanos mexicanos que siguen considerando a Estados Unidos como la gema mejor acabada de la democracia mundial y el ejemplo más adecuado para imponernos una identidad nacional prestada.
Si la oposición no logra concretar un golpe de estado, a la doctora Claudia Sheinbaum seguro le esperan seis años de gobernar a contrapelo con la oposición interna, y cuatro años contra esa política injerencista que siempre raspa a la diplomacia y a la paz internacionales desde los Estados Unidos, si es que Trump llega a la presidencia. Aun así, ¡qué bueno que no lo mataron! No sólo por humanidad, por principios, sino porque con Trump o sin Trump en la presidencia, lo que sigue será lo mismo sólo que a diferente velocidad, y con más o menos muros y miedos.