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La última ceremonia a los pies de ese Juárez

Por Carlos Díaz Barriga

Desde cualquier ventana de Palacio que asome al Zócalo puede verse la bandera a media asta. Es 18 de julio. Casi nadie sabe por qué. Hay evocaciones madrugadoras al adiós “… me retiro por completo, no voy a tener ninguna actividad pública política, no voy a asistir a ningún evento, ni en México ni en el extranjero”. Habla del día de la próxima toma de posesión: “voy a estar, desde luego, en el acto… no me voy a reunir con presidentes, con jefes de Estado; tendría que reunirme con todos y creo que eso corresponde más ya a la presidenta constitucional”. Día importante hoy. Como para que se ponga la corbata verde bandera. “En el Patio Mariano…. vamos a estar juntos recordando al presidente Juárez, que todavía gobierna con su ejemplo”.

En la Alameda, el hemiciclo que mandó hacer Porfirio Díaz en 1910. Bellísimo. Está tapiado ya permanentemente, con vallas grafiteadas. Para protegerlo, ya permanentemente, como a esas salas elegantes forradas con plástico. Unos minutos antes de las 11, sobre la calle de Moneda, un organillero hace sonar el bolero pedroinfantesco ‘Amorcito corazón’… está justo al pie de la placa que en el muro de Palacio dice: “Aquí estuvo la habitación donde murió la noche del 18 de julio de 1872 el Lic. D. Benito Juárez. Presidente Constitucional de México y Benemérito de las Américas”.

Adentro, en el primero de los Patios Marianos, por alguna razón que ellos saben, en el patio hay colocadas exactamente 33 sillas. Ni una más, ni una menos. Son ocupadas por el gabinete. Helos ahí, de pie, saludos, voces bajas, los Secretarios de Estado, los Directores de las Paraestatales, las cercanas manos derechas… izquierdas. Toque de clarín. Honores. Saludo a la Bandera. Entre aplausos de pie, camina lento del brazo de su esposa Beatriz. Ella, con vestido sobrio, verde botella. Trae colgado lo que parece un relicario antiguo. La ceremonia solemne que conmemora el 152 aniversario de la muerte de Juárez, es casi íntima. Y por eso, impone más todo el ritual. Trinan las golondrinas.

Es la última ceremonia que preside Andrés Manuel López Obrador a los pies de ese Juárez, perfecta escultura realizada con el metal del cañones fundidos del ejército enemigo francés, montada sobre un pedestal de mármol de carrara. Su personaje vertebral.

Bandera a la izquierda. En el presídium, seis sillas de madera con terciopelo rojo y podio para la única oradora, Rosa Icela Rodríguez, próxima Secretaria de Gobernación. Asocia la figura de Juárez a la lucha contra la discriminación, el clasimo, el machismo, el racismo. Es interrumpida una vez con aplausos, cuando hace alusión personal: “A 152 años del fallecimiento del presidente Juárez, nuestro país se encuentra en vías de transformación. La revolución pacífica de nuestro tiempo la encabeza un hombre originario de Tepetitán, en Macuspana, Tabasco, que se ha forjado desde abajo, en la lucha por los derechos de quienes menos tienen, se trata del líder social más importante de la historia moderna”.

Beatriz acaricia con su mano derecha el hombro izquierdo del madatario. “Finaliza esta ceremonia con los honores al presidente de los Estados Unidos Mexicanos y comandante supremo de las Fuerzas Armadas”. Himno. Se funde con el sonido del caracol de los concheros que se oye desde el Templo Mayor. Afuera, el mismo organillero ahora suena con Tristes Recuerdos, éxito de Antonio Aguilar. Redacto mientras escucho a Óscar Chávez cantando un danzón. ‘Si Juááárez no hubiera mueeerto / si Juáááárez no hubiera mueeerto, todavía vi-vi-ría’.

@diazbarriga1

Fuente:

// Con información de Milenio

Vía / Autor:

// Carlos Díaz Barriga

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Autor: stafflostubos
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