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Por Félix Cortés Camarillo

Cada uno de nosotros está convencido -y eso es muy natural- que la generación a la que pertenece ha sido la más afortunada de todas. Ciertamente, cada ser humano ha tenido la oportunidad de descubrir, en la juventud, por sí mismo los avances de ciencia y sociedad, y de evaluarlos a distancia con la madurez que el tiempo da. Previa advertencia, voy con mi versión.

Nosotros tuvimos la desgracia y el privilegio de aprender a escribir manuscrito tratando de reproducir a base de ejercicios infames, el método Palmer de caligrafía. Algunos, como Juanita, mi primer amor imposible, lograron una letra impecable; entre esa muestra y la desaparecida caligrafía de los médicos, nos quedamos los demás con una letra más o menos legible.

Pero tuve otros privilegios a propósito de la escritura, que me ha dado de comer dignamente durante toda mi vida. El primer texto mío que mereció la caricia del linotipo, el bautismo de la tinta, y la bendicion de la rotativa hace 65 años, nació de la preñez de una Remington 40 penetrada por mis torpes dedos. Mi primera noticia desde Europa salió Via Air Mail después del estreno de una Olympia portátil que me acompañó un tiempo. Luego le fui infiel cuando llegó la robusta, robustísima, IBM, la primera de las máquinas eléctricas de escribir. De ahí el salto a las primeras computadoras y el programa Word, que ahora llaman aplicación, así como al proceso que introdujeron los orientales: cada aparato que tocan lo van haciendo más pequeño. Como los Beepers, chicharra inoportuna para advertirnos que alguien nos andaba buscando. Ya hubiera querido el servicio don Juan el Charrasqueado.

Nos pasó con los teléfonos portátiles, que vinieron después de los localizadores. Primero era un estorboso radiorreceptor instalado en el auto, por medio del cual nos contestaba una operadora -como en los primeros teléfonos de la casa- para comunicarnos al teléfono deseado. Luego llegaron unos ladrillos que igual podían ser usados como arma de defensa que como aparato telefónico. De ahí en adelante todo se fue haciendo más pequeño. Y más inteligente.

Todo, menos nosotros.

Desde que se nos presentó esa maravilla de instrumento de pesquisa que se llama Wikipedia, las bibliotecas y los libros pasaron al desván de los recuerdos. Lo sabe todo, con fechas, pelos y señales, de lo que le preguntes. Y, a como va la llamada inteligencia artificial, lo que no sabe lo inventa.Y sus inventos le van a salir pesumiblemente mejor que a mí.

Hoy en día, el imprescindible “celular” sirve para una enorme cantidad de funciones; me parece que la menos usada es tener una conversación con alguien. Consultas, fotografías, memorias, calendarios, citas, todo se puede manejar desde ese aparatejo. Tanto, que su indeseada perdida equivale a un estado próximo a la esquizofrenia.

A escala menor, el mundo entró en el paroxismo hace un par de días: una empresa dedicada a proporcionar seguridad a los sistemas de comunicación actuales, al tratar de actualizar sus tecnologías provocó un colapso menor que afectó operaciones bancarias y de gobiernos, salidas y llegadas de aviones -en Europa, también de trenes- y todo lo que se había enlazado a estos dispositivos que gradualmente están sustituyendo al cerebro. No fue el acabóse. Pero como ensayo no estuvo mal.

Lo que cuento ahora es cotidiano. Llego a un tendajo y compro algo que cuesta 65 pesos. Pago con billete de doscientos, pero si fuera uno de cien pasa lo mismo. La jovencita que me atiende es incapaz de sustraer 65 de 200. Para darme el cambio tiene que teclear en su mini calculadora 200, menos, 65, igual a. Sólo entonces me da 35 pesos. Ni se me ocurra preguntarle la tabla del nueve, que tanta lata nos dio en primaria; ya no digamos la del doce.

Si a nivel capacidad intelectual de individuos y sociedad esto no se llama degeneración, yo ya no sé qué carajos es.

PARA LA MAÑANERA (Porque no me dejan entrar sin tapabocas): La fanfarronada está sobre la mesa y en el papel: el primer día de su ejercicio presidencial Donald Trump cerrará la frontera con México a los inmigrantes ilegales. Eso dijo. Que alguien le explique al pelipintado que la frontera ha estado siempre cerrada a los inmigrantes ilegales. Para cruzarla hay que tener papeles. Los topos por túneles, monos escaladores o incipientes nadadores seguirán lleganado sin puesto fronterizo de por medio. El señor Trump seguirá diciendo que nos va a ir mal. La señora Sheinbaum seguirá diciendo que vamos a tratarnos de igual a igual. Todo es discurso electoral.

‎felixcortescama@gmail.com

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// Félix Cortés Camarillo

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Autor: stafflostubos
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