Tuvo que pasar un siglo para que el autor de ‘El corazón de las tinieblas’ comenzara a recibir el reconocimiento que buscó en vida.
Por Alonso Cueto
El centenario de la muerte de Joseph Conrad ha sido ocasión para el reconocimiento final de un explorador de la oscuridad. Numerosos artículos han recordado su muerte, el 3 de agosto de 1924. The Economist lo ha llamado el primer novelista de la globalización. Uno se pregunta qué pensaría de esto el escritor polaco que sufrió el aislamiento durante la mayor parte de su vida. Cuando en 1905 viaja con su familia a Capri, ya era un autor de enorme importancia (había publicado Nostromo el año anterior) aunque no había recibido el reconocimiento de los lectores. En cuanto a su vida privada, era una época difícil. Su esposa Jessie tenía una dolencia en la rodilla, y había hecho el viaje en una silla de ruedas. El esfuerzo de escribir Nostromo lo había dejado exhausto. Pero Nostromo había sido un fracaso en las ventas y hasta entonces Conrad había vivido con préstamos bastante frecuentes de su agente, Pinker. Los ingresos por sus libros seguirían siendo mínimos (en una carta a un amigo contabilizó que sus ganancias del año 1908 llegaron apenas a las cinco libras); publicó MILENIO.
Por otro lado, Nostromo no era una obra insular. Ya había escrito otros libros que él intuía que eran importantes (en realidad eran magníficos): El corazón de las tinieblas, El negro del Narciso y Lord Jim. Pero por entonces ninguna de estas había sido bien recibida por el público.
En una carta que le manda a Edmund Gosse desde Capri, le dice que cree sufrir de aquello que Baudelaire llamaba la “esterilidad nerviosa del escritor”. Conrad comparaba la actividad del escritor a la del minero que horada mundos subterráneos. “Me siento como un excavador del carbón hundido en su fosa que tiene que extraer sus frases de la noche”, le escribe a Gosse.
El viaje a Capri, sin embargo, fue el contexto de una buena noticia. Conrad recibió una nota del rey. En mérito a su dedicación a la escritura, le ofrecía una donación de quinientas libras. Conrad iba a vivir con este dinero mientras realizaba su venganza contra Londres. Esta sería quizá su mejor novela: El agente secreto.
El agente secreto (1907) presenta a personajes sombríos, a la vez violentos y banales, incluso cómicos. Es una novela sin héroes. Basada en un caso real, es ante todo la historia del Profesor, un hombre opaco que camina por Londres con un abrigo cargado de explosivos. El otro gran personaje del libro, Verloc, es un terrorista cuya misión (encargada probablemente por el gobierno ruso) es hacer volar el observatorio de Greenwich. Los capítulos once y doce de El agente secreto ofrecen una de las mejores secuencias de un crimen jamás escritas.
Cuando el libro aparece, es un nuevo fracaso comercial. Conrad es acusado de inmoralidad y de violencia. Sin embargo, el éxito le llegó gracias a una novela llamada Chance (1914) que no es de sus mejores. Aún tiene tiempo de escribir otra obra memorable, La línea de la sombra (1917). Se sabe hoy que siempre buscó obtener el Premio Nobel. Lo merecía, por supuesto, pero los reconocimientos pueden tardar un siglo.
Imagen portada: MILENIO | LABERINTO